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    Rojos contra nacionales

    Los 80 uruguayos que combatieron en la Guerra Civil española

    “El emblema del yugo y las flechas que lleva el Generalísimo en su guerrera es de acero y está fundido con cascos de metralla extraídos del cuerpo de camaradas nuestros muertos en el campo de batalla”.

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    La frase, extraída por el historiador Carlos Zubillaga en Una historia silenciada. Presencia y acción del falangismo en Uruguay, 1936-1955 (Ediciones Cruz del Sur/Linardi y Risso) fue publicada en la Página Española de la edición del 28 de enero de 1938, en el diario uruguayo La Tribuna Popular.

    El Generalísimo no es otro que Francisco Franco, quien el 18 de julio de 1936 había encabezado la rebelión contra la II República española, dando comienzo a una guerra civil que se extendió hasta abril de 1939.

    El emblema del yugo y las flechas, símbolo de la Falange, estaba también presente en la iglesia del Cordón cuando —según Zubillaga, que acaba de editar el tomo II de Una historia silenciada— se produjo un “ritual funerario inusual”.

    En noviembre de 1938 se había oficializado la muerte de José Antonio Primo de Rivera, silenciada desde dos años antes, y en la parroquia ubicada en la avenida que homenajea otro 18 de Julio, la Falange dispuso que durante dos días las banderas de la organización permanecieran a media asta y que todas las luces fueran veladas con crespones. También se instaló una capilla ardiente, rezándose rosarios continuados cada media hora, hasta que a las cinco y media de la madrugada —hora del fusilamiento del líder del fascismo español— el capellán de Falange rezó un rosario y responso solemne en una misa en sufragio del alma de José Antonio, a la que los afiliados debieron asistir de forma obligatoria y vestidos con la camisa azul del movimiento.

    No fueron las únicas manifestaciones públicas de los simpatizantes del fascismo español en Uruguay. El historiador recoge también una cita del diario ABC Sevilla, pero advierte a sus lectores que quizás es una crónica algo exagerada: “Falangistas venidos de todos los puntos de Uruguay han colaborado con la realización de este Congreso, que por estar la Casa de la Falange  instalada precisamente junto a la catedral, ha constituido un motivo de fervorosa exaltación a España. En los balcones de los locales ondeaban gallardamente las banderas de España y del Movimiento, que luego fueron llevadas desplegadas a lo largo de dos kilómetros entre vítores ensordecedores del enorme gentío que llenaba las amplias avenidas”.

    Los simpatizantes del gobierno de Burgos organizaban comidas de “plato único” para juntar dinero y crecer en influencia política, en reuniones  donde se cantaban los himnos fascistas y nazis, entre ellos el clásico Cara al sol.

    “El casi dictatorial presidente (Terra) y el presidente electo (Baldomir) tienen indudablemente inclinaciones fascistas, pero la mayor parte de la opinión pública se inclina por el punto de vista democrático en relación a España”, resumió el representante británico en Montevideo, sir Millington Drake en un informe secreto enviado al Foreing Office en 1937.

    Terra y Baldomir no eran los únicos con esas simpatías. En 1959, cuando ya la dictadura de Franco estaba consolidada y los blancos habían llegado finalmente al gobierno, el joven Luis Lacalle Herrera visitó la tumba de José Antonio y plasmó sus emociones en un libro: “Hemos balbuceado por su alma una oración; le hemos dejado cinco rosas, ‘las flechas de mi haz’, con él hemos estado una vez más ‘Cara al sol’”.

    Los rojillos uruguayos. 

    Anarquistas, socialistas, comunistas, batllistas y antiterristas independientes libraron su batalla del lado republicano. Igual que los que apoyaban a Franco recorrieron el país y juntaron dinero, ropa y joyas para ayudar a los combatientes.

    Al menos 80 de ellos (seis mujeres), además, dejaron su tranquila vida en Uruguay y se alistaron como voluntarios. Como a la postre ese bando resultó perdedor, los uruguayos que sobrevivieron, salvo dos que cayeron presos, tuvieron que salir en desbandada de España.

    Casi 80 años después de finalizada la guerra, un equipo formado por tres investigadores españoles —Sergio Yanes, Carlos Marín y María Cantabrana— se dedicó a recoger testimonio y a cruzarlos con documentos que reunieron en un libro y en Internet (columnauruguaya.wordpress.com).

    Papeles de plomo. Los voluntarios uruguayos en la Guerra Civil española (Ediciones de la Banda Oriental, 2017), está dedicado a la “A la memoria del Uruguay antifascista”, de modo que no oculta su simpatía con el bando republicano.

    Yanes, Marín y Cantabrana tuvieron acceso a documentos con biografías de militantes del Partido Comunista de España (PCE) guardados en la Agencia Federal de Archivos en Moscú y a los archivos de Luce Fabbri en Amsterdam, entre otros.

    Unos 22 de los 80 voluntarios eran comunistas. La mayoría de ellos integraron las Brigadas Internacionales, aunque otros lo hicieron en unidades regulares del Ejército de la República.

    Las Brigadas Internacionales fueron formadas a instancias de Moscú, cuando quería evitar un choque directo con la Alemania nazi. Reunió en total a unos 40.000 voluntarios de todo el mundo. Una cuarta parte de ellos murió en España.

    Los investigadores identificaron a 18 de los uruguayos que integraron las Brigadas Internacionales.

    Hugo Fernández Artucio (padre del ex vicepresidente y ministro de Trabajo colorado Hugo Fernández Faingold) era socialista y también se sumó a las Brigadas Internacionales. Le tocó pelear en las sangrientas batallas de Brunete y Jarama.

