El señor viaja en un vehículo cerrado junto a dos sujetos vestidos de blanco que lo observan. Siente la boca pastosa y una especie de hormiguero en el cerebro, como si le hiciera ruido la cabeza, pero no para de repetir:
, regenerado3El señor viaja en un vehículo cerrado junto a dos sujetos vestidos de blanco que lo observan. Siente la boca pastosa y una especie de hormiguero en el cerebro, como si le hiciera ruido la cabeza, pero no para de repetir:
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acá—Soy licenciado, soy licenciado.
—Claro, claro —repiten los sujetos de blanco a su lado con un tono de cierta tristeza pero también en guardia. Si persiste, habrá que darle otro calmante.
Llegan al destino, el vehículo se detiene ante una gran puerta con una escalera de mármol, y los hombres de blanco le dicen al señor, mientras lo ayudan a bajar:
—Cuidado con el escalón, querido, eso es, así.
El señor no puede mover los brazos debido al chaleco, pero repite en un tono obsesivo, monocorde:
—Soy licenciado, soy licenciado.
Se abre la puerta del psiquiátrico de par en par y lo reciben el director, un anciano con levita, lentes y galera, que se presenta como el “Dr. Caligari”, y el resto de los internos. Le dan una calurosa bienvenida. Incluso alguien exhibe un cartel que dice: “Esta es tu casa, licenciado”.
—Hola, gusto en conocerlo, yo soy Napoleón —dice un interno.
—Yo viajé a Ganímedes y vi la nave alienígena por dentro —dice otro, que le extiende la mano para saludarlo.
Pero el señor no puede devolver la gentileza, se lo impiden el chaleco y los dos enfermeros que van a su lado. Y sigue repitiendo:
—Soy licenciado, soy licenciado, y además vicepresidente de la República.
—Claro, querido, claro— le dicen los enfermeros, y lo llevan a una sala en la que lo esperan una camilla, un par de electrodos y un aparato que inmediatamente se encenderá a 220.