Nº 2182 - 14 al 20 de Julio de 2022
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáNo todo fue negativo. Por supuesto que quedará en la historia como un período trágico y traumático y está bien que así sea. Los miles de muertos en Uruguay y los millones en el mundo lo justifican. También el aislamiento, la paranoia, el quiebre de la vida en sociedad y otra cantidad de factores muy angustiantes y por lo tanto imposibles de olvidar. Pero a veces también conviene mirar más allá de lo obvio y rescatar algo de brillo en las cenizas cuando se apaga el fuego.
Por eso lo del título. Es una especie de provocación, un llamado de atención para generar una reflexión distinta y detenerse en lo que quedó a la sombra de aquellos meses catastróficos. Porque aquel golpe tan dañino también trajo algunas reacciones a destacar, aunque ahora parecen estar quedando en el olvido.
Semanas atrás, al brindar una conferencia en el Audi Zentrum Montevideo para varios empresarios de primer nivel, el economista y comunicador argentino Santigo Bilinkis centró gran parte de su exposición en ir a contramano y destacar lo bueno de la pandemia. Con un estilo muy didáctico, sacudió la modorra de lo políticamente correcto para dejar a gran parte del auditorio descolocado. Invitó a pensar, a mirar la realidad desde otra perspectiva. Lo hizo en general, hablando de los efectos de la emergencia sanitaria en el mundo y particularmente en Argentina, donde vive, pero muchas de sus reflexiones aplican a la perfección para Uruguay.
Hay varios ejemplos, algunos desarrollados por Bilinkis, sobre beneficios que llegaron con esa especie de apocalipsis que causó el Covid-19 y que duró casi dos años. El primero debería ser referirse a la solidaridad entre las personas y a que la tragedia hizo a las sociedades mejores y más unidas. Pero eso no ocurrió. Creo que a esta altura ya está bastante claro que no somos mejores personas que antes del coronavirus. Ni aquí ni en casi ninguna parte del mundo.
Pero la falta de certezas y la necesidad de buscar soluciones rápidas a problemas que eran imposible de prevenir dejaron en evidencia que algunas cosas se pueden hacer de otra forma y que eso no implica ningún drama. Al contrario, con el diario del lunes, hasta puede ser para mejor. La pandemia rompió, al menos por un tiempo, esa inercia tan instalada a no cambiar y eso es algo bueno.
Pasó en la educación. Por largos meses, todos los niños, los adolescentes y los jóvenes tuvieron que quedarse en sus casas y no concurrir más a las aulas. La enseñanza se transformó en virtual y perdió algo esencial e insustituible: la interacción cara a cara. Fue un período con un balance netamente negativo. Pero tuvo también un punto positivo, por más que haya pasado desapercibido: se terminaron las pruebas a libro cerrado. Escuelas, liceos, universidades y muchos otros institutos de enseñanza se vieron obligados a cambiar los métodos de evaluación porque les era imposible someter a los estudiantes a que muestren todos sus conocimientos sin ayuda externa de ningún tipo. No permitir copiar es un sinsentido si los que supuestamente no pueden hacerlo están en su casa.
Entonces, en varios lugares se recurrió a la presentación de monografías o trabajos con mucha más elaboración personal por parte de los estudiantes para evitar que solo se limitaran a memorizar respuestas ya preestablecidas. No más fechas, ni definiciones, ni conceptos aprendidos de memoria que a los cinco minutos de finalizado el examen se escabullen como arena de las manos. No más preguntar lo que se encuentra a un solo clic en Google. Eso ocurrió en muchos lados de golpe, por obligación y fue una pequeña revolución.
Pero ahora todos volvieron a sus aulas, a sentarse en los mismos bancos y en muchos lados a someterse a las mismas pruebas en las que solo se trata de repetir lo que después se va a olvidar. Una mayoría importante de centros de enseñanza eligió reinstalar esa zona de confort, por más que los cambios hubieran dado buenos resultados. Lo otro quedó como una anécdota en lugar de haber sido asumido como una realidad y de al menos tratar de incorporarlo como un elemento más, conviviendo con el viejo sistema.
Algo similar ocurre con el trabajo. Para el mundo laboral la pandemia también fue una gran revolución. Hay varias tareas que se siguieron ejerciendo de la misma forma, con presencialidad plena, porque no pueden hacerse de otra manera. Pero otras, muchísimas, tuvieron que incorporar el concepto de teletrabajo. No les quedó otra alternativa. En algunos casos no funcionó pero en otros se hizo evidente que era muy poco lo que cambiaba.
Una vez finalizada la emergencia sanitaria, algunas empresas incorporaron lo bueno de lo aprendido durante los últimos meses pero otras se aferraron al pasado por temor a que la situación se les vaya de las manos. En lugar de apostar a la productividad y a los resultados, se volvieron a casar con las formas. Y es probable que hayan desaprovechado una oportunidad para mejorar el clima laboral y de esa forma favorecer su propio crecimiento. Pero el cambio cuesta demasiado y asusta.
También durante la pandemia se facilitaron algunos trámites, se instalaron las consultas médicas telefónicas cuando no era necesaria la presencialidad y se hicieron mucho más cortas y esporádicas las reuniones exclusivamente protocolares y, en la mayoría de los casos, innecesarias. La imposición del aislamiento y de la distancia social generó que el tiempo compartido se aprovechara al máximo.
Hubo además algunas ramas de la actividad económica que pudieron explotar mucho más sus ventajas comparativas. Quizá el ejemplo más claro al respecto sea el sector audiovisual uruguayo. Según ellos mismos cuentan, nunca trabajaron tanto como los meses de emergencia sanitaria, con fronteras cerradas y encierro. Para muchas empresas extranjeras les era más beneficioso en esos momentos filmar en un país con pocos habitantes, muchas locaciones atractivas, profesionales de calidad y muy lejos de los extremos, tanto en clima, como en salud, política y hasta gastronomía. Fue un despegue para el rubro, dicen algunos de los involucrados. Otros se quejan de que no lo aprovecharon lo suficiente pero todos coinciden en que las mejoras son notorias. Otro punto a favor de los meses de pandemia.
A nivel general, el saldo que deja el tsunami del Covid-19 es muy malo. Más todavía: es trágico porque no hay nada más importante que la vida. Pero en ese sacudón generalizado de angustia, aislamiento y muerte salieron a la superficie algunos caminos que la mansa cotidianidad previa había mantenido enterrados. Taparlos de vuelta sería un gran error y así ocurrirá si solo unos pocos se animan a caminarlos.