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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLa sucesión de crisis que se han abatido sobre el escenario mundial (la pandemia, la invasión rusa a Ucrania, las consecuencias económicas de la guerra y su impacto en las poblaciones más vulnerables, la inflación desatada, el impacto en las redes de suministro, la fragmentación de la economía mundial, el quebrantamiento de las redes de producción y la escasa dotación de instrumentos para enfrentar estos desafíos) nos obligan a un replanteo de nuestras visiones y la gobernanza de las instituciones que hemos utilizado hasta ahora.
Es un momento que por su importancia cobra un relieve significativo en la historia de nuestro tiempo que exigirá decisiones más difíciles para los desafíos planteados. De la misma manera que hoy se dispone del GPS para localizar cualquier objeto debiéramos comenzar a diseñar un instrumento similar para reconocer el actual contexto institucional de nuestro país. En los últimos cuatro lustros el escenario mundial ha cambiado de forma tan radical que sus efectos no pueden ser apreciados cabalmente en sus aristas multidimensionales, ubicuas y de impacto masivo.
Si quisiéramos reconstruir los eventos, fenómenos, sucesos y procesos de transformaciones de las sociedades actuales, nos sería harto dificultoso agruparlos en conceptos abarcadores. La mera observación solo nos proporcionaría una reunión relativamente ordenada de los hechos acaecidos en ese período tan alterador de nuestras vidas y sociedades. Solo atinaríamos a describir los acontecimientos y procesos políticos, los cambios en la visión del mundo y, por lo tanto, en las ideas y creencias, la emergencia de nuevos actores sociales, económicos, políticos y culturales, las innovaciones en la ciencia y la tecnología y las inciertas y a veces contradictorias tendencias de la economía.
Las categorías del pasado no nos permiten interpretar el significado de los nuevos acontecimientos y el mero hecho de que se ha comprobado que la producción científica de cada año actualmente equivale a la producción intelectual de los dos milenios anteriores tiende a confundirnos aún más.
Una enorme cantidad de realidades y percepciones convencionales van perdiendo vigencia a pasos acelerados y se acentúan por el incipiente proceso de desglobalización que ha comenzado a manifestarse. El sedimento que ha dejado las últimas décadas es que la globalización ha hecho evidente la necesidad de proveerse de ciertos bienes públicos globales, ya sean sociales, políticos, económicos, sanitarios o ambientales, que previamente eran considerados bienes públicos nacionales.
El Estado nación como referente y base del cálculo económico es una de esas realidades que comienzan a ponerse en tela de juicio en conjunto con la gobernanza estatal. Por primera vez en la historia de la humanidad el mundo había intentado crear un solo sistema internacional unificado. El orden mundial anterior estuvo dominado por el modelo de Estado nación, que fue creado en el siglo XVIII y por la dinámica de los Estados imperiales, que creaban sus colonias y zonas de influencia.
En nuestros días, el sistema económico se transforma profundamente y se caracteriza por la mayor variedad y sofisticación en la explotación de los recursos materiales y la información. Se observa una aplicación más intensiva de la inteligencia en la creación de bienes y servicios en el proceso de producción.
La economía que habitualmente se funda en la utilización de la tierra, el trabajo, las materias primas, el capital y la energía depende crecientemente del uso diferencial del conocimiento. Nace la economía supersimbólica en materia de instrumentos financieros y la economía del saber cómo motor del desarrollo.
Lo técnico y lo social se superponen cada vez más. Observadas históricamente, las revoluciones tecnológicas se han caracterizado por su poder de penetración en todos los dominios de la actividad humana no como fuentes externas de influencia, sino como la nueva trama que se crea a partir de su ingreso en cada actividad social.
Los efectos colectivos de las nuevas tecnologías tienen un profundo impacto en la estructura social a través de la capacidad de penetración de la información que se difunde en todas las direcciones y se infiltra masivamente en todos los ámbitos de acción.
La actual revolución del mundo promovida por el conocimiento está en plena expansión y tiene efectos diferenciales según sean los contextos y estrategias locales de los actores económicos y sociales. Nada hace pensar que todos se beneficiarán de los resultados de este proceso. Porque, aunque el conocimiento sea el recurso más democrático de cuanto disponemos, las relaciones de poder, los desequilibrios estructurales, la eficacia de las estrategias adoptadas por el liderazgo mundial en su provecho hacen que se reproduzcan las asimetrías entre los países desarrollados y las economías emergentes.
Técnicamente la humanidad tendría los medios para resolver sus problemas básicos. Las innovaciones tecnológicas han permitido incrementar la productividad y así vemos que las biotecnologías han creado posibilidades cuyo impacto cada vez se hace más extendido y abarcativo. La informática, la electrónica, la digitalización, la biotecnología, la robótica, la inteligencia artificial están multiplicando permanentemente la productividad y la generación de bienes y servicios creando serios dilemas para el empleo y cuestionando con persistencia los circuitos de producción existentes.
