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    Un tropezón no es caída

    “12 años de esclavitud”, de Steve McQueen

    Uno sale del cine un poco mareado de tanto grito, de tanto latigazo, de tanto llanto. Pero lo más curioso es que semejante despliegue de violencia y de injusticia despiadada contra los negros, en manos de un director de la talla de McQueen, no llega a conmover realmente. La película tiene una fotografía impecable de Sean Bo­bbitt, habitual colaborador de McQueen, un vestuario y una ambientación de época excelentes (Patricia Norris y Adam Stockhausen) y un elenco en general correcto, con algunos destaques. Todo un envoltorio de lujo para quedarse en lo anecdótico y en lo superficial, sin penetrar por un instante en el interior de su personaje central, material este que habría sido mucho más rico que el latigazo y los aullidos permanentes.

    A diferencia de otras tantas películas que abordaron el tema de la esclavitud de los negros en Estados Unidos, esta, basada en un hecho real ocurrido en la primera mitad del siglo XIX, tiene la peculiaridad de comenzar la historia con un negro libre que es Solomon Northup (Chiwetel Ejiofor, correcto y punto), de posición acomodada, culto, feliz y sonriente con su mujer y sus hijos. Claro, esta vida color de rosa transcurre en Saratoga, Nueva York, hasta que dos timadores lo embaucan y se lo llevan al sur, a Nueva Orleans, donde los negros son mala palabra. Y allí empiezan los padecimientos que, con más o menos sangre, el cine se ha encargado de mostrar y que todos hemos visto.

    Este contraste entre la vida libre y feliz del comienzo y el horror inmediato posterior está bien narrado y explotado y parece prometer algo diferente, pero no dura mucho.

    Ese trecho más rescatable de la película, incluido el comienzo feliz, sigue con un oscuro y tenebroso viaje en barco, luego una breve escena donde Solomon es vendido por un traficante de esclavos (Paul Giamatti) al señor Ford (Benedict Cumberbatch) y el aterrizaje de Solomon en la hacienda de Ford, donde su encargado Tibeats (notablemente caracterizado por Paul Dano) será su jefe inmediato en las tareas de campo y comenzará a acosarlo. Hasta allí todo funciona con corrección narrativa y con algunos fogonazos de actuaciones descollantes: Giamatti, cuándo no, brilla fugazmente como traficante desalmado. Gracias a él la película tiene su primer impacto convincente en la crudeza del destrato y el desprecio racial. Esos minutos donde Giamatti ofrece y negocia a sus negros, revisándolos y mostrándolos como si fueran animales, realmente meten miedo. El señor Ford, que compra a Solomon, es un patrón bueno —dentro de lo que puede considerarse bueno en esas circunstancias— y es muy convincente actuado por Cumberbatch. Esa bonhomía contrasta con la de Tibeats, que también transmite pavor en su tortuosa y cruel relación con el pobre Solomon. Hasta aquí todo bien, todo prolijo, aunque nada para lanzar las campanas al vuelo.

    Pero luego Solomon cambia de amo y su nuevo propietario es el señor Edwin Epps, un malo con mayúscula encarnado por Michael Fassbender, actor favorito de McQueen. A partir de este momento la película se desbarranca por la reiteración de las situaciones, la abundancia de castigos corporales sin correlato dramático, y la casi insoportable sobreactuación de Fassbender, que parece haber olvidado las sutilezas en la interpretación, limitándola al despliegue físico, al grito y al latigazo constante.

    Desde allí hasta el final, que viene con la sorpresiva aparición de un Mesías incluido (Brad Pitt), la película pierde interés y fuerza dramática. De este desbarranque solo la señora Epps (Sarah Paulson) emerge victoriosa y con luz propia. Es una actriz que se roba las escenas en que aparece, con una aterradora y ambigua mezcla de bondad y maldad. Un didáctico ejemplo de cómo una mirada helada puede más que un látigo.

    Hay que señalar también el inapropiado manejo del tiempo dramático: pese a la violencia reiterada y por momentos intolerable, hay algo que no funciona porque los doce años se parecen más a doce meses. Castigos corporales aparte, el director no consigue transmitir al espectador un agobio adicional por el transcurso mismo de semejante lapso.

    La película es favorita entre las candidatas al Oscar. Al margen de su suerte en esa carrera, es muy probable que varios espectadores salgan de la sala con algo de desilusión y de bronca. Porque este es el mismo Steve McQueen que supo conmovernos hasta los tuétanos con la lucha del irlandés Bobby Sands en “Hambre” (Reino Unido, 2008) y con la desgarradora soledad del protagonista de “Shame” (Reino Unido, 2011), ambas de altísimo vuelo dramático y poético y, digámoslo también, con un Fassbender muchísimo más fino. Pero bueno, un tropezón no es caída y el hombre tiene crédito de sobra para volver por la buena senda.

    “12 años de esclavitud”, EEUU, 2013. Dirección: Steve McQueen; Guión: John Ridley y Steve McQueen. Con Chiwetel Ejiofor, Michael Fassbender, Brad Pitt, Paul Dano, Paul Giamatti. Duración: 134 minutos.