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    Sobre el pucho

    Sr. Director:

    Capaz que no sea prudente meterse a opinar sobre caliente. No que yo esté caliente con el resultado del domingo 24, sino que fue tan sorpresivo y está tan fresco que uno arriesga macanearla.

    Pero hay que arriesgar. Vale la pena, además, porque hay mucho para reflexionar (y mucho margen para meter la pata -no tanto, yo, que eso poco importa- sino los que gobernarán y también la sociedad en su conjunto).

    Despejemos primero lo anecdótico: si las encuestadoras pifiaron otra vez, si es razonable que venga gente por el día a querer decidir cómo vamos a vivir los que nos quedamos aquí por los próximos cinco años y más, si hubo un exceso de campaña del miedo entre la primera y la segunda vueltas, si estuvo mal Martínez en no aceptar el hecho de la derrota… Todos hechos que tienen su importancia, pero que no contribuirán a definir qué sucederá en el período que ahora se abre.

    Lacalle ganó. Por menos de lo que creíamos, pero será el presidente., Tan presidente como si hubiera ganado por mucho margen. Lo del margen pasa (rápido), la presidencia queda.

    Los temas que realmente importan -despejada la elección- están a nuestro frente.

    El primero a analizar es la altísima votación que tuvo el Frente. Digo el Frente porque creo que explica el cúmulo de votos mucho más que Martínez. No tengo, al menos hoy, cómo probar eso y me pareció que la euforia de Martínez la noche del 24, siendo el perdedor en el balotaje, solo puede explicarse en que leyó los resultados en clave de sí mismo: horas antes estaba liquidado. Se le venía una derrota que todos sus compañeros (y compañeras) estaban prestos a colgarle del pescuezo. Su futuro -como él mismo advirtiera- se circunscribía a los nietos. El despliegue que se mandó sobre el tablado de 18 de Julio a la Johnny Weissmuller, iba primordialmente para aquellos (y aquellas). No va a ser presidente, pero ahora, por lo menos, puede soñar con candidatearse otra vez a la intendencia (si no se deja engrupir con la presidencia del Frente).

    Pero no es a eso a lo que quiero referirme cuando subrayo el volumen de votos que sacó el FA. Hay otra lectura más trascendente.

    Habiendo hecho un gobierno muy malo (el de Mujica) y otro pobretón (Vázquez II), en medio de graves problemas (seguridad, educación, empleo…), la mitad del país no quiso cambiar al Frente por otro/s. Esto habla de una cultura férreamente conservadora. No en los términos simplificadores de derecha e izquierda, sino en el sentido literal del término: una cultura que teme cambiar y que está imbuida de una ideología que la llevó a crear el relato oficial del Frente, fenómeno político-cultural de enorme fuerza. No estoy en este momento haciendo un juicio de valor -que, obviamente, tengo_. Ese no es el punto aquí y ahora. Más allá de una discusión acerca de si esa ideología-cultura es buena o mala, hoy tenemos que partir de la realidad: es.

    Y al ser, constituirá un poderosísimo repelente a la gestión del nuevo gobierno.

    Lacalle hizo muy bien en reiterar la noche del domingo que el gobierno que venga debe respetar esa realidad y esforzarse por buscar acuerdos. Sí señor: debe hacerlo. El problema es que le resultarán muy difíciles. Porque, al tiempo que nuestro país necesita hacer algunos cambios muy de fondo, hay más de un millón de orientales que se resisten al cambio. No al discurso sobre el cambio, al cambio concreto. Máxime cuando creen lo que les han dicho, de que estos fulanos que se vienen son descendientes directos de otros que, en su momento, destrozaron al país. No interesa que no sea cierto, es la verdad de su fe.

    A lo anterior se va a sumar un reflejo político-cultural, también parte de aquel relato, que está muy enquistado en la dirigencia frentista, profundamente maniquea y creacionista. En el período que a mí me tocó changar, el Frente votó todo en contra, con la única excepción del Tratado de Asunción. Todo. No estoy exagerando. Temo que repita esa performance.

    Octubre y noviembre fueron “una verdadera fiesta de la democracia”, lugar común que nos complace repetir. Sí, pero también reafirmaron políticamente el estancamiento cultural de nuestra sociedad.

    Sin un cambio en el relato, la votación del 24 no da un mandato para encarar grandes cosas.

    No es solo cuestión de gobernantes y políticos.

    Una de las características de las democracias en los tiempos que corren es la gigantesca brecha entre las expectativas que la gente tiene de ellas y las herramientas que está dispuesta a entregarles para que trate de satisfacerlas. Ese fenómeno, además, últimamente está teniendo en muchos países pésimos desenlaces.

    Nuestra democracia está precisando muchos cambios. Los dos primeros son de las expectativas y del relato oficial.

    Ignacio de Posadas