Vivo en el casco histórico de la ciudad, así que a menudo, si voy a comprar un litro de leche, me topo con turistas despistados.
, regenerado3Vivo en el casco histórico de la ciudad, así que a menudo, si voy a comprar un litro de leche, me topo con turistas despistados.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáA veces me piden que les tome una foto. Puedo asesorar también a los viajeros, en un inglés plagado de erratas, sobre el lugar que buscan en el mapa, aunque a veces me da un poco de cosa estar en chancletas y jogging, bolsita en mano, conversando con estéticos seres del primer mundo.
Por momentos me apiado también de ellos. El último sábado, de tarde, con las calles ya vacías, los negocios ya cerrados y una persistente llovizna, vi una escena que aún me estremece.
Volvía del almacén con el litro de leche y una chalina en la cabeza, bajo la lluvia. Delante, en un zaguán de una agencia de viajes, cerrada a cal y canto pues solo trabaja de lunes a viernes, dormían un hombre de cincuenta años y una joven mujer. Entre colchones de polifón, trozos de pan, zapatos sueltos y trapos. Allí estaban. Profundamente dormidos, a la luz del día.
Al hombre lo conozco, siempre permanece ahí sábados y domingos, y jamás lo he visto despierto. Como tiene canas, muchas veces me pregunto qué habrá hecho en sus años mozos, cuando no había, por ejemplo, pasta base.
A la chica apenas pude verla, estaba de perfil y dormía con los brazos sobre la cara, en posición fetal. La escena era dolorosa. Paradójicamente, me duele más ver al hombre canoso durmiendo con una compañera de abandono, que cuando lo diviso solo en el zaguán refugiado de la lluvia.
Entonces vi venir, por mi calle, a una pareja de turistas mirando un mapa. Sabía que iban a girar la esquina, sabía que estaban buscando esa agencia de viajes. Y efectivamente, giraron. Entonces, en lugar de las puertas abiertas para comprar un pasaje a Buenos Aires, vieron ese zaguán cerrado y sucio y a ese hombre y a esa mujer envueltos en trapos y cartones, durmientes, separados del mundo por su miseria, sus adicciones, su soledad.
La pareja de turistas quedó sin palabras, miraban alternativamente el cartel de Cerrado de la agencia donde iban a comprar un pasaje en barco y esa suerte de dormitorio en tránsito que se ha formado allí.
Dos parejas humanas, una uruguaya, durmiendo, que no se enteró de que la otra pareja, tal vez alemana, tal vez canadiense, la miraba: el hombre rubio y la mujer rubia, con lentes y camperas con capuchas, con paraguas, detenidos allí delante, aniquilados por el horror.
La escena fue tan penosa que no se atrevieron a moverse. Me miraron y yo con mi litro de leche en la mano les indiqué en el mapa otra oficina de la agencia naviera, en el Centro.
Ellos me escuchaban pero cada tanto echaban una ojeada a la oficina desde donde pretendían ir a Buenos Aires y donde encontraron a la pareja de “Sin Techo”, durmiendo con rigidez, molidos tal vez por el alcohol y los desechos de la cocaína latinoamericana.
Al final, caminaron hacia el Centro.
Al rato pensé que quizás la sucursal del Centro un sábado a las 14 horas, también estuviera cerrada.
Y que en su zaguán, tal vez, también durmiera un ciudadano uruguayo del siglo XXI.