Todos lo sabemos: en las reuniones de amigos y en las familiares siempre se habla de las series. Las recomendaciones, las discusiones, los descubrimientos y la indignación por los spoilers ya forman parte de las sobremesas, las charlas de café o de cualquier reunión entre dos o más personas.
Las series que nos acercan las plataformas (Netflix, Amazon, Paramount y otras) se han convertido en un tema de conversación, tal vez uno de los más frecuentes. “¿Cuántas episodios tiene?”, “¿ya empezó la segunda temporada?, “¿en qué plataforma la están dando?”, son preguntas frecuentes que no existían hace 10 años. Y aunque el término serie puede incluir diferentes géneros, todos sabemos a qué nos referimos cuando pedimos una recomendación: entretenimiento, tema interesante, duración ideal (una hora que puede convertirse en dos o en una “maratón”). Es lo más parecido a los folletines del siglo XIX cuando los lectores esperaban ansiosos que apareciera el diario para leer la continuación de Los misterios de París de Eugenio Sue o de Juan Moreira de Eduardo Gutiérrez. Gracias a las plataformas y a la cantidad de señales de cable, las series se han multiplicado al infinito y siempre nos comentan de alguna que no vimos y que ni siquiera sabíamos de su existencia. Por lo general son norteamericanas o inglesas, pero también hay españolas, danesas, coreanas, canadienses, sudafricanas… Y también, argentinas.
Hace ya casi un siglo que el gran crítico Siegfried Kracauer escribió que las películas reflejan la realidad no porque la representen fielmente sino porque plasman los deseos de una sociedad y a veces cuanto más falsas son más cerca están de la verdad (la verdad de la imaginación). Las series sobre los millonarios que están tan de moda, sobre todo si son norteamericanos y viven en Manhattan, pueden no ser muy fieles a la verdad pero retratan una ambición más o menos inconfesable que tienen sus consumidores. ¿Podría entonces verse el estado de una sociedad por medio de las series que produce y del funcionamiento de las plataformas? ¿Indica la producción local —como fue el caso de la uruguaya Feriados— una radiografía de un estado de la sociedad o más bien responde al consumo global en un mundo capitalista?
Antes que responder a estas preguntas, hay que tener en cuenta, aunque sea obvio, que el consumo de las series puede ser muy manipulado. No solo las plataformas cuentan con estadísticas muy exactas y detalladas que permiten predecir y hasta provocar comportamientos sino que realizan muchísima publicidad encubierta y muchos comentadores o periodistas escriben como parte del aparato publicitario (eso significa un duro golpe para la crítica tal como la conocimos en la modernidad, cuando implicaba una mirada intransigente e independiente). Es difícil encontrar notas en Internet que no sean promovidas por las mismas plataformas y las estadísticas que nos llegan no siempre son confiables. Pese a semejante poder que se inmiscuye en nuestra intimidad (HBO o Star saben cuándo dejamos de ver una serie, qué búsquedas hacemos o en qué momentos del día las consumimos), nada les garantiza la obtención de un éxito. ¿Por qué una serie como División Palermo se transformó en un éxito inmediato? ¿Qué es lo que hace que se hagan series como Santa Evita o María Marta? ¿Son el resultado del trabajo creativo, de encuestas en focus groups o de imponderables que ni los más avezados productores pueden prever?
Entre las series argentinas más exitosas de los últimos años se encuentran el reestreno de Okupas, El encargado, María Marta, El marginal, Santa Evita, Iosi el espía arrepentido y, en el último mes, División Palermo.
Si menciono Okupas es porque fue realizada antes de la existencia de las plataformas. Su reestreno en Netflix no solo alentó una vinculación entre el presente y la crisis del 2001 (año de su emisión por la televisión pública) sino que reconoció su papel pionero en un tipo de historias (marginalidad y delincuencia) que había surgido en los años noventa con Pizza, birra, faso (1997), considerada el film inaugural del Nuevo Cine Argentino.
