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    Un par de sopapos y se te van todas las pavadas

    Hollywood en los años 50, las palmeras, las avenidas paquetas, los espaciosos Mercury Coupe con forma de cucaracha, los grandes estudios de la fábrica de sueños, las casas con la clásica fachada blanca. Actores, directores y guionistas de pacotilla, periodistas chismográficos, una película de romanos, otra de sirenas, otra de marineros que bailan, comunistas al acecho, un secuestro. Cine dentro del cine. Un tema ideal, un panorama servido para una comedia de Ethan y Joel Coen, que con semejantes elementos no pueden fallar. Y no fallan.

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    Baird Whitlock (George Clooney en su cuarto papel de maravilloso idiota para los Coen, contando la menospreciada El amor cuesta caro) es el actor del momento, pero tiene problemas con la bebida y a veces se olvida la letra. Ensayando sus líneas fuera del estudio, al aire libre, es secuestrado. Inmediatamente después llega al despacho de Eddie Manix (Josh Brolin), el representante de Capitol Pictures, la siguiente carta: “Tenemos a su estrella. Reúna 100.000 dólares y espere instrucciones. ¿Quiénes somos? El futuro”.

    Manix debe actuar como enlace con los secuestradores. Nada de policías (tan rápido como aparecen, desaparecen untados gracias a un par de billetes). Este asunto se resolverá entre los privados. De un lado, el estudio; del otro, los anticapitalistas, que no son otra cosa que intelectuales y guionistas veteranos recitando a Marx y a sus discípulos. Esta vez el productor será el héroe de la historia, el hombre duro, el detective, el que esclarece, negocia y toma las decisiones más difíciles, el que debe sopapear algún rostro para espabilarlo.

    El tipo corre con la valija llena de dólares intentando apagar incendios, pero también debe lidiar con directores vanidosos, actores incompetentes y actrices embarazadas, y para colmo con periodistas de chismes que escriben para millones de lectores y te lo recuerdan como una amenaza. Asuntillos que hacen atractivo, seductor y peligroso al negocio cinematográfico.

    También hay un perro llamado Engels.

    Y una montajista celosa de su trabajo y adicta al tabaco.

    Y un fotógrafo altanero que arroja la bombilla del flash como si fuese un escupitajo (sublime detalle visual y sonoro que solo los Coen pueden dar).

    Y una especie de Gene Kelly que se muere por ser el hombre nuevo.

    Y un investigador privado que cuando una mujer elogia su fuerza para estampar un sello, responde:

    —Es parte de mi trabajo.

    Los Coen sacan punta al lápiz en todas las escenas, que no son para reírse a carcajadas sino más bien para admirar y disfrutar por lo inteligentes y ocurrentes. Para ellos, el cine es una aventura, un género como cualquier otro, como el western o la comedia. Hay que agradecer la visión que tienen de los intelectuales comunistas, de los actores más tontos que narcisistas, de los religiosos que se sientan a dar una perorata sobre Jesús —como hombre o hijo de Dios o Dios mismo o las tres cosas o ninguna de ellas— al ser consultados por Manix sobre el asunto, porque el empresario no quiere herir sensibilidades con su gran superproducción cinematográfica.

    No queda títere con cabeza. Y el tratamiento, ya clásico en la filmografía de estos hermanos, es tan incisivo como estilizado en su contorno caricaturesco. La caricatura no es solo exageración: es concentración proporcionada. En el cine de los Coen todo, absolutamente todo, luce ligeramente torcido y acelerado. Es la vida a la velocidad de un dibujo animado, como ya lo expusieron en sus mejores comedias (Educando a Arizona, Barton Fink, El gran salto, ¿Dónde estás, hermano?, El gran Lebowski, Un hombre serio) y con la luz captada por Roger Deakins.

    Joel (1954, casado con la actriz Frances McDormand, el más “serio”) y Ethan (1957, el más “revoltoso”) nacieron y se criaron en Minneapolis, Minnesota, viendo la tele y en especial los cartoons de Warner. Ya son celebridades hollywoodenses con cuatro estatuillas de la Academia (una por Fargo, tres por Sin lugar para los débiles) y otras tantas nominaciones. Poseen una de las mejores y más parejas filmografías del cine actual norteamericano. Es difícil adivinar cuál podrá ser su techo. Además, la alianza de los hermanos con George Clooney es realmente seria: para 2017 se anuncia que serán los guionistas de un policial que dirigirá el propio Clooney.

    No sé cuántos actores —y técnicos y demás creadores cinematográficos— quieren trabajar con Ethan y Joel, pero fija que son muchos. Y se deben tentar en el rodaje.

    A Clooney le dijeron:

    —Tu personaje no se sacará en toda la película el disfraz de César. Bancate la espada si te tenés que sentar en un sillón o las sandalias si te muerde un perro.

    Además de un elenco de figuras renombradas (Josh Brolin, Clooney, Ralph Fiennes, Tilda Swinton, Alden Ehrenreich, Channing Tatum), ¡Salve, César! tiene otras no menos importantes que aparecen tan solo unos breves minutos —o menos— como Jonah Hill, Scarlett Johansson, Clancy Brown y Christopher Lambert. Y seguro que lo hicieron encantados. Es que filmar con los Coen es diversión asegurada.

    ¡Salve, César! (Hail, Caesar!). EEUU-Gran Bretaña-Japón, 2016. Escrita y dirigida por Ethan y Joel Coen. Duración: 106 minutos.