N° 1908 - 02 al 08 de Marzo de 2017
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEs un agobiante mediodía sabatino. Salimos con unos amigos a la rambla. Quien conduce es una mujer con dos títulos universitarios. Hija de una maestra y nieta de un carpintero. Trabajando muchas horas logró comprarse un autito propio y por fin obtuvo su libreta.
He hecho ruta con ella y la he visto extremadamente precavida, respetuosa de todas las señales de tránsito, señalándome las barbaridades que conductores realizan con alma de asesinos.
Y hoy tiene la desgracia de rozar la pintura de un auto estacionado, tratando de hacer un giro en U. Aparece un cuidacoches: “¡Doña, qué hace, dónde sacó la libreta!”. Se acerca y podemos ver su rostro, se apoya en la ventanilla de mi amiga y le grita, o más bien, le aúlla: “¡No ve que el dueño me va a cagar!”. Y entre gritos e insultos, donde repite el “doña”, se va a buscar al dueño del auto, que está en un bar cercano.
Cuando llega el propietario mi amiga le da los datos de su seguro completo, pero el cuidacoches lo alienta: los machos, uno marginal y otro adinerado, se unen en el odio. Aquello es aterrador. Son femicidas en potencia.
El dueño del ostentoso auto rojo al final se va, luego de quejarse amargamente de que se le ha enfriado la comida.
Pero el cuidacoches sigue. Se inclina y torea al coche de mi amiga como para que lo atropelle al salir. Ríe. ¡Qué dientes! El rostro es como un cuero, de tanto alcohol que ha tomado.
Ha ganado en su tarea de cuidacoches buen dinero. El alcohol que ha pagado, fue obtenido de la cuota obligatoria de lo que los que estacionan le entregan para que insulte a las doñas que raspan la pintura. Esa es su tarea, su oficio de cuidador.
Plata dulce, plata negra, plata que no paga impuestos.
Días más tarde me encuentro en un hospital, entre cortinas. Se escucha el parloteo de las nurses y las enfermeras. Están furiosas. Hablan todas al mismo tiempo.
Trabajan dos turnos, en distintos centros. Están indignadas porque el 30 por ciento de ese pluriempleo se va para el gobierno, el IRPF, los impuestos. Y la tienen clara: ellas están convencidas de que esa plata que les arrebatan va para los que están con el “culo pegado a la silla sin hacer nada”. Están tan indignadas que se olvidan de que al otro lado de la cortina una paciente escucha todo.
Y una voz joven dice: “Hay que irse”. Porque lo único que le puede dar Uruguay a ella es trabajar día y noche hasta que le queden los ojos duros, para a los diez años poder comprarse una casita a pagar toda la vida.
Dicen que antes, trabajar extra, rendía más. Que eran horas extras para ellas, no para el Estado y la “manga de vagos”.
Y una llora lo que ha tenido que pagar por comprar productos para el baño: shampoo, cepillo de dientes, jabón, etc. Una bolsa con unas cositas, 1.200 pesos. El Uruguay es carísimo.
Plata salada. Blanca. Sudor y lágrimas.
Pero el cuidacoches tiene una ventaja. Además de no pagar impuestos, no necesita la bolsita de productos para higiene. Se ahorra los 1.200 pesos.
No se necesita estar limpio para insultar “doñas”.