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    Para Walter Bagnasco, nuevo director interino del Solís, la gestión de Gerardo Grieco fue tan buena que la gente “se olvidó de que el teatro es municipal”

    El ex asesor de Tabaré Vázquez asegura que el principal escenario debe “sensibilizar y entretener” en lugar de ser “una sede del Kremlin”

    Dice que es “un hacedor” y detesta que lo presenten como “publicista”. Aunque a gran parte del ambiente artístico le sorprendió la designación de Walter “Cacho” Bagnasco como director interino del Solís, él había recibido indicios de su posible nombramiento antes de que lo llamara por teléfono, cerca de la Navidad, la intendenta Ana Olivera.

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    Ex estudiante de Historia del Arte en la Facultad de Humanidades, ex asesor de imagen de Tabaré Vázquez, pionero de TV Ciudad, ex responsable de la productora audiovisual Cactus, ex director de arte de la editorial Perfil, ex creativo en la campaña por el “voto verde” y autor, entre otras cosas, del sol naciente sobre fondo gris que identifica a la Presidencia de la República, Bagnasco tiene 62 años y habla más como un hombre de mundo que como un uruguayo medio.

    Izquierdista atípico —siempre se identificó con la izquierda política pero es moderado, admira a Estados Unidos, estudió en el Liceo Francés, vive en Pocitos y le gusta el lujo—, el flamante director interino del Teatro Solís compartió un largo diálogo con Búsqueda poco después del mediodía del lunes 7.

    Allí dijo que sus prioridades son “calmar la tensión que hay entre el Solís y el edificio central de la Intendencia y cumplir un año ya programado por Grieco” para que en 2014 se pueda notar su “impronta”. Y agregó que le gustaría que, en comparación con el Sodre, el Solís fuera visto como “un lugar de vanguardia”.

    El siguiente es un resumen de esa conversación en la que este eterno admirador de Andy Warhol y de Philippe Starck también aseguró que, cuando la comuna llame a concurso para definir quién será el director estable, él se presentará.

    —¿Qué grado de responsabilidad tuvieron en su designación María Julia Muñoz y Mariano Arana, miembros de la Fundación Amigos del Teatro Solís, y la embajadora de Estados Unidos, Julissa Reynoso?

    —Julissa fue mi soporte superestructural. Ella me sostuvo la cabeza y es una gran amiga. Además es una gran intelectual, es una workaholic y una alienada. Y yo creo en los alienados, no en quienes hacen las cosas de taquito. Así que su rol fue sostenerme la cabeza, nada menos. María Julia Muñoz, secretaria de la Fundación Amigos del Teatro Solís, es una vieja amiga con la que monté TV Ciudad. El canal empezó primero en mi productora, Cactus, a mí no me importaba nada invertir en la luz y en las cámaras, y luego comenzamos a trabajar en un baño que transformé en una isla de edición, lo cual creo que es gracioso y casi bohemio. En ese momento el cable era muy novedoso y bueno, los montevideanos, desacostumbrados a esta tecnología, me decían: “Pero loco, repetís a Laura Canoura cinco veces en el día”. Y yo respondía: “Claro, porque en el cable trato de darte información y de repetir programas para que quien está mirando la televisión pueda ver un show determinado de TV Ciudad, porque evidentemente no solo va a mirarnos a nosotros y a obviar a ESPN o a CNN”. Y por ahí estaban Marita y también Marta Ponce De León, a quien conozco desde que militábamos en los comités de Pocitos. Pero usted me preguntó por Arana, y debo decir que en realidad él propuso a otra persona, aunque no recuerdo su nombre. Más allá de esto, creo que estoy entrando en un período muy gratificante en el que me encuentro con viejas amistades y en el que también conozco a jóvenes brillantes. Porque yo soy muy projoven, y por eso llevé a trabajar como asistente de dirección a Los Ángeles a Marianela Longres cuando filmé una publicidad para Procter & Gamble. Después ella se transformó en una gran continuista.

    —Recién hablaba de su amistad con la embajadora de Estados Unidos. ¿Usted ha evolucionado ideológicamente respecto a lo que pensaba sobre ese país hace treinta años?

    —Sí. Yo evolucioné por mi cuenta yendo, filmando, haciendo telecine o editando; en fin, trabajando en Miami y en Los Ángeles, y empecé a descubrir unos Estados Unidos que lo tienen estupendamente, un país donde a la empresa a la que usted le paga 800 dólares por hora se le ocurre que uno debe comer gratis lo que sea necesario y ser tratado con gran gentileza. Acá no sucede eso porque hay que pagar y comer parado en el bar de la esquina un chivito que chorrea. Entonces, cerca de los años 90, hice el click. La historia evoluciona.

