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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLa Historia y sus lecciones. En el año 1925 un oscuro agitador radical que había fracasado en un estrafalario intento de golpe de estado, Adolfo Hitler, publicaba su libro “Mi Lucha”. Este grotesco panfleto autorreferencial y tedioso de leer de cuatrocientas páginas no tuvo el menor suceso de venta, pasando prácticamente desapercibido hasta la llegada al poder del dictador en 1933. No obstante, en él se destila el más puro pensamiento de quien sería años más tarde el patrón absoluto de una de las naciones más avanzadas del planeta; odio a los judíos, revancha definitiva contra Francia y la sumisión absoluta de las razas inferiores a la supremacía y grandeza de los arios.
Dotado de una poderosa oratoria y en medio de las miserias sociales producto de la Gran Depresión y el Tratado de Versalles, Hitler diseminó su discurso fanático entre los desesperados alemanes que veían con desconcierto y temor el futuro que la democracia de la ejemplar Constitución de Weimar no lograba satisfacer. Dentro de Alemania, ante el caos y el avance del comunismo, los junkers y barones de la industria comenzaron a ver a este “mesías” como una alternativa atractiva de poder y dinero, sobre todo para la industria armamentista.
Paralelamente buena parte de las élites educadas del país de la música, la filosofía y las ciencias, cedieron progresivamente al facilismo de todos los discursos populistas; la culpa de todos los males la tienen otros, nosotros somos puros, superiores y víctimas de la “conjura”.
Fronteras afuera no fueron pocos los que apoyaron y exaltaron al dictador, desde Henry Ford hasta el Duque de Windsor, entre los más conocidos. En 1938 la revista “Time” lo declaró el “Hombre del Año”, publicando su foto en tapa.
Luego de una guerra que dejó setenta millones de muertos, se conocieron las monstruosas atrocidades de los campos de concentración, el genocidio sistemático del pueblo judío y demás seres “despreciables” (homosexuales, enfermos, gitanos, cristianos, socialistas, liberales), horrendos experimentos con seres humanos, esclavitud forzada hasta la muerte.
Derrotado Hitler, pareció entonces que la conciencia de la humanidad hubiese despertado en una sola voz de condena al nazismo y su ideología. Sin duda esto fue beneficioso, pero la pregunta es; ¿pudo haberse previsto y evitado? La respuesta es un rotundo sí. Bastaba con leer y sobre todo tomar en serio el libro de Hitler y sus múltiples discursos, pues si algo no puede reprochársele es que no haya expuesto con meridiana claridad su visión del mundo y sus intenciones.
Hoy la historia trae a escena una situación absolutamente similar tanto en forma como contenido; la irrupción del Estado Islámico. Al igual que Hitler en 1925, estos insanos fanáticos vienen haciendo explícita su propuesta, esta vez con un alcance global, Internet mediante, que nadie puede eludir. Degollar y crucificar “infieles”, fusilar niños, despeñar homosexuales, quemar periodistas, violar en masa y todo el cúmulo de atrocidades que puedan concebir sus mentes enfermas. Sólo que ésta vez no en aislados y secretos campos de concentración, sino exhibido “orgullosamente” en las redes sociales. Esta vez la supremacía con la que pretenden justificar sus acciones no es la raza, sino el mismo Dios o Alá, como quiera llamársele, en su retorcida versión de la Sharía o Ley Islámica.
A mi juicio, el motivo es lo de menos. Lo deleznable es el Horror, así con mayúscula, que pregonan estas “ideologías” hermanas. Hitler y los líderes del Estado Islámico, al igual que otros despreciables genocidas de la historia, abrevan en las mismas aguas de odio, violencia, inhumanidad y desprecio hasta la muerte hacia quienes no con comulguen con sus demenciales posturas.
Lamentablemente la reacción del mundo ante estos fenómenos hasta ahora ha sido también similar; pasividad, justificación y mezquinos intereses geopolíticos, a los cuales quisiera referirme. Como se ha dicho, el Estado Islámico viene propagandeando obscenamente sus atrocidades desde hace años. Además de los degüellos públicos de occidentales, han arrasado con miles de habitantes en Siria e Irak, musulmanes, cristianos y de otras religiones, mujeres, niños y ancianos, a vista y paciencia de todos; naciones occidentales, árabes y la siempre impasible ONU. Tuvo que suceder la tragedia de París y el derrumbe de un avión ruso para que se advirtiera de este lado del mundo el peligro de este “nuevo enemigo”. Ha sido tan sórdida la pasividad, que ni siquiera lograron en Europa evaluar el peligro de la creciente adhesión de miles de sus jóvenes a las propuestas el Estado Islámico, dispuestos a matar y morir irracionalmente.
Por otra parte, el juego de la geopolítica ciertamente alimentó el fenómeno, en un escenario regional tremendamente complejo donde se mezclan históricas divisiones entre las dos ramas principales del Islam, intereses contrapuestos de los países de la región, los kurdos sin patria y desde luego las potencias de extra-zona; USA, Rusia y Europa. Todos juegan su indecente ajedrez.
Estos aspectos son ajenos a lo que pudiéramos hacer o influir desde aquí, demasiado lejanos geográfica y políticamente. Lo que sí veo con preocupación como un simple uruguayo humanista son las peligrosas y simplistas interpretaciones justificativas en las que percibo que caen varios intelectuales, analistas y parte de la opinión pública. La base de esta confusión a mi juicio es ver al Estado Islámico como un mero fenómeno político, tal como se hiciera con el nazismo en su momento. Entran entonces a evaluarse hechos incontrastables, tales como la absoluta ceguera de las administraciones Bush respecto a sus guerras en Irak y Afganistán, las históricas posturas imperialistas de varias naciones europeas en la misma región, el petróleo, el negocio de las armas, etc. Todo válido o discutible, según la percepción de cada quien, pero lo cual nos lleva de alguna forma a minimizar y relativizar el profundo contenido anti-humano y anti-civilizatorio que una vez más amenaza al mundo.
Personalmente, cuando veo en el informativo a un vocero de este Estado Islámico decirme que van a “destruir las cruces y esclavizar a todas las mujeres” y seguir alardeando de la muerte de niños fusilados por infieles y demás aberraciones, algo bulle en mi conciencia que me impide cualquier explicación simplista y tranquilizadora. Pienso en mi país, mis hijos, mis amigos y todos mis compatriotas; ¿qué debiéramos esperar si esta aberrante concepción del mundo se impusiera como pretenden sus actores? ¿Cuál sería el destino de cualquiera de nosotros, sea cual fuere nuestra matriz ideológica; de base socialista o liberal, o nuestra convicción religiosa o filosófica? La respuesta es explícita: sumisión o muerte.
Por tanto, no puedo permanecer ni ajeno ni distraído respecto a la más absoluta condena a este Estado Islámico y lo que representa, y sólo espero que en esta instancia histórica la comunidad internacional esté a la altura, con el Derecho Internacional y la Carta de la ONU como guías ineludibles de la conciencia universal.
Pero lo que me interesa destacar es la simple y básica reafirmación militante de mi condición de ser humano libre y digno, radicalmente opuesta a lo que pregona y simboliza el Estado Islámico. De otra forma, temo que nos expondremos a reeditar inexcusables errores, como lo expuso el poeta Martin Niemoller a propósito del nazismo:
“Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista. Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío.Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista.Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante.Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada”.
Ing. Gabriel Vitar