En este escenario, la macroeconomía tradicional basada en las categorías elaboradas para el ámbito del Estado nación y su relacionamiento externo no alcanzan a poder explicar las grandes transformaciones ocurridas. Se visualiza que las políticas públicas deben ser orientadas hacia objetivos de interés común en lugar de ser concebidas como una sucesión de acciones estatales. Emerge una sociedad en que la discontinuidad, las rupturas, la aceleración de los cambios, el tiempo de asimilación de las transformaciones, el surgimiento de nuevas formas de actuación conduce a una era de la incertidumbre en que los distintos fenómenos y eventos aparecen en forma no previsible e intermitente, obligando a replantear en forma permanente sus estrategias y por consiguiente sus objetivos, metas, procedimientos e instrumentos en todas las organizaciones
Ante este escenario cobra fuerza la perentoria necesidad de reconstruir instituciones y organizaciones tratando de encontrar un nuevo equilibrio entre el mercado y el interés público, dado que comienza a delinearse un esbozo de paradigma tecno-económico compuesto por un grupo de innovaciones técnicas, organizativas y gerenciales interrelacionadas.
Su primera característica es que la información es su materia prima y que se utiliza en forma acumulativa, o sea, la propia información genera nuevos conocimientos que obligan a manejar mayor información. La segunda característica es la necesidad de analizar los efectos de la penetración de las nuevas tecnologías. El tercer rasgo de este paradigma es elaborar y consolidar una lógica de interconexión entre las distintas actividades y tareas que permitan formar una red. Finalmente, la cuarta peculiaridad es la exigencia de que la interacción permita tener la suficiente flexibilidad de poder modificar los procesos, las organizaciones y sus estrategias.
Esto es tan válido para las organizaciones públicas como las privadas. La diferencia es que la falta de flexibilidad, agilidad y posibilidades de cambio ha relegado a las instituciones públicas a un accionar meramente reactivo y no necesariamente eficaz y eficiente frente a los desafíos de la época actual y en muchos casos sirve de freno a este paradigma transformador. El efecto conjunto de estos eventos es que los mercados van dejando sitio a las redes y el acceso a estas cobra mayor importancia relegando al concepto de propiedad a una magnitud cada vez menos distintiva de lo que son los activos sociales y económicos.
En la economía red, en lugar de permutar activos físicos se busca obtener la propiedad intelectual. La mera propiedad de las cosas tiende a considerarse como un valor crecientemente obsoleto y que no tiene la importancia tradicional que se le asignaba asiduamente en comparación con la veloz y efímera economía del nuevo siglo.
Es un hecho que los nuevos modos de organización de la vida económica tienden a deparar diferentes maneras de concentración del poder económico en las manos de muy pocas corporaciones. El predominio de Apple, Microsoft. Amazon, Alphabet, Facebook son meramente una muestra del nuevo paradigma.
Pero uno de los grandes desafíos que se presenta en estos nuevos tiempos es en la gobernanza de las instituciones y en especial a lo referido a la gerencia —tanto pública como privada—, pues se ha intensificado la complejidad de la función, se ha incrementado la información que debe generar y utilizar, los variados tipos de relaciones necesarias para ejecutar sus trabajos y, a su vez, debe aprender a manejarse en situaciones donde no tiene autoridad de mando, donde no es controlada en términos habituales pero tampoco puede controlar como ha sido tradicional en la administración que heredan.
Todas estas nuevas habilidades deben ser desenvueltas en un marco de alta volatilidad económica, en tiempos de alta aceleración de las transformaciones y de incertidumbres locales y universales. Como la información está reemplazando a la autoridad no se debe mantener la idea predominante hasta ahora de que el personal responda a su jerarquía. Dicho personal debe asumir mayor responsabilidad individual y no descansarse o depender de sus propios mandos jerárquicos, dado que ya los títulos no significan lo que solían ser, y tiene que asumir el compromiso de definir cuál será su propia contribución a generar el valor agregado de su entidad.
En resumen, es evidente la necesidad imperiosa que nuestras organizaciones ya sean públicas o privadas puedan replantear sus estrategias para adecuarse a las intermitencias de nuestro tiempo que son actualmente un desafío persistente y no renunciable para poder sobrevivir a los avatares de nuestra era.
En lo que respecta al ámbito de las políticas fiscales, estas deberán distinguir en su contenido entre el alcance de las actividades estatales, que radican en sus diferentes funciones y objetivos determinados por cada gobierno, y la posible fortaleza del poder del Estado o capacidad de estos para programar y elaborar políticas aplicando las leyes con rigor y transparencia, o sea, lo que se denomina la capacidad estatal o institucional.
Por tanto, las transformaciones organizacionales del sector público deberán formar parte de una de las agendas más demandantes e imprescindibles de los próximos años si es que queremos evitar la irrelevancia en que pueda caer el sector y por tanto llevar a su marginación por otras instituciones sociales provenientes de los sectores económicos o de la sociedad civil. Menuda tarea en sociedades altamente conservadoras como las nuestras.
El GPS está comenzado a ser accesible, lo que falta es aquellos actores que lo puedan utilizar en un beneficioso y lucido sentido colectivo.
Cr. Ec. Isaac Umansky