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En noviembre se estrenaron dos obras tan hermanadas como recomendables. Dejar las armas, de Vanessa Cánepa (Alianza) y Verano, de Florencia Caballero (Balzo). Las dos retratan grupos de amigos veinteañeros en el Uruguay actual, con predominio de la comedia aunque con la suficiente hondura dramática. Las dos reflejan un amplio espectro de temas sensibles para esa franja de la sociedad, como las relaciones de amistad, de pareja, la independencia económica, la convivencia, la violencia puertas adentro y los vínculos de una generación de hombres y mujeres que ha crecido en tiempos de cambios radicales.
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Dejar las armas retrata a cinco amigas que desarman la casa que compartieron durante varios años, mientras recuerdan a otra amiga que murió asesinada por su pareja. Es una narración simple y directa, mientras las muchachas empacan sus pertenencias, con una puesta en escena sostenida en decenas de cajas de cartón, factótum escenográfico. Más ambiciosa, Verano cuenta la historia de un grupo de amigos (cuatro mujeres y dos varones) que veranean en Rocha, durante las últimas dos décadas, y ostenta un virtuoso despliegue técnico, entre la escenografía, las luces y el sonido.
Ambas están escritas con frescura y lucidez, sin caer en panfletos, con certeros cuestionamientos a los arquetipos; ambas cuentan con un rico despliegue de música en vivo; y lo fundamental: están interpretadas con naturalidad, por elencos que no tienen que impostar, porque reflejan tal cual su vida fuera de las tablas.