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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáSolicito a usted la publicación de la carta que presentara el 14 de octubre pasado, en la cual renuncio a mi cargo de profesora titular, grado 5, efectivo, dedicación total del Departamento de Sociología de la Udelar, por acoso laboral. Si bien me acojo a un incentivo que la universidad otorga, el mismo no llega ni a compensar la pérdida por los salarios 13 y 14 que dejaré de percibir.
Atentamente, Adriana Marrero.
Montevideo, 14 de octubre de 2019
Sra. Decana de la FCS
Universidad de la República
Dra. Carmen Midaglia
Presente
Señora decana, consejeras, consejeros:
“Las causas de la libertad son mucho más importantes y mucho más luminosas que las anécdotas y las peripecias de quien las sirve”.
Estas palabras, que pertenecen al discurso del Dr. Leonardo Guzmán al aceptar el premio anual a la Libertad de Expresión del Pensamiento el pasado 20 de setiembre, expresan el ánimo con el que escribo esta carta. Lo que he vivido en esta universidad, mi peripecia concreta, durante 30 años, es menos importante que lo que mi breve relato denuncia: no es posible, aquí, pensar, producir conocimiento, divulgarlo, discutirlo, ni expresarse con libertad. No se trata de calibrar qué tan frecuente sea mi situación; lo grave es que ella pueda ser posible, en una universidad pública y laica. Las ciencias básicas, las ciencias formales, las tecnologías, no dependen, para su cultivo, de la opinión de aquello que estudian. Las ciencias sociales y humanas trabajan sobre la realidad y sobre la opinión de los actores sobre ella, y en el campo educativo, esto cobra particular interés sociológico, pero también político.
Por eso, reitero, lo que importa no es la frecuencia de los episodios de restricción de la libertad, sino la simple posibilidad de que ello ocurra. Lo que estremece es que haya investigadores que, como yo misma, han dedicado su vida a la enseñanza y a la educación, empujada por la profunda vocación docente que descubrí hace ya cuarenta años, y se vean impedidos de trabajar y de comunicar libremente los resultados de sus investigaciones, de discutirlos y someterlos al examen público, sin coerciones ni temores a quedar, de un día para el otro, en la calle.
En el día de hoy, me dispongo a renunciar a mi cargo. Lamento mucho verme obligada a tomar esta decisión, cuando todavía faltan nueve años de la fecha de retiro obligatorio, período durante el cual pensaba continuar mi carrera académica. Pero mi actividad académica no solo está lejos de ser normal. En los últimos años, se ha vuelto insoportable.
Toda universidad debería ser un espacio de libertad de pensamiento, de investigación y de enseñanza. Desde que asumí mi primer cargo de enseñanza en la Universidad de la República, en 1989, abracé esa libertad con total convicción y con plena conciencia de mi responsabilidad en la producción, difusión y enseñanza del conocimiento que yo fuera capaz de generar, en un campo, como es el educativo, de importancia vital para nuestro país y sus habitantes. Con ese espíritu, desarrollé una carrera prolífica que me llevó a ascender del grado uno al cuatro, siempre por concurso, en menos de 10 años.
Los siguientes 20 años, dedicados en cuerpo y alma a la universidad fueron años de esfuerzo y de lucha.
Los 10 primeros fueron de esfuerzo. Los usé trabajando en régimen de dedicación total en dos servicios simultáneamente —Humanidades y Sociales— dictando hasta cinco cursos distintos por año, ganando proyectos en CSIC y en la ANII, publicando artículos y libros, doctorándome “Suma Cum Laude”, ingresando en el SNI y ganando concursos para grado 4 en Sociología y dos concursos para grado cinco en Humanidades, todo esto mientras afrontaba la responsabilidad de educar, sola, a mi hijo adolescente —hoy docente en esta facultad— y de apoyar a mi hijo mayor, ya adulto.
Fueron, también, años de lucha, en los que fui encontrando, en mis lugares de trabajo, obstáculos crecientes para el desarrollo de mi actividad. Mi designación para los cargos de profesora titular, grado 5 de Humanidades, fue cuestionada “políticamente”, a pesar del reconocimiento de los tribunales de mis méritos académicos, tanto en investigación, como en enseñanza, en gestión y en extensión. Se me sometió a la autoridad de docentes de menor grado, se plagiaron mis trabajos, y finalmente, se me solicitó la renuncia. En aras de mi salud, en 2009, renuncié al cargo de grado 5 en Humanidades, y retuve mi dedicación total, pero retrocediendo en mi carrera al cargo de profesora agregada, grado 4 efectiva, en Sociología, con perjuicios de todo tipo. En Humanidades renuncié hace poco a un concurso de grado 5 para el Área de Educación en la que era la única presentada. Tal vez por ello, el expediente no se movió durante nueve años. Cuando finalmente renuncié a mi aspiración, el cargo se volvió a llamar y a llenar inmediatamente.
