N° 1947 - 07 al 13 de Diciembre de 2017
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEl culto de la tosquedad produce, entre otras calamidades, la de apagar las jerarquías y mostrar como iguales realidades que son diferentes, equiparar los méritos a las miserias, el conocimiento a la ignorancia, el bien al mal, la excelencia a la ineptitud. Hace un par de siglos Schopenhauer postuló la deplorable tesis, todavía no desmentida, de que en una época como la suya de nada servían los aplausos y las censuras, porque ambas especies, dijo, estaban vendidas al mal gusto dominante, al poder de turno, a la viciosa y antigua inclinación de la masa por todo lo que es confuso, grosero, feo, insignificante, colorido y, si es posible, ruidoso. A las gentes vulgares no les parece suficiente su habitual chapoteo en las banalidades; necesitan que otros, los que ellos ven más pequeños porque son más lejanos por estar más arriba, por haberse elevado, los acompañen, se envilezcan juntos; por todos los medios buscan que los excelentes padezcan el barro. A eso se le llama socialismo, justicia social, democratismo radical, nombres todos que revelan una misma y terrible verdad: no se trata de querer ser mejores, sino de impedir que otros lo sean; no se trata de alcanzar cada uno la mayor altura que su esfuerzo y talento le permitan, sino de sumar enanos uno al lado del otro para crear la fuerza por el número, la legalidad por simple amontonamiento.
Palurdo (en España le llaman despectivamente “paleto”) se nace y también se hace. Como no quiero controvertir con la ciega voluntad de los hados, poco me importan las fatalidades de origen; sería soberbia hostigar el misterio con vanas conjeturas o inventivas, y además resultaría inútil: la parte de Dios, eso que escapa a la voluntad y al carácter del hombre, aquello que rebasa el campo de la propia libertad, no es materia sobre la que se pueda discurrir con prescindencia de falacias y dogmatismos. Prefiero concentrarme, porque es más interesante, en el esfuerzo diario, abnegado de los palurdos que quieren colmar las posibilidades de su triste condición, y no de aquellos que trágicamente fueron marcados al nacer.
Quiero decir: lo sugestivo es el cursus honorum de precisamente el paleto al uso, el que quiere serlo, ese sujeto que en todas las horas de su vida pone lo mejor de sí para ser un poco peor cada vez. Lo hace según una escala que es fácil de identificar: primero opta por violentar las palabras, y le llama trabajo a una situación jurídica que no deriva del acto de esforzarse en torno a algo y consecuentemente fatigarse sino que es producto del puro vacío en sentido absoluto; desde esa postura que horizontaliza todas sus perspectivas, elige siempre los caminos más cortos: no piensa, repite lo que otros dicen; repugna de los matices porque no los entiende, prefiere siempre los contrastes; defiende exclusivamente sus derechos porque le han explicado (y le gusta esa explicación) que no tiene deberes. Una vez asentada esa abyecta segunda naturaleza se dedica a cultivarla mediante su préstamo o venta de consentimientos pasivos y votos activos a los políticos que están en el poder, no a los políticos en general como raza o rubro sino a los que detentan cargos que le puedan asegurar beneficios indebidos. Por último, al descubrirse en mayoría —porque la enfermedad se propaga siempre más que la salud— se vuelve prepotente, ejerce la intolerancia y termina por ser autor de los peores días de su patria. Si la suerte le es venturosa, puede que incluso también llegue a revistar en los elencos de gobierno. Y todo como sin darse cuenta; dándole rienda suelta a la mera inercia, que en ciertas situaciones y países, todo lo puede.
Thomas de Quincey caracterizó para siempre el peso de los pequeños actos en los grandes dramas; lo que puede convertir a un distraído asesino en un escándalo social: “Una vez que un hombre consiente en un asesinato, al poco tiempo comienza a darle poca importancia al robo; y del robo pasa a darse a la bebida y a la inobservancia del día del Señor, y de ahí solo queda un paso para la descortesía y la falta de puntualidad. Una vez que alguien ha comenzado a descender por este sendero, nunca se sabe cuándo podrá parar. Más de una persona ha sellado su ruina con algún que otro asesinato, al que en aquel tiempo no dio mucha importancia”.
Ciertos funcionarios que debemos soportar empezaron así, con una maldad a la que no le asignaron importancia. Hoy son monstruos.