Sanguinetti

B. Brecht

E?l Dr. Sanguinetti volvió al ruedo. El viejo luchador salió hace muchos meses de su retiro, de su descanso si es que lo tuvo en algún momento, para ponerse al frente de la imprescindible defensa de la República. Hace cuarenta años batalló para excarcelarla de las mazmorras de la dictadura. Entonces lo guiaba su ambición, primordial entre sus intereses. Ambición que le acompañará mientras viva, pero que hoy ocupa un lejano peldaño en la escala de sus desvelos. ¿Para qué retornó entonces? ¿Para sustentar un gobierno, o para sustentar la democracia recuperada, hoy amenazada? Me inclino, y quiero hacerlo, por esto último. Cuando decidió saltar al ruedo parecía necesario. Ante la aparición de Cabildo Abierto, la grave fragmentación del gobierno electo, más la radicalización de parte de los votantes y del Parlamento frenteamplista, hoy su presencia es ineludible para plantar un dique de contención hacia uno y otro lado. Así como hay luchadores imprescindibles, también hay tareas que lo son. La número uno, excluyente, es la República; las demás son importantes y habrá otros que se ocupen de ellas. He sido crítico con los gobiernos sanguinettistas. No me guía partidismo ni partidarismo alguno. Hablo desde mi absoluto anonimato; desde la atalaya de mis 65 años y con la “experiencia” de un ciudadano uruguayo que como otros cientos de miles sufrió los abusos de la dictadura durante una década larga, y los años de la soberbia frenteamplista durante otra. Períodos separados entre sí por otras dos o tres décadas (dos si considero los cuatro períodos de los partidos tradicionales; tres si lo hago desde el plebiscito de 1980 hasta la etapa final del primer gobierno del Dr. Vázquez), décadas que nos permitieron conocer o retornar a otras realidades anteriores, distintas. También distintas han sido las décadas militar y frenteamplista. La primera con oscurantismo, represión y regresión. La aún presente, por el contrario, luminosa, ilustrada y libre. Lo que unió y une ambos períodos es la soberbia. La posesión, exhibición e imposición de sus “verdades” absolutas, pétreas, inconmovibles e inmutables. Los unos apoyados en el uso ilegítimo de las armas que les fueron confiadas; los otros esgrimiendo el abuso de sus mayorías absolutas. La democracia transita entre la oligarquía y la demagogia. Ambas paralelas son sus límites, y también formas de tiranía. Es preciso evitarlas.