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Rosario (enviado, Juan Pablo Mosteiro). “A mis amigos les llama la atención el aspecto humano que le da relevancia a Rosario. El turista hace referencia a la gente, a sus protagonistas, cuando habla de ella: Alberto Olmedo, Roberto Fontanarrosa, Angélica Gorodischer, Fito Páez, Juan Carlos Baglietto, Gato Barbieri, Libertad Lamarque, Che Guevara y tantos otros que definen el perfil y la fisonomía de esta ciudad”. La frase del Negro Fontanarrosa, dibujante y escritor rosarino de pura cepa resume la esencia de una ciudad considerada “hermana” de Montevideo por su “escala humana” y pueblerina, a diferencia de Buenos Aires, y también ribereña, que mira al río Paraná y se prodiga en figuras reconocidas, cuya lista es interminable: la leona Luciana Aymar, Jorge Fandermole, Valeria Mazza, Litto Nebbia, Elvio Gandolfo, Darío Grandinetti, César Luis Menotti, Marcelo Bielsa, y, por supuesto, Lionel Messi.
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En 2017 Rosario creció 75% en las búsquedas que hacen los uruguayos en Google como eventual destino turístico, dijo el secretario de Turismo de Rosario, Héctor Pichi De Benedictis, con base en datos oficiales. La municipalidad rosarina mira a Uruguay como “mercado emergente”, aseguró a Búsqueda De Benedictis, quien dijo que su Secretaría apuesta “fuerte” a esa “relación de hermandad” entre Rosario y Montevideo, donde días atrás presentó sus principales atractivos turísticos y culturales bajo el eslogan “En Rosario sos vos”.
Mirando al río.
Ubicada a solo siete horas en auto de Montevideo, Rosario (un millón de habitantes) es la ciudad más poblada de la provincia de Santa Fe y la tercera del país, detrás de Buenos Aires y Córdoba. La Chicago argentina, que ignora sus propios orígenes y en cuyas barracas Manuel Belgrano hizo jurar la bandera celeste y blanca en 1812, vivió el auge de la “pampa gringa” con la inmigración europea y la exportación de trigo y carnes del siglo pasado, y sobrevivió a varias crisis —la última, la del campo, en la ‘era kirchnerista’.
Desde los 90 Rosario se reinventó como ciudad turística y de servicios con más de 10.000 plazas hoteleras, grandes torres de oficinas, centros comerciales y un casino hotel que evoca a Las Vegas: el City Center, donde Messi y Antonella Roccuzzo festejaron su boda en 2017. Y, sobre todo, volvió a mirar al río: demolió las rejas y obras del viejo puerto y las terminales ferroviarias —que ahora son centros culturales—, y abrió más espacios verdes sobre el paseo costanero, ideales para familias con hijos. Rosario también busca quitarse de encima el estigma de violenta, por las luchas relacionadas a las mafias del narcotráfico en los barrios marginales de las afueras de la ciudad.
A poca distancia de Córdoba y de Buenos Aires, bien conectada por las autopistas, el aeropuerto y el puente hacia Victoria, Entre Ríos, Rosario se convirtió en estos años en “una ciudad de escapadas” para los turistas nacionales que eligen viajar los fines de semana largos. “Ahora queremos sumar a nuestros hermanos uruguayos”, dijo el secretario de Turismo y también músico rosarino. De Benedictis destacó entre los atractivos de la ciudad, los grandes parques, los bulevares del centro con sus bares míticos y los paseos a orillas del río, entre restaurantes y gente practicando deportes (cierran las principales arterias los domingos con ese fin), y también su oferta gastronómica, en la que destaca el pescado de agua dulce — boga, dorado, surubí y el delicioso pacú al limón— a lo largo del tradicional Corredor La Florida, con sus mansiones sobre barrancos, clubes de pesca y parrillas.
Referencia ineludible de la ciudad son los 10.000 metros cuadrados del Monumento a la Bandera, inaugurado en 1957, con su pasaje Juramento, un paseo construido en mármol travertino de San Juan; su enorme escalinata, escenario de fiestas populares; sus esculturas libertarias; su llama eterna al soldado desconocido, y su torre de 70 metros de altura, la Proa, que ofrece una estupenda vista de Rosario y del río.
