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Todos los que cargamos determinada edad sabemos —o, tal vez, mejor dicho, hemos sido persuadidos por años de investigación— acerca de la estrecha relación que hubo en el Río de la Plata entre el sainete y el tango, básicamente entre mediados de la década de 1910 y principios de la de 1950.
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Según Horacio Salas, “el sainete criollo surgió como herencia y asimilación del sainete madrileño, una de sus modalidades, adaptado a los personajes y problemáticas de los ambientes populares de la época”.
Pero, antes de avanzar, quizás sea buena cosa conocer más de la historia del sainete a secas. Fue una pieza dramática y jocosa en un acto, muy breve, de carácter popular, nacida en España, que terminó sustituyendo al entremés a partir de fines del siglo XVIII. Desde el punto de vista teatral era visto como un subgénero, del cual fueron principales creadores y cultivadores los escritores y músicos gaditanos Luis Rincón y Juan Ignacio González del Castillo; cerrando el siglo XIX ya era material frecuente del llamado “género chico” teatral y del “teatro por horas”.
De acuerdo con el consenso alcanzado por varios historiadores relevantes, el sainete —antes del sainete criollo por aquí— vivió al menos cuatro etapas: 1) (a principios del 1700 hasta mediados de ese siglo) dejó el campo de la actividad culinaria, donde habría nacido, y pasó al campo musical con piezas breves, en las que se mezclaba el humor y la moralidad; 2) (entre 1760 y 1868) llegó a ser un género también literario —con gran influencia de Ramón de la Cruz—, quitando definitivamente el espacio que aún conservaba el entremés; 3) (entre 1868 y 1890) cobró un vigor especial, extendiendo su duración a cuarenta y cinco minutos y con más de un acto, aunque sin pausa entre ellos; 4) (entre 1894 y 1915) vivió en la Madre Patria su decadencia, orientándose hacia géneros como la zarzuela y el melodrama, convirtiéndose en la comedia asaineteada.
Para entonces, las olas inmigratorias españolas lo habían hecho desembarcar en Buenos Aires y Montevideo para reflejar, con fidelidad de castizo humor, la vida de las gentes más excluidas de la sociedad, casado espontáneamente con el tango, que ya había sentado reales en estas lejanas tierras.
Entre los primeros sainetes criollos debe incluirse la pieza de Miguel Ocampo De paso por aquí, que se estrenó acompañada por La Gran Vía; enseguida vinieron Gabino, el mayoral, de Enrique García Velloso y una multitud de obras similares de la autoría de Nemesio Trejo, Ezequiel Soria, Carlos Mauricio Pacheco, Francisco Deffilipis, Roberto Cayol, José González Castillo —padre de Cátulo—, Manuel Romero y el más que popular Alberto Vacarezza.
A partir del éxito de Manolita Poli cantando Mi noche triste en la obra Los dientes del perro —éxito que repitieron cantantes y estribillistas, hombres y mujeres, catapultados luego a la popularidad— dice Salas que “los saineteros comenzaron a cumplir con la obligación, marcada por los empresarios, de aportar el estreno de un tango en cada puesta, y así muchos de ellos se convirtieron en letristas. (…) Algunos de los tangos de los primeros tiempos se convirtieron en tal éxito, estrenados en sainetes, que mantienen su vigencia, caso de Milonguita, Griseta, Patotero sentimental, Organito de la tarde, Padre nuestro y Buenos Aires”.
Hay que decir que en la década de 1920, con la aparición en el teatro rioplatense de Armando Discépolo, el hermano mayor de Enrique Santos, el sainete cambió y devino un género que comenzó a denominarse “grotesco”. Alcanzó a ingresar al teatro mayor —sobre todo en Argentina—, en coincidencia con la progresiva decadencia del viejo sainete criollo. Este vivió una corta etapa de su añejo esplendor en 1953, cuando Cátulo Castillo, con música de su amigo Aníbal Troilo, quiso revivirlo al poner en escena El patio de la morocha.
Fue Alberto Vacarezza, paradigma de los saineteros, quien mejor definió los elementos imprescindibles, “la receta” para armar un sainete exitoso: Un soneto me manda hacer Castillo/ y yo paro para zafar de tal brete;/ en lugar de un soneto haré un sainete/ que para mí es trabajo más sencillo./ La escena representa un conventillo;/ personajes: un grébano amarrete,/ un gallego que en todo se entremete,/ dos guapos, una paica y un vivillo./ Se levanta el telón, una disputa/ se entabla entre el gallego y el goruta/ de la que saca el vivo su completo./ El guapo que persigue a la garaba/ se arremanga al final, viene la biaba/ y se acaba el sainete… y el soneto.