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    Redondo

    Otello de Verdi en la Sala Eduardo Fabini

    El viernes 6, día del estreno, el público en el hall de entrada del auditorio Adela Reta mostraba desazón. El día previo se supo que el gran tenor uruguayo Carlo Ventre, que viajó hasta aquí para hacer el papel central de Otello, estaba indispuesto por una faringitis y su lugar lo tomaría el argentino Enrique Folger, integrante del segundo elenco. Ventre es un triunfador en los escenarios internacionales pero parece que cuando viene a su tierra, la alineación de los astros no lo favorece. En una entrevista que le hiciera el matutino El País publicada el jueves 5, declaró que el clima montevideano no le sienta bien a su garganta y que todos los problemas que padece aquí cuando nos visita, desaparecen cuando vuelve a Europa.

    Hace varios años una faringitis le impidió cantar aquí Il Trovatore. En octubre de 2010 otra lo sacó del elenco del Réquiem de Verdi que se hizo en el Auditorio Adela Reta. El año pasado se anunció su presencia en el Solís para el mes de agosto en el papel de Des Grieux de Manon Lescaut con la Filarmónica de Montevideo. Pero unos días antes de venir estaba cantando Turandot en la Arena de Verona y después de finalizar el primer acto debió abandonar el teatro en silla de ruedas por un insoportable dolor en los meniscos que le impedía mantenerse de pie. Por supuesto, ese percance truncó también su viaje a Montevideo. Y ahora que sí pudo venir, otra faringitis le cerró el paso a Otello el viernes 6 y también el domingo 8. Al cierre de esta edición, le quedan a Ventre dos funciones para poder mejorarse y salir a escena: el miércoles 11 y el sábado 14. Es como para decir que uno no cree en brujas, pero…

    El reemplazo de Ventre fue el argentino Enrique Folger, quien hizo un Otello encendido, muy equilibrado en voz y escena. Junto a él la soprano chilena Maureen Marambio como Desdémona y el barítono brasileño Rodolfo Giugliani como Yago formaron un trío sin fisuras. Marambio tiene una voz enorme que inunda cada rincón de la sala y un acertado temperamento dramático para transmitir el miedo y el desvalimiento; fue magnífica en el Ave María del acto final. Giugliani fue un Yago sinuoso, pegajoso y temible en escenas y contraescenas, que supo lucir teatralmente el doblez y la perfidia de su personaje. En lo vocal hizo gala de una maravillosa gama dinámica desde el pianísimo al fortísimo, con un Credo estremecedor en el segundo acto.

    Como ya es habitual, fue excelente el coro del Sodre preparado por Esteban Louise sobre todo en su mayor compromiso sonoro del primer acto. Muy correctos los uruguayos Gerardo Marandino (Cassio) y Marcelo Otegui (Lodovico) y la mezzo peruana Bettina Victorero (Emilia) y en roles menores los también compatriotas Álvaro Godiño (Montano) y Javier Mayo Cordero (Roderigo).

    La puesta en escena, totalmente argentina, fue un disfrute completo: una notable conjunción de luces, vestuario y escenografía. Empezando por la planta escenográfica de Enrique Bordolini: un círculo de dos pisos en madera con barandas y balcones en ambas plantas, que se abre y se cierra como lo harían dos manos atadas por las muñecas. Permite cómodos desplazamientos y, cuando está cerrada, la preparación en su interior de las escenas que vendrán. Ese entramado de madera cambia mágicamente de color con la iluminación, también de Bordolini, alcanzando un sugerente gris-negro sobre un fondo rojo sangre en el tercer acto, mientras Yago enreda a Otello y a Cassio en la telaraña de mentiras que culminará de forma sangrienta en el acto final. Media docena de asistentes vestidos de negro se mezclan con naturalidad entre el coro y los protagonistas cuando es necesario abrir o cerrar la escenografía o desplazar a un costado alguno de sus módulos. Solo en el cuarto acto desaparece esa planta para dejar paso al sombrío dormitorio de Otello y Desdémona donde solo hay una cama y un crucifijo.

    El vestuario de Sofía Di Nunzio es a todo trapo pero esa generosidad en el presupuesto con que debe haber contado la vestuarista, en ningún momento conspira contra su buen gusto en el manejo de la confección y los colores.

    Si ya todo lo que se viene diciendo es bueno, el espectáculo no habría sido tan redondo sin dos pilares fundamentales. Uno, la dirección musical del joven conductor chileno Pedro Pablo Prudencio. Porque supo traducir en la música este Verdi maduro, de sonoridades graves, con oleadas dramáticas de fuerza arrolladora, pero además porque esa expresividad no le impidió manejar de manera excelsa el balance con las voces. Su control en este sentido fue permanente y hasta obsesivo en su gestualidad, al punto tal que los problemas acústicos entre voces y orquesta que han aparecido en esta sala en otras funciones de ópera, aquí desaparecieron. No lo hemos visto a Prudencio como director sinfónico pero como conductor de ópera es desde ya de primerísimo nivel.

    El otro pilar fundamental fue el joven director de escena argentino Pablo Maritano. Hace ya muchos años que la ópera dejó de ser solo canto para ser canto y actuación. Pero este enunciado tan simple no es fácil conseguirlo siempre en los hechos. Se obtuvo con creces en este Otello. Los desplazamientos y la expresión corporal de todos es muy cuidada pero los tres protagonistas centrales, Otello, Desdémona y Yago, viven sus personajes con una notable convicción dramática que se transmite a los espectadores.

    Con estos esmeros de conducción musical y escénica, la ópera vuelve por sus fueros como un género de total vigencia. Aprovechen los rezagados; quedan dos funciones: viernes 13 y sábado 14.