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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLeyendo la última edición del Semanario Busqueda, me topé con una nota sobre el “rechazo” por parte de la Universidad de la República al acuerdo entre la ANII (Agencia Nacional de Investigación e Innovación) y la Universidad de Stanford. Casi me atraganto.
El acuerdo, firmado el 1º de noviembre de 2013, tiene como misión “fortalecer el liderazgo de la ANII en Uruguay y la región” así como proveerle a la universidad californiana una “perspectiva global en cuanto a educación para el emprendedurismo”. (Ver acuerdo completo acá: http://www.anii.org.uy/web/sites/default/files/files/Partnership%20Agreement%20STVP%20-%20ANII.pdf).
Entre otras actividades, Stanford enviaría personal al Uruguay con el objetivo de realizar workshops, clases, consultorías y asesoramiento; recibiría anualmente hasta 10 académicos o administradores en su campus para capacitarlos, y facilitaría el acceso a redes de contactos y capital a inversores y emprendedores uruguayos en Sillicon Valley.
Pero justo cuando parecíamos comenzar a despegar hacia el cielo, decidimos atarnos con las dos piernas al piso. Como siempre.
En otras palabras, la “razón” por la que el rector de la Universidad, Rodrigo Arocena, la Federación de Estudiantes (FEUU) y el Consejo de la Facultad de Ingeniería boicotearon y decidieron “no participar” en las actividades partes de este convenio huele mucho más a excusas ideológico-políticas que a argumentos educativos con visión estratégica.
¿Su principal argumento? Una cláusula en el acuerdo que impide la participación en el programa de personas que actualmente residen en países embargados por los Estados Unidos (Birmania, Cuba, Corea del Norte, Siria, Libia, Irán y Sudán). Que sean de las peores dictaduras y de los mayores pisoteadores de las libertades individuales del mundo no parecería importarles demasiado.
El punto es que un aire a antiimperialismo nos deja sin el pan y sin la torta, en momentos en que solo hablamos de educación y en que el mundo globalizado en el que vivimos pide a gritos diferenciación, capacitación y oportunidades.
Pero parecemos expertos en echarnos a nosotros mismos por la borda, como quien se pega cachetazos a sí mismo.
A estos señores de grandes palabras parece importarles mucho más el orgullo de defender a la República Islámica de Irán, cuyo arsenal nuclear y apoyo a grupos terroristas como Hezbolá crece exponencialmente, en vez de pensar en empoderar a nuestros jóvenes.
Piensan que la “moral” está en alejarnos de Estados Unidos y en acercarnos al genocidio sirio —que ya supera los 150.000 muertos hace rato—, pero se olvidan de una dimensión mucho más importante: que cuando boicotean la posibilidad de trabajar con una de las mejores universidades del planeta están, automáticamente, quitándoles la posibilidad a jóvenes uruguayos de aprender de los mejores, de contactarse globalmente y de desafiar el destino de su propia vida.
Están priorizando una cosa sobre la otra, demostrando que es más importante el rechazo a Stanford y el apego al localismo que el entendimiento de un mundo cambiante y complejo, en el cual las oportunidades se medirán cada vez más en términos de conocimiento e innovación.
Pero fortalecer la innovación no es importante en sí mismo. Lo es en tanto entendemos que cuanto más conectados, capacitados y globalizados estén los jóvenes en la era del conocimiento, mayores serán sus oportunidades de crecer y de mejorar sus estándares de vida.
Trancar este acuerdo significa hacer lo mismo con los sueños de miles de chicos que buscan desafiar el destino de su vida.
Y no hay nada más inmoral que eso.
Ilan Bajarlia