N° 1971 - 31 de Mayo al 06 de Junio de 2018
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLa desolación de la falta de inquietud es lo que moviliza el llamado de Heidegger a su época. Hay que terminar con el orgullo de lo vacío, de lo infecundo, de la apariencia de todo. La tarea de la filosofía está por empezar. Hemos llegado allí donde todo ha de comenzar: a la certeza absoluta de que debemos salir a buscar, de que las respuestas reducen y no abren. En el apartado 11 de la página 248 de Cuadernos negros, 1931-1938, Martin Heidegger se pregunta ahuecando su voz al tiempo que nos tocó en suerte: “¿Por qué falta ahora por todas partes sobre la tierra la disposición para saber que no tenemos la verdad y que tenemos que volver a preguntar por ella?”. Esto quiere decir, sin más, interrogar a la existencia, única fuente posible de conocimiento y decididamente cercana, pero por cercana, por indivisible del acto de preguntar, por pertenecer ella misma a la formulación de la pregunta, difícil de aprehender en el ademán tradicional de la dicotomía sujeto-objeto. La existencia, el ser-ahí, es como lanzado sobre sí mismo como parte de sus propias posibilidades; es un emplazamiento, una búsqueda, una salida.
Tal es hoy la misión de la filosofía. Venimos de la satisfacción plena de la obra inconclusa, creyendo que las definiciones conceptuales nos dejan hablar de la verdad del ser como hablamos de la verdad del tigre o de la rosa, realidades que no se interrogan para ser, realidades cuyo ser ya fue resuelto en el acto de estar en el mundo. La gran jugada del hombre siempre está por hacerse. Y eso es lo que planteará con ardor crítico nuestro filósofo:
Escribe en la página 257: “¿Por qué el hombre se empequeñece cada vez más? Porque se deja vedado el margen de espacio para crecer hasta la grandeza, boicoteando la fundación de este espacio. ¿Y cuál es este margen de espacio? Aquello que llamamos ‘ser ahí’, aquel sitio en el que lo indeclinable se lo resguarda en el amedrentamiento, desplegándoselo así este boicoteo? El más claro de ellos es el miedo a preguntar mientras que al mismo tiempo se sospecha de todo ‘miedo’. Y el signo más terrible es la impaciencia, el esquivar el destino y la vocación de ser una transición. En lugar de esto, ahí donde en una época pasada todavía podía nombrarse el nombre de ‘filosofía’, ahora se ha aliado la huera petulancia con la ruidosa trivialidad, arrastrándolo todo a lo gris y turbio y a lo arbitrario”.
El poder se opone a la filosofía no como la noche al día, que se suceden, ni como el amor al odio, que se complementan, ni como el mar a la orilla, que se acompañan; nada de eso. El poder se opone a la filosofía porque la ignora, y en esa ignorancia la adopta invalidada. Lo dice con claridad Heidegger en la página donde denuncia el deplorable estado de las universidades a este respecto:
“Aquellos que opinan que en las universidades, que de todos modos ya han muerto, hay que eliminar la ‘filosofía’ y reemplazarla por la ‘ciencia política’, en el fondo, y sin que sepan lo más mínimo lo que están haciendo ni lo que quieren, tienen toda la razón. En verdad que con ello no se eliminará la filosofía —eso es imposible—, pero se habrá eliminado algo que tiene la apariencia de filosofía, y en cierto sentido a esta se la habrá salvado del peligro de resultar deformada. Si se llegara a esta eliminación, entonces la filosofía habría quedado asegurada por este lado ‘negativamente’, y en adelante resultaría claro que los sustitutos de los profesores de filosofía no tienen nada que ver con la filosofía. La filosofía habría desaparecido del ‘interés’ público y educativo. Y esta situación se correspondería con la realidad, pues la filosofía, justamente cuando lo es, no la hay ahí. Pero entonces, ¿por qué no ayudamos por nuestra parte colaborando para que la eliminen? Ya lo hacemos, atajando en la medida de lo posible la formación de nuevas generaciones (no dejando que se escriban más tesis doctorales). Pero eso no es más que algo incidental, y sobre todo eso llega ya demasiado tarde. Ya se quiere volver a tener de nuevo aquella filosofía de profesores, ya se apuntan los ‘nuevos’ candidatos para este negocio: gente que todavía aporta la habilidad ‘política’ necesaria y que ahora, por ser los ‘nuevos’ confirma y afianza más que nunca lo anterior en su anterioridad. Pues todos ellos todavía siguen estando muy alejados de todo preguntar” (págs. 309-310).
Dicho de otro modo: la filosofía otra vez está por empezar; lo que se ve como filosofía es apenas la mueca sobreactuada de lo que pudo (debió) haber sido.