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    Todo se conecta con todo

    Columnista de Búsqueda

    Desde los comienzos de la televisión, estamos acostumbrados a que las series sean más o menos fáciles de clasificar según su género: las hay policiales, humorísticas, dramáticas, de ciencia ficción, costumbristas, etc. Cada tanto, sin embargo, aparece alguna que resulta más difícil de ubicar en alguna vitrina específica, que reúne elementos de varios de estos subgéneros y que los combinan de manera completamente discrecional. Dirk Gently, agencia de investigaciones holísticas, que se encuentra disponible en Netflix y ya tiene su segunda temporada, es una de esas series diferentes.

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    Se trata de un mix extrañísimo que incluye ciencia ficción, fantasía, comedia, acción y una galería de personajes delirantes, encabezados por Samuel Barnett, como Dirk Gently, un detective que se limita a esperar que las hechos lo choquen, acompañado por Elijah Wood, como Todd Brotzman, asistente de Gently muy a pesar suyo. Las dos temporadas están basadas en los personajes y tono de las novelas del escritor inglés Douglas Adams, Dirk Gently, agencia de invetigaciones holísticas e Iras celestiales, aunque no citan directamente a ninguna de ellas y sean en realidad una suerte de continuación de las peripecias originales del particular investigador. Realizada por BBC América (de ahí el carácter multinacional de su elenco), el responsable de la adaptación del material de Adams fue Max Landis, creador de los filmes Chronicle y American Ultra, entre otros.

    En la primera temporada, donde Dirk Gently convence a Todd de ser su asistente bajo la idea de que “todo se conecta con todo” y que él cumple un papel clave en esas conexiones, el dúo se enfrenta a una suerte de secta de viajeros en el tiempo (o algo así) que a su vez es capaz de cambiar almas y cuerpos entre humanos y animales. Dicho así, suena bastante desconcertante, y de hecho lo es. Tanto que la policía y el FBI, que también siguen la pista de Dirk y su nuevo ayudante, nunca logran entender lo que está sucediendo.

    Pero esto no quiere decir que esos primeros capítulos sean aburridos; no lo son. Es más bien que exigen una suerte de suspensión temporal al intento de encontrarle cierta lógica convencional a lo que se ve en la pantalla: cuando Todd sale de un ascensor y se encuentra a sí mismo, herido y vestido con un abrigo de pieles, no hay lógica realista que funcione. Es recién a partir de la mitad de la primera temporada que se empieza a entender cómo funciona ese mecanismo que cruza historias y personajes. Y es justo ahí en donde se comienza a comprender la extraña lógica alterada bajo la que opera el asunto.

    Allí hay de todo: gatitos que se convierten en el holograma de un tiburón asesino, policías serios, militares imbéciles, programas secretos del gobierno (el Proyecto Blackwing, que recluta e intenta usar gente como el propio Dirk Gently), sicarios descerebrados y sonrientes, viejas estrellas de rock metidas en el cuerpo de megalómanos gordos de mediana edad, millonarios con aire cyberpunk que viajan en el tiempo intentando enmendar errores. Y gore: hay abundante sangre, vísceras y muertes violentas como para asustar al espectador desprevenido que se haya acercado buscando una comedia ligera. Comedia sí, ligera no.

    De alguna manera, Dirk Gently, agencia de investigaciones holísticas logra superar, gracias a su inteligencia y a una catarata de situaciones demenciales, el abismo que supuestamente se abre entre géneros como la comedia y la fantasía. O entre la ciencia ficción y el drama familiar (el personaje de E­lijah Wood tiene un contencioso con su hermana menor, que se desarrolla a lo largo de la serie). No es solo que la cantidad de información que se presenta en cada capítulo exija al espectador mantenerse atento so pena de no entender demasiado los hechos futuros. Es que ese jugar entre distintos géneros y registros obliga a prestar atención en varios planos: el de la resolución del enigma que arranca en el primer capítulo del programa, el de la lógica con que ese enigma se mueve a lo largo del tiempo y también en el de las motivaciones desquiciadas de esos personajes que no paran de sumarse a la trama.

    Barnett y Wood, estupendos en sus roles, son muy bien secundados por Jade Eshete (Farah Black, los puños del equipo), Hannah Marks (Amanda, hermana de Todd, baterista de su vieja banda y bruja novel), Fiona Dourif (excelente Bart Curlish, “asesina holística” que mata a todo aquel que se cruza, aunque sea de rebote) y Mpho Koaho (Ken, un experto en electrónica que pronto descubre las mieles del poder). En cada temporada se suma una amplia galería de personajes secundarios (o terciarios, para ser estrictos) que aportan siempre buenas dosis de humor y un extenso catálogo de situaciones imprevisibles.

    La violencia extrema que el show presenta de a ratos contrasta con el aire casi siempre naif de su diseño de producción (sobre todo en la segunda temporada). Y sin embargo es al mismo tiempo uno de los motores de la acción: no hay personaje, por relevante que parezca, que no pueda morir de manera impensada, horrible y, seguro, llamativa. Esa tensión, oscura y desconcertante, está presente a lo largo de toda una serie en la que muere más gente que en el arranque de Rescatando al soldado Ryan.

    Un programa que es capaz de meter brujas malvadas con varita mágica, policías serios y policías fumetas, agentes del gobierno rayando en la imbecilidad, dimensiones paralelas, caballeros de armadura con cabeza de torre de ajedrez y una suerte de minions de peluche que solo producen ruiditos en un solo cóctel que divierta y que funcione ya tiene un mérito enorme. Si encima esa serie está plagada de giros intempestivos que descolocan al espectador y actuaciones destacadas, la cosa se pone aun más exclusiva. Son solo dos temporadas pero vale la pena verlas. Para ello hace falta suspender nuestra lógica habitual, aunque eso no debería ser un problema: es lo que pide casi siempre la buena ficción.