Obviamente, es un tema muy antiguo (Apenas un delincuente, una de las mejores películas argentina de todos los tiempos, es de 1949), pero el género se ha renovado en una sociedad obsesionada con la inseguridad. Con un estilo realista y documental, Okupas, como después Tumberos o El marginal, se centra en los desechos del neoliberalismo y convierte a los personajes lúmpenes en héroes de la ficción. Esta fascinación con los delincuentes hunde sus raíces en los malditos modernos, desde Baudelaire a Bukowski, sin duda, pero series como El marginal muestran las cárceles como lugares de una crueldad infinita y una corrupción sin límites, aunque con actores que son verdaderos galanes (Juan Minujín, Martina Guzmán, Nicolás Furtado). Y aunque es obvio que se trata de una ficción (y de que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia), el espectador no puede dejar de pensar que hay cosas que son realmente así y tal vez peores (sobre todo desde que se conoció que en el penal de Sierra Chica los presos usaron la cabeza de uno de ellos para jugar al fútbol). La insalubre vida en la cárcel, que series como El marginal retratan a la vez que exageran, se convierte en el lugar en el que merece estar y a la vez el lugar en el que se suministra una forma rara de la justicia. Eso fue lo que surgió con los comentarios mediáticos sobre el destino de los condenados por el crimen de Fernando Báez Sosa que tuvo en vilo a la sociedad argentina durante todo enero. “Que se pudran en la cárcel”, “justicia es perpetua” o el muy repetido “los presos ya prepararon el recibimiento que se merecen”, son algunas de las frases que se repitieron hasta el hartazgo en medios y redes (como si los presos fueran también agentes de la ley). Obviamente, no hay una relación causal ni las series tienen ninguna responsabilidad en la circulación de esos discursos, pero sí queda claro que el tema de la inseguridad y qué hacer con los que cometen delitos obsesiona a los argentinos como a casi todos los otros países del mundo pero con una intensidad y una idiosincrasia particular.
También en las series cómicas del momento el tema gira alrededor de la seguridad pero en clave satírica y con personajes menos violentos: no la policía o los delincuentes sino una guardia urbana o el cuidador de un edificio. El encargado, creado por Mariano Cohn y Gastón Duprat, toma uno de los personajes porteños más emblemáticos (los cuidadores de los edificios tradicionalmente llamados “porteros”) y cuenta la previa a la reunión de consorcio en la que lo echarán de su vivienda en la terraza para construir una piscina. La otra es División Palermo, que se estrenó hace pocas semanas y ya es un éxito increíble. Dirigida y escrita por Santiago Korovsky, el título toma el nombre del barrio más cool de Buenos Aires (por lo general, considerado el emblema del pensamiento progre). División Palermo cuenta la historia de una guardia urbana que realiza tareas más bien inofensivas de servicio de ayuda a los vecinos y tiene la particularidad de que está formada por discapacitados para que el gobierno de la ciudad pueda hacer gala de inclusión y tolerancia. Los convocados para la guardia urbana son un manco con una prótesis, un enano, un inmigrante boliviano, una travesti, un joven ciego, un viejo sordo, una mujer en silla ruedas y Korovsky, que es también el protagonista (él no es discapacitado pero es judío y eso justifica para las autoridades sumarlo al grupo). Las actuaciones son muy buenas, sobre todo las de Pilar Gamboa y Daniel Hendler.
Ninguna de las dos es explícitamente política pero las referencias están ahí para quien quiera encontrarlas. En El encargado no se salva nadie: desde el sindicalista peronista hasta el financista escrupuloso, desde los progres que son veganos pero explotan a la mucama hasta el linyera que no duda en chantajear al encargado, interpretado por Guillermo Francella en una actuación increíble. El acierto de El encargado es que trabaja con una paranoia muy familiar para los porteños y también para los habitantes de otras ciudades del mundo: la sensación de que los encargados conocen al dedillo nuestros movimientos, a menudo nos manipulan y de que no es conveniente estar mal con ellos. A tal punto fue efectiva la sátira que el Sindicato Único de Trabajadores de Edificios de Renta y Horizontal (Suterh) reaccionó contra la serie. La misantropía a las que nos tienen acostumbrados Cohn y Duprat funciona a la perfección y la crítica a los porteños de un barrio acomodado se aplica a todo el género humano.
División Palermo cumple su cometido, ya que funciona y hace reír (que es lo que se proponen las series cómicas). Desde el punto de vista político, la serie parece apuntar a dos blancos: por un lado, a la corrección política y a la recomendación de que no se puede hacer humor con los discapacitados, las travestis, los enanos o los bolivianos. Por otro, la serie analiza la falsa inclusión del gobierno de la ciudad que estaría hecha solo con fines publicitarios.
