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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEl terror —o la guerra— tiene mil caras. Pero hoy me importa hablar de una de sus máscaras. De la que asoló la ciudad de París en acción de carnicería humana, atribuida al ISIS, también denominado EI. (El grupo terrorista islámico, que, cómo serán las cosas, Al Qaeda decidió separarse de ellos por considerarlos demasiado salvajes y locos).
El hombre vive pensando y temiendo la muerte. Ella lo sigue como una sombra, siempre inquietante y esquiva, hasta que irrumpe y da el zarpazo, bajo descarga de metralla, para el caso en contexto de terror o guerra. Ese hombre de carne y hueso del que hablaba Unamuno. Del hombre de carne y hueso, del anónimo perdido en la multitud solitaria, que sale a pasear en la noche tibia de otoño, quiero hablar. Él no piensa encontrarse a la vuelta de la esquina con la muerte y menos con esta muerte, envuelta en horror, en carnicería, en masacre. De este hombre que efectivamente cae muerto, increíblemente. Anónimos paseantes, peatones, concurrentes a cafés y terrazas, a salones de baile, a teatros, a estadios de fútbol. Luego se supo de otros objetivos que hombres-bomba no alcanzaron: la Torre Eiffel, el Museo del Louvre, el mismo Estadio de Francia. Los nombres de los lugares importan: el bar Petite Cambodge, el Stade de fútbol Saint-Dennis, donde jugaban un partido amistoso Alemania y Francia, la Sala de Conciertos Bataclan, el bar Carillon. De la crónica del diario se puede leer que en la calle Charonne hubo 18 muertos, 14 en dos restoranes atacados de la calle Alibert, 5 en un bar de Fontaine-au-Roi. Por esos sitios se paseó la muerte, conducida por hombres-líderes auto-bomba, que actuaron a cara descubierta, en comando, y armados con fusiles Kalashnikov, arma efectiva y rápida en segar vidas. La siembra letal se estima en 150 muertos, sin contar heridos; primera estimación.
Este grupo yihadista islámico ha mostrado su proceder: degüella, decapita, mata y no tiene en cuenta, edad, sexo, etnia o profesión. Tiene preferencias, levemente, por periodistas, caricaturistas, soldados enemigos tomados como rehenes. Vicariamente, toma los referentes del espíritu de su tiempo. Desde el año 2001, la máscara fue la del terror que se amparara en Alá. El hombre que ejecuta a otros hombres y que se dará a sí mismo muerte (o no). Pero hay una referencia de “otro” en él. Tiene que haber un Idolo, una Causa, una Entelequia superior, llámense Bin Laden, Al Qaeda, Yihadismo, ISIS, EI, o “Alá Akbar” (“Alá es grande”), que es su grito de guerra. Al parecer, se busca estar más acompañado, en trance de dar muerte y/o darse muerte. (Tres líderes, los del Estadio, se inmolaron, haciendo detonar las bombas atadas a sus cuerpos). El asalto al Estadio fracasó porque ante las medidas de seguridad, los hombres fueron acorralados por las fuerzas de seguridad, entonces decidieron auto-inmolarse afuera y no adentro del Estadio, y en ese caso la carnicería no tomó las características pensadas como objetivo. A esta hora se estarían contando las víctimas por centenares.
Las tapas de los diarios parisinos las encabezan títulos como: “Matanza en París” (Liberation); “El Horror” (L’Equipe); “Masacre terrorista en pleno París” (Aujourdhui). Y dos titulares diferentes: “La guerra en pleno París” (Le Figaro) y “Esta vez, es la guerra”. Este tránsito literal entre el terror y la guerra, introduce un cambio en la realidad. O, por lo menos, despierta más interrogantes. Este levantamiento no puede no homologarse a una expresión de deseo, enmarcada en puesta en acto demente y criminal. Se podrá recordar la respuesta que Miguel de Unamuno dio a Millán de Astray, general de las fuerzas levantadas contra la República, cuando este exclamó, hechizado: “¡Viva la muerte!”. Miguel de Unamuno, quien agonizaba día a día, y quien repetía que “le dolía España”, agregó, con respiración entrecortada, que no podía dejar pasar esas palabras impregnadas de locura. Las escasas fuerzas de vida que le restaban le dieron la energía suficiente para repudiar esa sentencia bárbara. Poco tiempo después Unamuno moría, pero sin dar vivas a la vesánica muerte, que había traspuesto el umbral, como la semana pasada se diera en París, una vez más, un paso más, dentro del territorio. ¿Francia entra en guerra?
Juan Carlos Capo