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    Prototipo de varón

    No fue un gran cantor. Pero su imagen ha quedado grabada como el prototipo de esa masculinidad que fabricó el tango, la mejor personificación del “varón sin renuncias”, al punto que muchos lo llamaron “el heredero de Gardel”, una desproporción que su talante disimulaba: alto, elegante, atractivo para las mujeres, sonrisa resplandeciente, voz grave y rotunda y esa postura de caballero renacentista que otros no alcanzaban; acaso Julio Sosa, años después, se le haya aproximado.

    Pero Hugo del Carril —nacido en Buenos Aires como Piero Bruno Fontana el 30 de noviembre de 1912, cuarto hijo de Orsalina Bertoni y Ugo Fontana, italianos— fue, quizás ajeno a lo que los porteños le cargaban a la espalda, un artista polifacético: cantante, locutor, actor, guionista y director de cine y teatro.

    Tal vez la infelicidad de su niñez haya marcado ciertas facetas duras de su carácter:

    —Mis padres se separaron cuando yo tenía dos años y me abandonaron; me criaron mis padrinos franceses, Alina y Francisco Fauré, hasta que, a los quince años, volé. Nunca perdoné a mis padres. En fin, después, cuando estuvieron mal, los cuidé. Eso sí: jamás visité sus tumbas.

    Hugo del Carril, nieto del sociólogo Orsini Bertoni, exiliado en Uruguay por sus ideas anarquistas, no terminó el colegio: fue expulsado del Mariano Moreno por inasistencias; a los 16 años, mientras trabajaba en una fábrica de jabón y en una cristalería, integró el grupo Pierrot con los hermanos Leguizamón; luego fue cantor y locutor en Radio Bernotti bajo el seudónimo de “Oro Cáceres”; más tarde, acompañado de Emilio Castaing y Agustín Podestá, creó el trío París, hizo dúo con un amigo de la infancia, quien lo “bautizó” con el nombre artístico definitivo que inscribió en la historia del tango, cantó para la orquesta de Edgardo Donato y fue solista de varias radios —El Mundo, Nacional, Del pueblo y La Nación—, al tiempo que construía una alternativa que sorprendió a sus íntimos: hizo los estudios pertinentes y llegó a primer taquígrafo del Congreso de la Nación, cargo al que renunció al cabo de tres años. En 1937 fue contratado para cantar Tiempos viejos en el legendario filme Los muchachos de antes no usaban gomina.

    Su contribución al teatro, en múltiples espectáculos, y sobre todo al cine, abordando diversas responsabilidades, fue enorme. Antes de 1940 cantó y actuó en Madreselva, La vida es un tango, Gente bien, El astro del tango y La vida de Carlos Gardel, y en 1945 estrenó, junto a Libertad Lamarque, La cabalgata del circo, con la participación de Eva Duarte:

    —Con Evita hablábamos de muchas cosas, pero especialmente de las necesidades de la gente más humilde. Ella sentía, por su propio origen, que nunca negó, un gran compromiso con esa gente. Y más tarde fue fundamental para que Perón cristalizara los sueños de mi abuelo. ¿Cómo no me iba a hacer peronista?

    Al año siguiente, del Carril viajó a Méjico, donde filmó como actor, junto a Gloria Marín, La noche y tú y El socio. Al retorno, participó con Aída Luz de Pobre mi madre querida y con Sabina Olmos de Historia del 900, y enseguida grabó la mítica Marcha peronista, que hasta hoy resuena. Específicamente como director, y al mismo tiempo actor, hizo El último payador, Una cita con la vida (el debut de Graciela Borges), El negro que tenía el alma blanca (película de origen español) y la memorable Las aguas bajan turbias, su mejor trabajo.

    Esta película se basa en la novela El río oscuro de Alfredo Varela, anarquista preso por Perón. Del Carril habló con el general y se dio este imperdible diálogo:

    —¿Y por qué está en la cárcel?

    —Por mear frente a la Embajada soviética.

    Perón rió: —Ah… ¡lo liberamos! Al final, todos somos un poco comunistas…

    Ya añoso, del Carril siguió con el canto. Atrás quedó la prohibición de los militares que derrocaron a Perón y dos crueles encarcelamientos. Actuó con Tita Merello en parques de diversiones y fue visitante asiduo de Grandes Valores del Tango y locales nocturnos. Hoy se recuerdan sus mejores versiones: Muchacho de cafetín (olvidado tango de Manzi y Pracánico), A media luz, El porteñito y Malevaje.

    Tras sufrir un infarto se recluyó, deprimido. Empeoró su salud y el 13 de agosto de 1989 murió de un síncope cardíaco. Se casó dos veces y tuvo cuatro hijos. Ya en 1982 había hecho una reflexión premonitoria:

    —Todas las noches recorro a mis muertos. La lista es cada vez más larga, pero los evoco lentamente. Eso me acerca a Dios y así, despacito, me quedo dormido…