“Tener el teatro lleno de gente de martes a domingo es una fiesta”, dice Sebastián Silvera. Breve, simple y directa, la frase del actor y director que integra la comisión artística Institución Teatral La Gaviota contiene mucho más que esas 13 palabras: es la síntesis de un largo período de crisis que ha atravesado la compañía y de cómo sus integrantes han superado las adversidades para volver a situar en el mapa cultural de la ciudad al Teatro Stella D’Italia, construido a impulso de la Societá Italiana, por el legendario ingeniero italiano Luigi Andreoni, responsable de la Estación General Artigas y el Club Uruguay e inaugurada en 1895.
Desde mediados de junio está en cartel en la histórica sala de Mercedes y Tristán Narvaja la Trilogía de la indignación, una coproducción de la Comedia Nacional con tres elencos miembros de la Federación Uruguaya de Teatros Independientes (La Gaviota, La Emergente y Kinderspiel), que inaugura una nueva iniciativa del elenco oficial destinada a colaborar con los pilares de la escena independiente (en octubre se repetirá en el Circular). Cada pieza del tríptico del catalán Esteve Soler (Contra el progreso, Contra el amor y Contra la democracia) se representa en dos funciones semanales, por lo que salvo los lunes hay teatro a diario. “Hacía mucho tiempo que no teníamos una temporada así de intensa”, asegura Silvera, y agrega que además el viejo edificio que data de 1895 está con actividades a pleno: “Tenemos ensayos y talleres en tres espacios del teatro, estamos produciendo los próximos espectáculos, que subirán a escena cuando baje la trilogía (el domingo 31). Estamos dando forma a un repertorio propio, estamos reforzando la compañía con nuevos integrantes en las áreas artísticas y de gestión, este año tuvimos varias obras extranjeras y recibiremos espectáculos musicales”.
Las palabras de Silvera hubieran sonado a una obra de ficción pocos años atrás. Durante buena parte de la década de 2010 La Gaviota se hundió en la peor crisis de su historia. Desde su fundación, en 1977 Júver Salcedo y Lilián Olhagaray fueron sus grandes conductores, verdaderos factótums de la gestión de la compañía y de la sala. La historia, como tantos procesos artísticos uruguayos impregnados de la tradición cooperativa, había empezado con gran ímpetu: tras ingresar en 1986 en calidad de inquilinato, La Gaviota compró el Stella en un remate público, con dineros reunidos mediante una gran colecta en todo el medio teatral. En los años 90 y hasta mediados de los 2000 el Stella, con sus 480 butacas, y su sala 2, de 80 plazas, bautizada en aquel tiempo Piccolo Stella, vivieron un tiempo de auge, con La Gaviota volando por todo lo alto, tanto en el plano local como en el exterior, con giras que la llevaron a Suecia, España, Rusia y varios países latinoamericanos.
Grandes figuras como Roberto Fontana y Delfi Galbiati se unieron a la institución tanto en el plano artístico como el docente. La escuela de La Gaviota fue un semillero de grandes artistas de la escena de las últimas décadas, como César Troncoso, Roberto Suárez y María Dodera. Incluso la sala se situó entre los principales escenarios para conciertos de figuras internacionales como Egberto Gismonti, Scott Henderson y Mike Stern. Pero luego de 2010, con los sucesivos quebrantos de salud de Salcedo, el colectivo inició un notorio declive, que se profundizó con su retiro definitivo, tras sufrir la amputación de una pierna. “Ahí fue el quiebre, él resistió y la peleó, y Lilián se dedicó a cuidarlo”, recuerda Silvera. Salcedo y Olhagaray renunciaron a la institución en 2015 y tras una dura convalecencia, el referente histórico de La Gaviota falleció en enero de 2018. La crisis financiera del teatro y su deterioro edilicio ya eran muy graves, al extremo de que durante un buen tiempo estuvo cerrado, sin programación, con el colectivo muy debilitado. En más de una ocasión, los que aún resistían estuvieron muy cerca de entregar las llaves al MEC, por la imposibilidad de gestionar el edificio. “Las autoridades del momento no querían saber de nada porque el Stella era un fierro caliente, lleno de deudas. La sala grande era un desastre y la Dos estaba muerta”.
Durante ese período de oscuridad un grupo de jóvenes artistas, técnicos y gestores comenzó a tomar las riendas de ese gran inmueble y a volcar mucho tiempo y energía en la recuperación de La Gaviota y el Stella. “La vieja institución se fue quedando sin referentes. No hubo renovación generacional y tampoco había un vínculo activo con egresados que se desempeñaban en otros espacios del ambiente teatral, por lo que nos fuimos quedando solos. No se renovó nada, y también perdimos la escuela cuando se fueron Júver, Delfi y Berto. Si no tenés sangre nueva, todo se viene abajo”. Así las cosas, los jóvenes “sobrevivientes” de La Gaviota se reunieron en una muy recordada asamblea y decidieron continuar como fuera posible.