    —Ahora tienen a un presidente negro.

    —Y la señora Hillary Clinton ha designado a la doctora Reynoso, que le mueve el piso a todo el mundo. Primero porque nació en otro lado, en República Dominicana, y Estados Unidos la pone como embajadora. Así que, bueno: ojo con esa generosidad. Estamos hablando de que en sus manos está, como yo le digo a ella, el imperio. Y también es quien dialoga con el presidente, con el ministro de Defensa, y además interviene en acuerdos clave. Eso es muy admirable.

    —¿Entonces Estados Unidos es el imperio o una democracia liberal a imitar?

    —Sigue siendo el imperio, pero no tengo ningún prurito en que lo sea (risas). Yo creo que necesitamos patrones, conductores y padres. Y si tienen inventores, músicos y cantantes mejores que nosotros, bueno, nos han ganado. Aparte ponen miles de millones de dólares, por la razón que sea, en cosas que considero muy serias. Así que es un imperio al que le tenía bronca y al que hoy le tengo simpatía, porque además veo HBO y los tipos permanentemente están haciendo autocrítica. Entonces, pienso: “Ojalá hubiéramos podido hacer alguna película imparcial sobre los tupamaros”. Si comparamos eso con la manera en que han evaluado la presidencia de Bush, en que han producido películas como “Apocalypse Now”, de Coppola, y “JFK”, de Oliver Stone, la conclusión es clara: el arte americano es admirable y de calidad. Si después tienen muchas armas y un chico loco entra a un colegio y mata a no sé cuantos, es otro tema.

    —Volvamos al comienzo del diálogo. ¿Su gestión en el Solís será continuista?

    —En primer lugar será continuista porque debo basarme en todo lo muy bueno que ha hecho Gerardo Grieco, que es un gran conductor y que armó una estructura en la que la gente a veces no cree que el teatro es municipal porque a uno lo reciben bien, con sonrisas, porque no aceptan propinas y están uniformados. Todo eso sin hablar de lo artístico, que ha sido excelente. Así que seré continuista y luego no tendré más remedio que imprimir mi estilo.

    —¿En qué se va a notar?

    —Primero que nada, en el escritorio. Yo quiero muebles distintos a los que tenía Gerardo, para que los que estén me representen. A mí no me va a importar si la prensa cuestiona si gasté en sillones o no, porque eso no funde a una ciudad ni hace que la comuna aumente los impuestos, sino que permite que Julissa esté más cómoda y me dé más plata (ríe). Lo digo un poco como una boutade, pero es cierto.

    —¿Cuán difícil es suceder a Grieco y a la directora interina Andrea Fantoni, teniendo en cuenta que ella renunció y que también renunció el director técnico del teatro, Ricardo Mazzarelli?

    —En realidad es muy fácil, porque Grieco dejó un teatro en pie y muy bien armado.

    —Y a los 62 años de edad y teniendo en cuenta que usted es un hombre con una gran capacidad creativa pero sin experiencia en gestión cultural, ¿qué tiene para aportarle concretamente al Solís?

    —Mi rol es ser un gran productor, el perro alfa del Solís. Debo conducir el teatro y, en lugar de saber de cada disciplina, cuando tenga dudas, convocar a consejeros, como hacen los presidentes con los ministros. Héctor Guido, por ejemplo, que es uno de mis jefes, ya me ha sugerido algunos nombres para la línea artística y otros para la comercial. Y a mí, por ejemplo, me gustaría convocar a un circo ambulante. ¿Por qué? Porque el circo contemporáneo es una disciplina interesante. Y también hay que comprender que el mundo ha cambiado, que está muy conectado y que, por lo tanto, sería fantástico hacer una clase magistral con Judi Dench, quien tiene tanto amor propio y tanto respeto por la profesión que puede ser al mismo tiempo la jefa de James Bond y una diosa del teatro. Del mismo modo, Glenn Close, a quien me gustaría traer, es la fenómena de “Relaciones peligrosas” y, además, la malvada Cruella de Vil. O sea: me parece que hay que convocar a gente conocida. Es decir a Margarita Xirgu, pero británica o estadounidense. Y masiva.

    —¿Por qué usted sigue pensando que la cultura uruguaya es “marrón”?