Dos años después gané mi tercer cargo de profesora titular, grado 5, esta vez en Sociología. Solo unos meses después de haber obtenido, como siempre, un excelente informe por mi desempeño académico como profesora en dedicación total, en 2013 el Consejo de Facultad, presidido por la decana Susana Mallo, me sancionó abreviando el período de mi cargo efectivo de cinco a tres años. Me enteré de esto en el extranjero, justo después de dictar la Conferencia Inaugural de un Congreso Internacional de Educación. En las actas de discusión y de resolución del Consejo, no se expresa causa alguna para una sanción de tal gravedad, ya que, de volver a producirse, quedaría destituida automáticamente. Si el CDC presidido por el rector Rodrigo Arocena trató esta sanción —lo que es preceptivo—, nunca se me comunicó. Tampoco se discutió mi recurso de revocación y jerárquico. Caí enferma por depresión. Pero no dejé de dictar mis cursos.
O, mejor dicho: los cursos que me dejaron dictar. De ahí en más, se me prohibió enseñar una de las materias para las que había sido designada: Sociología de la Educación, la que le fue confiada, otra vez, a alguien de menor grado. Podía seguir enseñando Teoría Sociológica, ya que, al parecer, los contenidos no comprometían los dogmas en los que se asienta la versión oficial sobre la educación: la negación de la capacidad transformadora que efectivamente tiene, el funcionamiento del sistema educativo, la estructura universitaria, la legitimidad de su gobierno y de los criterios internos para la evaluación de su desempeño como institución pública, gratuita y de libre ingreso.
Junto con mi libertad de enseñanza, se fueron cortando también los fondos para investigar, la provisión de materiales y de ayudantes, y cayó a cero la provisión de equipos, la gestión de proyectos internacionales que traje a la universidad cuyos fondos se perdieron, la publicación de mis trabajos, la participación en tribunales y en comisiones, la comunicación de los seminarios y conferencias que lograba organizar con profesores extranjeros invitados, y tantas otras actividades que son constitutivas de la propia creación de conocimiento, de la formación de nuevos investigadores, y de la producción de vida universitaria y de su participación activa en ella. Pese a mi insistencia, año tras año, en dictar un curso sobre educación, mi situación actual es tal que no me permite cumplir con el número de horas mínimo reglamentario de clases para solicitar la renovación de mi cargo como profesora titular efectiva. En esa situación me pone la universidad misma.
Incluso este año he denunciado ante el Decanato, por escrito, maltratos graves, burlas y presiones indebidas para que no hiciera uso de mis derechos funcionales, por parte de las nuevas autoridades de mi Departamento. Así no se puede hacer ciencia. No se puede enseñar. No se puede trabajar.
La universidad, gracias a la gratuidad que permitió mi formación inicial, me ha mostrado de lo que yo era capaz, viniendo de una familia de clases populares cuyos padre y madre apenas habían terminado la primaria. También me ha mostrado hasta dónde podía llegar, y trazó la línea con total nitidez y persistencia durante casi dos décadas.
Hoy dejo la Universidad de la República, pero no abandono mi tarea intelectual. No tengo otro trabajo esperando afuera; nunca tuve un plan B. Pero tengo muchas más ideas sobre las que trabajar y comunicar, y mucha más gente a la que formar. Hay pensamiento fuera de la universidad. Pero, sobre todo, hay libertad para hacerlo sin temer las consecuencias. Ganaré menos, mucho menos; no gozaré de aguinaldos, ni del salario número 14 para invertir en libros y en otros insumos académicos, no tendré posibilidades de solicitar financiamientos, los cuales, igualmente, me son negados. Pero conservaré la dignidad que las autoridades de la universidad, en estos últimos tres períodos, ha querido quitarme. Ya no temeré ser destituida sin causa legítima alguna: renuncio.
Por todo lo anterior, solicito a la Sra. Decana y a los Sres. y Sras. Consejeros y consejeras:
Se me dé por presentada, con plazo suficiente para que esta nota sea tratada antes del 31 de octubre de 2019, tal como establece el reglamento en el cual me amparo.
Se acepte mi renuncia al cargo de profesora titular, grado 5, efectiva, al Departamento de Sociología de esta facultad y al régimen de dedicación total, a partir del día 1° de enero de 2020, a fin de acogerme a los beneficios jubilatorios.
Se me autorice acceder al incentivo otorgado por la universidad (Resolución N°15 del 18/12/2018) a docentes con más de 30 años de enseñanza y más de 20 años de régimen de dedicación total, extremos que se pueden acreditar por mi expediente funcional.
Se me autorice a continuar las tutorías de los estudiantes de posgrado cuyas tesis me encuentro dirigiendo en la actualidad, de forma honoraria.
Sin más, los saluda atentamente,
Adriana Marrero