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Es lunes y el lobby del hotel Tryp Meliá está poco transitado. Es chico pero bien arreglado. Lo recorre un pasajero con una valija negra, típica de viaje rápido y de negocios. Se va, saluda al portero y se toma un taxi. No mira a su alrededor, un espacio coqueto y bien diseñado, con algunas obras interesantes, una vidriera con artesanías. Se destaca una escultura en madera, alta y fina, estilizada, de colores fuertes. Una cartelera indica salas del hotel, claramente distinguido por su referencia artística: Sala Picasso, Sala El Greco. El viajero no repara tampoco en el cartel colgado allí y repleto de sponsors que anuncia Art Futura, un festival de arte digital que se llevó a cabo del 1º al 5 de noviembre en Montevideo y varias ciudades del mundo. Tampoco se detuvo el viajero en una pantalla de buen tamaño, ni en el proyector o las marcas de zapatos en el piso, pintadas de rojo. Entre otras cosas, porque la instalación estaba apagada. Una pena, antes de irse podría haber llevado una impresión diferente del hotel y tal vez de Montevideo.
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En esa pantalla, cuando estaba activada y el proyector prendido, podía verse la figura de un Artigas con una espada en la mano. “Pará que llamo al muchacho”, dijo el amable empleado que despedía al pasajero. “Me autorizaron a prenderla”, dijo en seguida y puso manos a la obra. Demoró, no encontró la respuesta adecuada del aparatito. Aparecieron los pájaros de la marca proyectados en la pantalla. El periodista decide dar una vuelta por otros sitios de la zona, también marcados por el festival Art Futura, anunciado como el punto de encuentro de artistas y tecnologías. El recorrido marcaba varios lugares por la zona de Punta Carretas, entre hotel, facultades, sala de teatro, un restaurante y el Centro Comunal. Cruza hasta el Teatro de la Candela. Cerrado. Al lado, el Centro Comunal parece más activo. Entra y se cruza con dos señoras que buscan la reunión del Concejo Vecinal. En el patio central, una máquina apoyada sobre una mesa. Es rara, tiene un mecanismo central con pequeños engarces electrónicos, típicas plaquitas verdes con chips, como si fuera una radio desarmada o el interior de un computadora. De allí salen muchos cables de colores con cilindros finos en la punta, no muy largos, de metal, color bronce claro. Es un aparato que propone un ejercicio interactivo. Largo rato tocando los cilindros y no hay forma de lograr una respuesta. Tal vez no hay respuesta o es muy diferente a la que uno espera. “Dicen que hace un sonido con el cuerpo humano”, interviene una empleada del Centro. Nadie puede explicar la relación cuerpo y tecnología.
Rápida huida a otra experiencia digital y futurista en el Teatro de la Candela. Ahora está abierto. Dentro, la soledad más absoluta: la sala abierta, la cabina de audio y video abierta, pero no hay un solo ser humano. Está bien. Hay una proyección en la sala oscura, una animación con explosiones y autos reventados y primeros planos sorprendentes. El video es muy bueno. Pero más divertido es el dibujo de una chica colgada en el hall. En algún punto frente a ella, uno puede recorrer su anatomía y ver su interior, simplemente con un movimiento de la mano. Pero el interior mismo: huesos, cerebro, órganos. Al fin, un poco de interactividad. El dibujo es bueno y el efecto mucho mejor. El mecanismo se parece al otro, al primero, al Artigas que al volver por el hotel, espera paradito la llegada del periodista. El trabajo se llama “Un aplauso para José: un hombre de acción”, y consta de una escultura pequeña sobre un pedestal. Está realizada con técnica de impresión en 3D. En la pantalla, el soldado con la espada y otro juego interactivo. Es posible moverla con el cuerpo desde la marca en el piso ubicada a unos pasos de la imagen. Es tremendamente divertido desajustar al héroe, desarmar la postura y provocar hasta un intento de autoeliminación con la espada.
No es fácil encontrar arte digital en nuestro país, expuesto en un encuentro como este, realizado a nivel internacional y desde hace ya varios años. La experiencia es interesante, aunque un poco alejada de la realidad no virtual, en especial, de un público más amplio y que debería participar de este proceso con otro entusiasmo. En un país supuestamente hiperconectado, con interesantes y destacados especialistas en producción de videos artísticos, científicos, experiencias de todo tipo y color, incluso una creciente producción de animaciones y videojuegos que compiten con inusual éxito en el mercado internacional.
El arte queda un poco en deuda en esta carrera ya establecida, que explota en los años 90 con recordadas experiencias en el Net Art, desde que el artista esloveno Vuk Cosic le puso nombre en un correo electrónico. Luego se expandió por el mundo, con experiencias digitales y cibernéticas que van desde la robótica hasta la imagen más pura, desde el videoarte hasta las animaciones o la interactividad en páginas donde la gente puede participar sin mayor obstáculo y generar parte de la obra.
El arte digital parece estar en pañales, a pesar de la celeridad de novedades e instrumentos, de las posibilidades alucinantes que ofrecen los nuevos medios. La relación entre la supuesta realidad cotidiana y la virtual es uno de los grandes desafíos del arte contemporáneo, que transita un futuro de formidable exploración de lenguajes y sentidos. Además de conflictos entre la materia y la participación del autor, entre la ciencia y el arte, la tecnología y los efectos en la vida de las personas, la identidad y el mandato global.
Un gran paquete que Art Futura contribuye a problematizar. Todavía es un planteo escaso, un poco elemental en un medio que tanto transitó en tan poco tiempo. Pero resulta un mapa de profundas connotaciones, todavía fuera del gran circuito ciudadano, de los intereses generales, incluso entre los propios artistas. Es cuestión de tiempo.