La recuperación
Para financiar esa primera tarea de emergencia se contó con un préstamo de la familia de Lidia Etchemendy, una de las actrices históricas del elenco estable. Luego, mediante espectáculos a beneficio como una muy taquillera versión de Peter pan, colectas y abundante trabajo voluntario, el grupo de entusiastas gavioteros fue solucionando los problemas más urgentes. “La sala Dos estaba inhabilitada al público y decidimos hacer un rejunte de sobrantes de pintura de todos lados, y logramos pintarla y reflotarla para hacer funciones y recaudar fondos. Así fuimos, de a poco, tapando agujeros”, cuenta Silvera, un todoterreno del escenario, formado como actor en la escuela de Carlos Aguilera, que además de actuar y dirigir tiene formación como artista plástico y posee experiencia en tareas manuales como albañilería, pintura y carpintería. De hecho, cuando integraba compañías independientes como La Clap y La Porvenir, junto con compañeros de formación, Aguilera lo convocó para su primer trabajo en el Stella como realizador de escenografía en El regreso del Gran Tuleque, en la segunda versión de la obra de Mauricio Rosencof, montada en 2007.
Luego, mediante esta dinámica colaborativa autogestionada continuaron recuperando una a una las principales instalaciones del teatro. Se repintó completamente la sala Uno, en un tono rosa oscuro similar al del terciopelo de las butacas, se restauraron porciones de los pisos de tablas de las dos tertulias que estaban intransitables, se renovó buena parte de la instalación eléctrica y de la parrilla de luces y se cambió toda la iluminación del edificio a lámparas LED (que además de disminuir costos, reduce sensiblemente el riesgo de incendio). También se cambiaron las cuerdas que sostienen los telones y decorados, se repintó todas las paredes, techos y columnas del edificio, se mejoraron los camarines, el hall y la cafetería, que volvió a funcionar, y se realizó un chequeo completo de la estructura del edificio, que en buena parte es de madera.
Los teatreros montevideanos conocen bien cómo funciona la economía entre telones y bambalinas. Y Silvera lo explica mejor que un economista: “El dinero que entra al teatro se queda en el teatro. No hay sueldos. Se pagan jornales a los técnicos contratados. Los patrocinantes por lo general son para la producción de los espectáculos. Descontados los gastos, si queda algo, lo distribuimos en el elenco, en cooperativa. Un laburo intenso, sí, pero con amor. Mucho amor”. Teatro independiente en su estado puro.
El 2019 fue un año “buenísimo”, según Silvera, en el que se avanzó mucho en la recuperación del teatro y también en lo artístico, con obras como Yago y Caperucita feroz. Pero llegó la pandemia y ese proceso de recuperación se vio interrumpido. Porque más allá de los fondos ocasionales como Fortalecimiento de las Artes o el que recibe FUTI del Estado (que en este período fue reducido a la mitad) las funciones eran la principal fuente de recursos para pagar las cuentas del teatro y financiar los trabajos.

Tareas pendientes
Desde que volvieron los espectáculos hace ya un año, la programación del Stella ha crecido sostenidamente, tanto en títulos externos, que contratan las dos salas, como en producción propia. “Cuando estás en el horno viste que la gente se aleja. Ahora, cuando las cosas entran a andar mejor la gente se entra a arrimar. Es lógico, son las reglas del juego”, admite Silvera, y asegura que el objetivo del elenco es consolidar un repertorio propio y reforzarlo con estrenos.
Este año la naturaleza puso a prueba al viejo Stella como pocas veces en sus 127 años de historia: el vendaval del 4 de enero inundó completamente la sala Dos, situada en el sótano. “Quedó tapada de agua. La vaciamos, la secamos, la volvimos a pintar y al final del verano estaba mejor que antes”.
Los integrantes de La Gaviota, entre todos los rubros, son 15. Junto con Silvera —al frente de la comisión artística— integran la directiva Lidia Etchemendy, en la secretaría general, y Nicolás Amorín, a cargo del área técnica. Esta última es un área clave para Silvera, porque “en un monstruo enorme como este siempre está explotando algo (ríe). Pero por suerte ahora podemos decir que está todo funcionando bien”.
Las dos tareas pendientes más onerosas son la instalación de sistemas de seguridad antincendios y la restauración completa del fresco del cielorraso y la cúpula de la sala principal, cuya pintura, que data de más de 120 años, se encuentra en muy mal estado.
Sergio Blanco y Molière
En las próximas semanas La Gaviota ofrecerá dos producciones propias de jerarquía. El viernes 6 de agosto se estrenará Slaughter, obra de Sergio Blanco escrita en 2000, cuando el dramaturgo uruguayo radicado en Europa aún no había iniciado su ciclo de autoficciones. Esta puesta dirigida por María Dodera tendrá a Sebastián Silvera en el elenco, junto con Leonor Chavarría y Franco Rilla.
La obra, nunca estrenada en Uruguay —solo se hizo una vez en Argentina—, cuyo título significa “matanza”, cuenta tres historias violentas encarnadas por seres en aislamiento, lo que para Silvera “se resignifica tras la pandemia”: un hombre regresa de realizar un crimen y nadie cree su relato, un soldado regresa de una guerra y no encuentra su hogar, una mujer lucha por salir de opresiones cotidianas.
En setiembre, en conmemoración de los 400 años del nacimiento de Molière, Silvera dirigirá su propia versión de El enfermo imaginario, uno de los máximos clásicos del autor francés. La camilla que formará parte de la escenografía es donde el director posó para la fotografía que ilustra esta nota. Silvera adelanta que este prototipo de la comedia social, en la que Molière fue pionero en denunciar la problemática de la salud pública en tiempos de absolutismo, adquiere nueva relevancia tras la pandemia, “donde todos asistimos al increíble enriquecimiento de un puñado de empresas que acapararon la venta de los test y las vacunas”.