La recepción de División Palermo fue muy positiva y la publicidad encubierta de Netflix llegó a los medios más inesperados, como La izquierda diario, órgano del Partido de los Trabajadores Socialistas, que publicó una nota alabando neutralmente las cualidades de la serie. Para encontrar discusiones acaloradas e interpretaciones polémicas hay que ir a Twitter. Ahí, en la red del pajarito, una minoría intensa suele procesar los fenómenos artísticos en clave política siempre con la misma pregunta: ¿a quién favorece?, ¿a la izquierda o a la derecha?, ¿a los populistas o a los libertarios?, ¿a los peronistas o a la oposición? Aunque seguramente mucho de los que disfrutaron División Palermo fueron indiferentes a sus referencias políticas y el consumo global exige que las series sean interesantes más allá de las alusiones locales, los comentarios en Twitter van desde que se trata de una crítica despiadada de los dos candidatos de la oposición con más chances de llegar al poder (Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich), a quienes, como @PelisAnalizadas, sostienen que es una “propaganda para esconder los reales crímenes de la derecha”. Como suele pasar en Twitter y debido a su propia dinámica, están las opiniones pero no los argumentos y las ocurrencias más o menos caprichosas de cada usuario. Como @JuanitoBondiola, que cierra el análisis de @PelisAnalizadas escribiendo: “Mirá la serie y dejate de romper las pelotas con análisis pedorros”, afirmación que espero que el lector no aplique a esta nota.
Si bien es cierto que la sátira del pinkwashing al gobierno de la ciudad no incluye al oficialismo en ninguna de sus variantes, tal vez lo más interesante en División Palermo son las derivas que está tomando la corrección política progresista que poco a poco está siendo cuestionada ahora también por sectores progres (y División Palermo, a diferencia de El encargado, representa sin duda este punto de vista: una sátira que tiene una dirección muy precisa y nunca se burla de otros poderes que no sean los de la ciudad, como si la diferencia fuese entre inclusión falsa y verdadera). Como opina un historiador reconocido en Facebook: “Es la mejor crítica al PRO que vi. Lo de la guardia urbana y la falsa inclusión larretista y la ministra a lo Pato Bullrich es genial” (el destacado me pertenece).
Finalmente, están las series históricas que reconstruyen acontecimientos del pasado. Iosi, el espía arrepentido, en coproducción con Uruguay, cuenta la historia de un policía infiltrado en la comunidad judía porteña que, con el tiempo, termina por convertirse al judaísmo. Santa Evita se basa en la novela de Tomás Eloy Martínez y trata sobre las vicisitudes del cadáver de Eva Perón secuestrado por los militares y devuelto a Perón a principios de los 70. La de Iosi, dirigida por Daniel Burman, cuenta una historia muy original, mientras Santa Evita repite una vez más la hagiografía peronista con anécdotas muy conocidas. Y sin embargo, los premios que obtuvo y su éxito (difícil de medir por falta de estadísticas confiables) hablan de cómo el peronismo, pese a su repetitividad (o tal vez por eso, porque esa es una característica de los mitos), sigue teniendo una gran presencia y efectividad en la imaginación de los argentinos, sea a favor o en contra. Natalia Oreiro actúa en ambas: si en Iosi compone un personaje misterioso e intrigante, en Santa Evita se suma a las interpretaciones hieráticas a las que nos tienen acostumbrados las actrices que hacen de Evita (una lista interminable).
Resulta difícil seguir la consigna de Kracauer no solo porque las series tienen una circulación global sino también por su variedad y cantidad. Uno podría decir que la fascinación con la delincuencia ya está en una de las series más vistas de todos los tiempos: Breaking Bad. Sin embargo, cada cultura hace una interpretación diferente de las mismas series. En la próxima reunión familiar o de amigos ya no preguntaré qué serie me recomiendan sino qué es lo que les interesó de la última que vieron.
* Doctor por la Universidad de Buenos Aires, investigador de Conicet, profesor visitante en Stanford University y Universidad de Sao Paulo y escritor de numerosos ensayos sobre el cine argentino y latinoamericano.