    Otra vertiente de voluntarios era la anarquista. Eran jóvenes como José Gomensoro y Virgilio Bottero, que siguieron el llamado del entonces fuerte anarcosindicalismo de la CNT-FAI y que en Montevideo tenían como referentes a Carlos María Fosalba y Luce Fabbri.

    Además de López Silveira, se alistaron otros dos militares: Alberto Cabot y Luis Touyá. Este último integró La Gloriosa, la aviación republicana, y cayó en combate aéreo no sin antes haber derribado cuatro Junkers Ju 52 en los cielos de Madrid.

    En total, ocho de los 80 voluntarios murieron en operaciones de combate contra las tropas de Franco. Otros dos fallecieron en campos de concentración; uno en Francia y otro en Alemania. Pedro Trufó cayó abatido por balas comunistas. Perdió la vida en medio de un crudo enfrentamiento con cientos de muertos que se produjo en mayo de 1938 dentro del bando republicano en Cataluña, entre comunistas y anarquistas.

    Los archivos moscovitas visitados permitieron también conocer acerca del desempeño en la guerra de voluntarios no comunistas. Dos ejemplos son Ramiro Toha Durán, que llegó a sargento de la 150ª Brigada Mixta. Los informes lo describen como disciplinado y “buen antifascista”. No es el caso de Alejandro Washington Villalba, al que los documentos presentan como soldado con poca voluntad, antifascista pero sin fervor, sin actividad política e interesado solo en aquello que atañe a su vida personal. Para peor, fue acusado de ausentarse a menudo y sin permiso.

    Papeles de plomo.

    Aunque no lo conocieron personalmente, los investigadores entraron en contacto por correo electrónico con Wladimir Turiansky, un exsindicalista y dirigente comunista uruguayo que sin proponérselo les dio el título del libro. Este expreso político contó que cuando era un niño, su madre lo llevaba a recorrer el barrio del Buceo y él tenía la tarea de recoger papeles de plomo que recubrían los chocolatines, cajillas de cigarrillos y bombones  “que luego se entregaban en los comités y se enviaban para fabricar balas para los milicianos”.

    Una bala franquista mató al melense Felipe Torres, que había sido ascendido a sargento durante la famosa batalla del Ebro, donde unos 17.000 murieron y 65.000 cayeron heridos.  Al menos seis uruguayos tomaron parte de esa prolongada batalla que buscó, sin éxito, extender la contienda hasta la declaración oficial de la II Guerra Mundial y así contar con más chances de salvar la República.

    En esos días, el carmelitano Regino Báez Quintana llegó a España con 40 años de edad y se enroló como soldado en la XV Brigada, en el batallón Abraham Lincoln (donde por primera vez afroamericanos mandaban a blancos) o en el Dimitrov. Báez estuvo brevemente en la guerra, porque a los pocos días el presidente Juan Negrín firmó el decreto de desmovilización de las Brigadas Internacionales.

    No todos los uruguayos se fueron enseguida de España. Algunos como el Tape López Silveira, Abraham Setty, José Palacio y Juan Pinto, se alistaron en el ejército regular de la República. Fueron acantonados en La Garriga (Barcelona) y luego en La Selva (Gerona), pero finalmente no les quedó otro camino que buscar la frontera francesa.

    Sobrevivir a la derrota.

    Unos cuantos, luego de cruzar los Pirineos, a pie y en harapos, pasaron por los campos de concentración franceses. Uno de ellos, Román López Silveira, murió, probablemente de meningitis, en el hospital de Perpignan luego de pasar por el infierno de los campos de Argeles sur Mer y Saint Cyprien.

    “La vida en los campos de concentración (franceses) es espantosa; terrible”, escribió Salvador Loy Keplach, uno de los liberados que en junio de 1939 pidió en Montevideo por “varias decenas de compatriotas uruguayos que están pendientes de vuestra solidaridad”.

    El único sobreviviente que pudo ser entrevistado para el libro se llama Rafael Cárdenas. Contó que al perderse la guerra, luego de pasar un par de semanas en un desolado cementerio de coches, logró juntarse con su padre, Fernando Cárdenas, quien lo llevó al consulado de Uruguay en Perpignan.

    El cónsul no se convencía porque los documentos decían que eran españoles. Pero, desesperado, Fernando decía que el resto de su familia estaba en Uruguay y se puso a revolver entre sus cosas y encontró un recorte de la sección deportes de un diario uruguayo, donde su hijo aparecía en una foto como ganador de una regata.

    “Esta es la única prueba de que dispongo. El ganador es mi hijo”, dijo, y señaló orgulloso al joven a su lado, que miraba al cónsul. El funcionario aflojó de inmediato y les abrió el camino a Amberes y Montevideo.

    Antolín Gaspar Martínez sobrevivió al campo francés de Gurs, pero fue detenido por la Gestapo en octubre de 1940 y murió al año siguiente en el tenebroso campo de concentración nazi de Mauthausen.

    El anarquista Sol Ladra tuvo mejor suerte. Después de superar a duras penas la prueba de las cárceles franquistas regresó a Montevideo y comenzó una nueva vida. Luego, la dictadura no lo molestó. Ya muy mayor, en 1984, vio pasar el cortejo del tupamaro Adolfo Wasem, entre banderas rojas y negras, desde el balcón de su casa. Ladra entró y le dijo a su mujer: “He visto banderas rojas y negras. Al final hemos triunfado”.