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    Columnista de Búsqueda

    N° 1952 - 11 al 17 de Enero de 2018

    , regenerado3

    Empezó el verano en Uruguay y la gente —que puede y que le gusta— se va a la playa. Cada quien tiene sus preferencias: filtro solar o bronceador, reposera o lona, bikini o malla entera. Los que parecerían no tener opción son los varones: prácticamente todos —niños, viejos, jóvenes, musculosos, flacos o pasados de peso— pasean sus cuerpos en shorts de baño hasta las rodillas. Resulta difícil imaginarse esa tela tan larga y mojada contra el cuerpo como algo cómodo. También parece raro el deseo de un bronceado que deje fuera una parte del cuerpo tan amplia. ¿Por qué, entonces, casi todos siguen una moda que parecería no ser la más apropiada para la playa?

    Los trajes de baño largos y holgados no siempre existieron, y antes la moda masculina era más corta y ceñida. A partir de la década de 1990, con las mallas de baño para surfistas, se impuso el estilo baggy, que es el que se usa hasta ahora en Uruguay. Más recientemente, han aparecido algunos shorts un poco más cortos, una moda que podría verse como más “europea”. El estilo que de ninguna manera logra imponerse en Uruguay es el de nuestros vecinos: la sunga brasilera, que se popularizó en los años setenta y ochenta. Cualquier varón que haya usado una sunga para ir a la playa en nuestro país, probablemente haya sido objeto de burla o haya recibido comentarios irónicos por parte de otros hombres. Ni hablar de la sunga less: aunque se pueden encontrar algunas ofertas en Mercado Libre, no parece ser una moda usable en playas uruguayas, ni tampoco en muchas otras playas del mundo.

    Mientras los observo, me quedo pensando en los cuerpos y su simbología, en los cuerpos como territorio político; algo que muchas mujeres se vienen cuestionando desde hace años. En campañas como Free the nipple (Liberar el pezón) en Estados Unidos, o el “tetazo” organizado el año pasado en Argentina, lo que se reclama es “el derecho de la mujer a mostrar su cuerpo”. Se preguntan por qué los hombres tienen derecho a exhibir su pecho públicamente, mientras el pecho desnudo de las mujeres es censurado en el espacio público (tanto en redes sociales como en playas o parques). Vuelvo entonces a todos esos varones enfundados en shorts hasta las rodillas, caminando al lado de mujeres en tanga, y pienso en la censura silenciosa de la cola masculina.

    “¿Qué pasa en el ‘atrás’?”, se pregunta el sexólogo uruguayo Ruben Campero (2013), buscando entender porqué las nalgas (y en particular el ano) son zonas corporales tan restringidas en los hombres. Como explica Elisabeth Badinter (1992), la masculinidad hegemónica se construye con base en tres grandes “negaciones”: ser un hombre es “no ser” un nin~o, “no ser” una mujer, y “no ser” homosexual. El sistema de autovigilancia y de vigilancia hacia otros varones está muy bien aceitado: los mandatos de masculinidad normativa se aseguran de mantener bien lejos todo lo que pueda estar asociado con lo femenino o lo homosexual, cualquier cosa que los pueda acercar a estos universos prohibidos es automáticamente rechazada y ridiculizada.

    El ano como zona erógena en el hombre provoca pánico: el erotismo “sobre cualquier orificio” está reservado únicamente para las mujeres o los homosexuales. Aceptar al ano como una zona de placer pone en riesgo las relaciones de poder establecidas, transformando a los poderosos “penetradores universales” (Preciado, 2014), en “cuerpos potencialmente penetrables” (devaluados, según la lógica hegemónica), y esto es inadmisible para un hombre. Así, los varones ven sistemáticamente restringidas las partes de su cuerpo con las que pueden disfrutar sexualmente, o ser disfrutadas por sus parejas.

    Como plantea Paul Preciado (2009), el ano no tiene sexo ni género, y está presente por igual en hombres y mujeres. Me pregunto entonces por qué los hombres heterosexuales no “reclaman”, como algunas mujeres, el derecho a mostrar su cuerpo: en este caso, el derecho a exhibir sus nalgas o a gozar del ano como zona erógena. No lo hacen porque el punto de partida en este caso es el opuesto: no mostrar determinadas zonas es precisamente lo que mantiene firmes los privilegios de la masculinidad hegemónica. Parecería entonces que para poder ver, finalmente, una flamante sunga less en el calor de las playas uruguayas, habrá que seguir esperando hasta que cambien las rígidas estructuras de poder prevalecientes.