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    Uber: consumidores vs. corporaciones

    N° 1840 - 05 al 11 de Noviembre de 2015

    , regenerado3

    Por suerte, Uber llegó a Uruguay. Ahora los ciudadanos tendrán una nueva opción para trasladarse y muchos empleados tendrán la oportunidad de ser patrones de sí mismos.

    Uber es una aplicación para celulares que conecta a choferes que utilizan su propio auto particular con personas que quieren viajar en él. Este chofer es un emprendedor que trabaja por cuenta propia, pagando sus aportes como unipersonal y facturando como cualquier otro comerciante cuentapropista.

    Para que un particular pueda ofrecer sus servicios en la plataforma de Uber,  su vehículo debe estar en excelente estado, tener seguro y pasar por un chequeo previo, tanto del auto como del conductor.

    El precio de cada viaje se estima antes de subir al auto (para que no haya sorpresas) y se puede pagar solo con tarjeta (para darle seguridad al conductor) y, además, hay una calificación del servicio, igual que en Mercado Libre. De esta manera, todos los miembros de Uber se esmeran por cuidar su reputación, teniendo el auto limpio, llegando en hora, manejando con prudencia y teniendo un trato amable con el pasajero.

    Ante todas estas bondades para el consumidor y el ciudadano, se oponen las corporaciones, que defienden un modelo de negocios basado en el estatismo más férreo y en la falta de competencia.

    Si bien Uber no sale a competir con el taxi sino con el auto particular, los consumidores van a poder comparar ambos servicios y eso los estimula a ambos a mejorar. Así sucede en las más de 360 ciudades donde operan ambos sistemas en forma complementaria.

    Ante las innovaciones tenemos dos opciones: adaptarnos, mejorar el servicio, bajar los costos, reducir impuestos y tapar los baches de las calles, o dejar todo como está y pretender impedir opciones como Uber, BlaBlaCar, AirBnb, Skype, WhatsApp o Pedidos Ya.

    El actual modelo de transporte, basado en “permisos” limitados, precarios y revocables a criterio de la Intendencia, les permite a los dueños de los taxis tener una rentabilidad asegurada por el propio Estado, que no libera más de tres mil y pocas licencias.

    Un mercado cerrado. Es como si dieran pocos permisos para poner pizzerías, para trabajar de electricista, sanitario o transportista de carga. Al tener “la vaca atada”, invertir en un taxi es una opción más para un capitalista que quiere vivir de rentas: bonos del tesoro, oro, acciones en Wall Street o...uno o varios taxis.

    Veremos ahora qué hacen los gobiernos municipales: si se ponen del lado del consumidor y del emprendedor cuentapropista o se ponen del lado de las corporaciones y defienden a poderosos inversores capitalistas.

    Los que dicen que Uber “destruye” puestos de trabajo, incurren en una gran falacia. Como decía Lavoisier, “nada se destruye, todo se transforma”. La red Abitab “destruyó” el trabajo de miles de cobradores “puerta a puerta” pero creó otros miles de empleos y un servicio seguro y práctico para los vecinos que pagan allí sus cuentas o los jubilados, que ya no tienen que hacer colas interminables en el BPS y ser asaltados por oportunistas. Antel se oponía a las llamadas de teléfono por Internet para “proteger” su absurdo monopolio, mientras pretendía impedir que los uruguayos y las uruguayas (a quienes dice representar) hablaran gratis con sus familiares en el exterior, hicieran negocios o estudiaran a distancia. Hoy todos usan Skype, Google Talk o WhatsApp sin que el todopoderoso Estado pueda evitarlo.

    La tecnología está cambiando la forma de hacer negocios, de trabajar y hasta de relacionarnos. Pretender frenar estos avances es pretender frenar el progreso y cerrarle la puerta al futuro.

    Será interesante ver qué opinan sobre este tema las cámaras empresariales, donde algunos de sus socios se han apañado durante décadas detrás de subsidios, aranceles, mercados protegidos o favores del Estado. Y será también muy interesante saber qué opinan los políticos, ya que el tema Uber es solo la punta del iceberg.

    Lo sustancial, lo que está en el fondo y no se ve a simple vista, es saber quién está a favor de la libertad individual y de comercio, de cuál debe ser el rol del Estado, de la diferenciación por talentos y virtudes o si vamos a vivir en una sociedad que trafica permisos y favores o en otra que intercambia libremente valores. Ese es el debate de fondo que hay que dar.