Muy cerca está el casco antiguo, donde nació la ciudad, alrededor de la capilla del Rosario; allí destaca la Catedral, la plaza 25 de Mayo y el Palacio Municipal o Palacio de los Leones, y el Correo Central. El teatro El Círculo es otra visita recomendable; inaugurado en 1904, es el más importante después del Teatro Colón. Allí actuaron desde primerísimas figuras de la ópera, como el tenor italiano Enrique Caruso hasta Lali Espósito, y fue sede del Congreso Internacional de la Lengua Española de 2004, en el que Fontanarrosa hizo reír a los reyes de España al hablar de las malas palabras.
El Parque Independencia —“el parque” para el rosarino—, pulmón verde de la ciudad desde 1902, donde se encuentra el estadio del Club Newell’s Old Boys —en el que debutó Messi—, el Jardín de los Niños, un lago artificial, un rosedal y hasta un hipódromo. En frente está el racionalista Museo Municipal de Bellas Artes, con una colección de 3.000 obras, referencia artística de Rosario.
Afluente creativo.
El ancho, tranquilo y achocolatado río Paraná ofrece las mejores panorámicas de la ciudad, donde se multiplican islas, bañados, arroyos y lagunas. Turismo estima que en verano más de 20.000 personas cruzan el río hacia los recreos ubicados en los paradores isleños, para tomar sol, ir a pescar o hacer excursiones. Lo usual es dar un paseo en barco por el Alto Delta del Paraná, que une a Rosario y Entre Ríos. En las islas hay una escuela a la que las maestras cruzan a diario en barco desde Rosario para enseñar a 26 niños del pueblo entrerriano de Chariué.
Otra visita turística obligada a Rosario es el bar El Cairo, desde 1943 en la esquina de Sarmiento y Santa Fe, del que Fontanarrosa era habitué y en el que ambientó muchos de sus cuentos, inspirado en la bohemia y tertulias de la famosa “mesa de los galanes” —que aún se conserva con fotos del Negro bajo el cristal de la mesa—, un “placentero momento de relax en las tardecitas rosarinas”. En ese bar, ubicado a media cuadra del emblemático Hotel Savoy, y que también frecuentó el catalán Joan Manuel Serrat, abundan platos clásicos como el carlito, un normalísimo sándwich tostado con ketchup.
Olmedo, el otro Negro famoso de Rosario, nació en el barrio Pichincha. El culto al Capitán Piluso se refleja en varias estatuas, una en Parque Norte, donde el capocómico sonríe sentado para la foto entre ferias de artesanos, y otra en la esquina del Negro, en Pichincha, cuyas calles albergaron “el prostíbulo más grande de América”: sumaba hasta tres cabarets y burdeles por cuadra. Si bien hoy el barrio está poblado de bares de moda, anticuarios y galerías de arte, aún sobreviven leyendas urbanas como patrimonio arquitectónico de su pasado prostibular, como el Madame Safó, descrito por Juan Carlos Onetti en Tierra de nadie.
El calor húmedo del río resulta agobiante en ciertas tardes de verano. La mejor época de Rosario es otoño o primavera, aunque “es parte de la mística rosarina caminar pegoteados”, bromea el dueño del Churrasquito, que ofrece bocados de salchicha con chucrut, cerveza patagónica con sal marina y churros de papa. El local está en el Mercado del Patio, unos antiguos galpones reconvertidos en espacio comercial y de abasto, al estilo del Mercado Agrícola montevideano.
Otra opción es pasear por la capital del helado artesanal —este año consumió más de cinco toneladas en tres días de fiesta— a orillas del río, visitar las playas —públicas, aunque con un costo mínimo de acceso—, recorrer el bulevar Oroño entre árboles centenarios y mansiones con detalles art decó. Y ya sobre la costa norte, la zona canalla del Gigante de Arroyito, estadio de Rosario Central y su caribe canalla, una pequeña playa del club.
Entre el paseo náutico y gastronómico, destaca el Acuario del Paraná —una imponente estructura de tres niveles con 10 peceras gigantes y juegos didácticos interactivos—, inaugurado el 9 de febrero, con el Laboratorio Mixto de Biotecnología Acuática, dedicado a investigar y conservar la biodiversidad del Paraná, uno de los ríos más caudalosos del continente, con 240 especies de peces, casi un centenar de las cuales pueden verse en el acuario.