N° 2049 - 05 al 11 de Diciembre de 2019
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáA riesgo de sonar repetitivo, en esta columna me gustaría hablar sobre la distancia que existe o que puede existir entre la “agenda partidaria” y la “agenda ciudadana”. Digo “a riesgo de sonar repetitivo? porque es un tema que he abordado en otras ocasiones, en diversas coyunturas, siempre tratando de vincularlo con hechos o datos de la realidad que permitan ver en qué consiste esta idea de agendas distintas que, en ocasiones, pueden ser hasta divergentes. Esta vez, quiero hacerlo hablando sobre el recién comenzado reparto de cargos políticos y de confianza en el gobierno que se viene, que involucra en total unos 500 puestos.
Existe una amplia bibliografía disponible sobre cómo un partido puede ser al mismo tiempo una “máquina ideológica” o de ideas y tener en sí la posibilidad de ser una “máquina de poder”. El entrecomillado es pura y simplemente porque son conceptos o categorías que uso a efectos de esta columna y no porque sean categorías habituales en las ciencias sociales o el periodismo. Es decir, son conceptos ad hoc que introduzco para poder intentar explicar la distancia que señalo al comienzo. Un partido en tanto “máquina ideológica” es una agrupación de personas que se reúne en torno de determinadas ideas sobre la sociedad y la posibilidad de ejercer una acción política sobre esta sociedad. Un partido en tanto “máquina de poder” puede ser esa misma agrupación de personas pero enfatizando el aspecto de preservación en tanto partido, esto es, en tanto organización que tiene la intención de existir y permanecer como tal a lo largo del tiempo.
Una vez que los partidos llegan al poder, sea este el gobierno o el Parlamento, este aspecto de “máquina de poder” suele verse reforzado: tocar poder implica un compromiso mayor para quienes integran el partido, hasta el punto que el partido puede pasar a ser el centro económico de las vidas de sus cuadros, sus diputados, senadores, funcionarios, asesores, gerentes, etc. Es decir, el aspecto de preservación del partido puede y suele llegar a ser mucho mas importante que el aspecto puramente ideológico del partido.
Toda esta explicación viene al caso porque ese, digamos, instinto de preservación partidario pasa a ser una de las claves que ayudan a explicar el asunto de la separación de agendas. Por ejemplo, si siendo oposición tal partido apostó por tales o cuales ideas, al llegar al poder esas ideas pueden resultar de difícil realización, en el sentido de los altos costos que pueden implicar para el partido. Altos costos en términos de recibir una contundente patada electoral en el traste que termine complicando la permanencia del partido en el poder. Ese partido, entonces, será proclive a postergar esos cambios prometidos y a priorizar su permanencia en el poder.
Un ejemplo clásico de “idea” que suele lanzar un partido cuando está en la oposición (sea cual sea su tendencia y en casi cualquier sistema democrático) es la promesa y el propósito de “reformar el Estado”. No debe existir partido que no tenga un buen puñado de ideas acerca de en qué consiste esa reforma. Ahora, hasta donde nos dice la realidad, cada partido que llega al poder se pone a dar vueltas en torno a la promesa hasta lograr que esta se diluya casi por completo. ¿Por qué? En el caso uruguayo, una de las razones que se me ocurren es que el peso electoral que tienen esos ciudadanos, que podrían terminar despedidos o “recortados” por una reforma de esa clase, alcanza para sacar el poder al partido que efectivamente acometiera las transformaciones prometidas.
A su vez, esta lógica de preservación, de partido convertido en “máquina de poder”, conecta de manera directa con la de cargo de confianza, esto es, que en los puestos clave se ubique a subalternos de los mandamases que sean capaces de priorizar, por encima de todo, su fidelidad al de arriba. Desde la perspectiva del gobernante, del jerarca, esto tiene lógica: en una situación política complicada o conflictiva tiene sentido contar con esa clase de fidelidad, que de manera grosera podemos llamar perruna, de parte de ese subalterno. Será su escudero, ese que, por ejemplo, sale a la prensa a recibir los tortazos que de no mediar él, recibiría el jefazo que lo puso ahí.
Desde la perspectiva del ciudadano que vota partidos y elige gobiernos con la idea de que su vida y la de los otros sea mejor, no es tan claro el beneficio que ofrece el señor que ocupa el cargo de confianza. No solo porque su fidelidad no se conecta con lo que el ciudadano necesita. También porque su mejor aptitud, esa que lo llevó al cargo, nunca fue técnica. Es decir, nunca fue la persona idónea para el cargo sino la más fiel a quien lo puso en el cargo. Para el ciudadano, que debería importarle poco quién hace las cosas siempre que las haga bien, esa fidelidad tiene aroma de gol en contra: en vez de tener a alguien que cuente con las herramientas y la formación adecuadas para resolver el problema, se tiene a alguien cuyo principal “activo” es la fidelidad a “la voz de su amo”, como decía el logo de la empresa británica HMV.
Precisamente en estos días, el gobierno entrante de Luis Lacalle Pou está haciendo el tradicional “reparto” de cargos de confianza y políticos. Por ser un gobierno que gobernará en coalición, estos cargos se repartirán no solo entre personas del Partido Nacional sino, de manera seguramente proporcional, entre miembros de los demás partidos que la integran. Entonces, cuando se habla de que ese reparto sea “equilibrado” se piensa en que ninguno de los partidos que serán parte del gobierno se sienta agraviado en términos de sentirse subrepresentado.
El problema de esto es pensar de manera exclusiva desde la perspectiva de los partidos, no del ciudadano. Al ciudadano le debería interesar que quien ocupe esos cargos sea, además de confiable para quien lo pone allí, alguien capaz de cumplir de manera eficaz (y hasta imaginativa, quién te dice, capaz que a alguien se le cae alguna idea alguna vez) su tarea. Eficaz para el ciudadano, no para el partido o el líder del partido. Viendo algunos casos extremos de esta lógica en el actual gobierno del Frente Amplio (complete la línea punteada con el nombre del peor cargo de confianza que se le ocurra: ……………….), sería bueno para el gobierno entrante incluir esta perspectiva ciudadana a la hora de repartir las cartas.
Es claro que no siempre las ideas, incluso las que son buenas y necesarias, llegan a buen puerto. Pero no está de más recordar que eso que llamamos buen puerto no es la salud de los partidos o del gobierno sino el bienestar de los ciudadanos. Los partidos y los gobiernos son un medio, no un fin. Recordarlo es una buena forma de no terminar siendo una “máquina de poder” que puede terminar dando la espalda a la ciudadanía y sus necesidades. Y es que si hablamos de “confianza”, la que se dirige al líder que reparte cargos no es la única. También está la que el ciudadano confirma o revoca a través de su voto. Y cómo importa esta última.