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Días pasados, antes de comenzar un concierto en la Sala Eduardo Fabini, el concertino Daniel Lasca leyó una proclama de los músicos de la Ossodre en la que planteó la situación actual de la orquesta y los peligros que a juicio de los músicos la acechan. El hecho no es nuevo; ya en junio de 2013 se leyó una proclama similar y al comienzo del 2014 la conflictividad hizo suspender el primer concierto del ciclo sinfónico.
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En uno de sus puntos, refiriéndose a las autoridades del Sodre, expresan los músicos en su proclama: “Su modelo de gestión reformula el rol de los cuerpos estables: de generadores de cultura y difusores del acervo artístico nacional, al de vendedores de miles de entradas. (…) De los 168 espectáculos presentados en el Auditorio en 2014, solo ocho tuvieron a la Ossodre como protagonista. Al finalizar la actual temporada, nuestra presencia en este escenario habrá sido incluso aún menor”.
Sin duda esta es una cuestión clave. Lo primero que los músicos deberían entender es que la Ossodre no puede volver a ser, como en su época de oro, la habitante casi excluyente del edificio. Las nuevas autoridades han entendido, y creo que con razón, que el Auditorio no puede transformarse en otro ente deficitario más y que debe tener un presupuesto equilibrado o incluso superavitario. Para eso han concebido la gestión del auditorio como una sala multifuncional donde además de las tradicionales actividades sinfónicas, de ópera y ballet, se agregan las más diversas manifestaciones de la música y de la cultura popular, nacional e internacional. Es posible pensar que alguno de esos espectáculos no “sintonice” con la jerarquía de la sala. Pero dejemos lo micro para ir a lo macro: que un teatro venda entradas no es un pecado sino su verdadero sustento. Más aún: los músicos de la orquesta, junto con las autoridades, deberían explorar los caminos para que la Ossodre venda más entradas.
Es un dato objetivo y exacto que ese enfoque de sala multifuncional relegó a la Ossodre a una actividad ínfima en el año. Para mejorarlo habrá que agregar presentaciones de la orquesta. Pero para que esos conciertos que se agreguen tengan público, habrá que reanudar una tarea educativa desde abajo, con conciertos matinales para escolares y liceales, recorridas por el interior focalizadas en el público joven, espacios de talleres y otros etcéteras. Una tarea compleja y titánica, pero para quienes vemos hoy el promedio etario de los asistentes a los conciertos, la renovación de ese público es una tarea imprescindible y urgente. ¿O acaso los músicos de la orquesta no se dan cuenta de que si todo sigue como está, si no hay un golpe de timón en este aspecto, en poco tiempo no van a tener quien se siente en la platea a escucharlos? Las autoridades y los músicos tendrían que estar ya hoy reunidos alrededor de una mesa pensando y construyendo una estrategia para el futuro inmediato.
En otro punto la proclama expresa: “La Ossodre es víctima de un sistemático desmantelamiento y está en real peligro de extinción. (…) Actualmente, 52 profesores integramos la plantilla de músicos estables”. Explica que el último concurso para llenar vacantes se hizo en 2006 y que “desde entonces las vacantes generadas —que al día de hoy suman 47— se han estado cubriendo con artistas extras, contratados de manera absolutamente precaria.” Y culmina su razonamiento así: “Por desgracia para la cultura nacional, uno de los puntos fundamentales del proyecto de nuestros “gestores” es la modificación drástica de la estructura institucional de los cuerpos artísticos. Su propuesta (…) incluye la eliminación paulatina de los cargos presupuestados y su sustitución por trabajadores eventuales. Ello conduce inexorable y dramáticamente a la transformación de la orquesta nacional en un conglomerado sin identidad, integrado por instrumentistas freelance sin ningún arraigo y carentes de los más elementales derechos laborales”.
El peligro de extinción es posible por lo que se analizó más arriba, el envejecimiento del público y su posible desaparición. Pero no parece que la orquesta esté siendo víctima de desmantelamiento, al menos por los procedimientos que se describen en la proclama. La sustitución paulatina de trabajadores presupuestados por contratados es una bienvenida decisión de las autoridades. El funcionario presupuestado es inamovible; el contratado, en cambio, sabe que si no hace bien su trabajo no le será renovado el contrato. ¿Está mal? Si queremos una orquesta pujante, con músicos comprometidos con hacer su parte cada vez mejor, sabiendo cada uno que si no se supera puede haber otro al lado que lo haga mejor que él, este cambio de perfil institucional de presupuestados por contratados es imprescindible. Es así en el mundo. En ese mundo, la “identidad” de una orquesta depende de la excelencia de sus músicos y de sus directores estables. Y esa excelencia no es la consecuencia mágica de la inclusión en un presupuesto.
Decir que los músicos contratados carecen de los más elementales derechos laborales es una afirmación que resta seriedad a la proclama. Los funcionarios contratados carecen sí de la inamovilidad que, como todo Uruguay sabe, es el tumor enquistado en la administración pública que nadie se animó hasta ahora a extirpar. La contratación de los músicos puede revestir diversas modalidades jurídicas —no es este el lugar para analizarlo— y entre esas diversas posibilidades deberán acordar las dos partes en forma civilizada y con el asesoramiento correspondiente la que mejor proteja los derechos y deberes de la institución y de los músicos de la orquesta.
Escucho a la Ossodre desde hace más de 50 años y me gustaría seguir escuchándola muchos años más. Hacía la cola de madrugada en la calle Mercedes para comprar mi abono. Esa época pasó. Pasó traumáticamente con el incendio primero, con la dictadura después y con la veintena de años que insumió la recuperación de la sala desde la restauración democrática. En ese lapso se perdieron algunas cosas y se ganaron otras, cambiaron valores y enfoques. El mundo se hizo distinto. Si no se quiere ver esto y encaminarse al futuro pensando que debería reeditarse el pasado como en fotocopia, estaremos haciendo con la Ossodre otro Maracaná de nostalgia y frustración.
Hace falta realismo para ver que hoy las cosas no son como ayer, que si uno hace bien su trabajo no hay que temerles a los contratos y que está en la superación cotidiana de los músicos y del colectivo orquesta la única llave del progreso. Ese realismo es además imprescindible para no dar la batalla contra fantasmas que no existen, en una lucha estéril cuyo resultado más seguro será distraer a los músicos de la música.
Asumida la realidad, con todo el dolor que implica despedirse con nostalgia de un tiempo ido, autoridades y orquesta deben acometer sin pérdida de tiempo, con imaginación y coraje, la tarea de cómo dar a luz a esta nueva criatura que seguramente será bienvenida.