    —Porque le tenemos miedo a la palabra “entertainment”. Pero cuidado: tenemos que entretener. El Solís no es una casa terapéutica ni puede ser una sede del Kremlin o una residencia de la historia política: no. Es la casa de la fantasía, del espectáculo y de la creación de los artistas. Ellos deben poder hacer lo que quieran. Si quieren, pueden recrear un discurso facho o leninista, aunque quiero ver cuánta gente va. Pero lo más importante es sensibilizar sin miedo. Eso es no ser marrón. Y por eso ya le pedí permiso a Héctor Guido para convocar a marcas de auto japonesas y poner en la explanda del Solís unos autos iluminados como en el primer mundo, además de una gran alfombra roja para los invitados de gala, antes de ver una buena ópera japonesa.

    —¿Y qué le dijo?

    —Que está totalmente de acuerdo. Así que vamos a jugar al pequeño Hollywood uruguayo.

    —¿Qué artistas considera usted que son fundamentales para entender la identidad nacional?

    —Para mí, Blanes es tan importante y tan fundacional como Batlle y Ordóñez. Creo que él fue un instrumento válido para establecer la noción de nación. Si Artigas o el desembarco de los 33 orientales fue así o no, no lo sé, pero yo necesito verlo como los franceses necesitan ver “La balsa de la Medusa”, de Géricault. También debo decir que para mí ha sido clave Torres García. Y me parece que nos han pintado particularmente bien tipos como Alfredo Zitarrosa.

    —Terminemos conversando de su vida personal. ¿Usted se ha ganado muchos enemigos?

    —No. Yo soy tan neurótico como todos y, de pronto, invento enemigos donde no hay tales. Quizá uno necesite inventar que tiene enemigos para fortalecerse (risas).

    —¿Qué lo ha perjudicado más: ser homosexual, ser frontal o estar un poco loco?

    —Sin dudas, ser frontal, porque se ofenden, no te interpretan y creen que tenés intencionalidad. Lo alambicado, lo barroco, lo que no muestra la esencia, está bien visto. Pero yo prefiero ver la viga.

    —¿Qué es lo peor y lo mejor que usted ha hecho en su vida?

    —Lo mejor, ser bueno con la gente. Y lo peor, haber gastado tanto dinero.

    —¿Y quién es “Cacho” Bagnasco?

    —Soy un tipo que comunicaba en la época en que no existía la carrera de Comunicación, así como lo hacían otros colegas mejores que yo, soy un homo faber más que un homo sapiens, hago mucho más de lo que pienso, soy más infraestructural que superestructural y, por todo ello, soy productor. Así que no tengo problemas en arremangarme y barrer: pienso cosas brutales mientras lavo los platos. También me gusta cocinar mucho y, para terminar, soy una suerte de enciclopedista contemporáneo. ¿Qué pretencioso, no?

    Dos “genios” y una “trabajadora”

    ¿Cómo definiría personalmente al ex presidente Tabaré Vázquez, a la intendenta Ana Olivera y al periodista y empresario de medios argentino Jorge Fontevecchia?

    —Primero quiero aclarar que mi relación con Vázquez no es distante sino que, le diría, hasta familiar. Luego le contestaría que Fontevecchia es un genio y que logró el propósito que se propuso cuando tenía 15 años: la verdad es que tiene un verdadero imperio editorial. Vázquez es otro genio y se convirtió, en tiempo récord, de tesorero del movimiento aquel del “voto verde” a presidente. Eso habla de una rigidez y de una perfección... A mí, una vez me preguntó: “¿Qué tenés que plantearme?”. Y yo había dejado los apuntes en casa, así que le dije que no estaba preparado y que la reunión no estaba prevista. Pero él me contestó: “Dale, si lo sabés, ¿por qué no hablás? O sea, loco, si lo escribiste en tu casa, no seas gil, decilo.

    ¿Pero era un jefe generoso o arbitrario?

    —Generosísimo y, repito, un tipo genial. Si confía en usted —y yo soy un productor, es decir un marquetinero—, es capaz de aprobarle un proyecto a tapa cerrada. Y a su vez eso solo lo puede hacer un autoritario, porque no dejarme abrir una carpeta y aprobarla, ¿qué es? Confía en usted, y si no confía, lo echa.

    No mencionó a Olivera...

    —Ana es una mujer mucho más afectiva. Y también es una trabajadora sincera que merece todo el apoyo y la más buena de las interpretaciones de sus gestos por parte de la gente. Creo efectivamente que merece ser bien interpretada más allá del maniqueísmo.

    ¿Porque es comunista?

    —Por ejemplo. O porque es débil, porque no echa a no sé quién o porque Montevideo no está muy limpia. Ana se mata trabajando.

    Vida Cultural
    2013-01-10T00:00:00