Por el contrario, Aguerre se queja de que “no haya existido un dirigente político de peso, salvo honrosas excepciones entre las que se destaca el director de Marcha, Carlos Quijano, que interpretara correctamente la situación viendo que no se trataba de defender a un presidente desprestigiado por su gestión, sino de defender las atribuciones de la institución Presidencia de la República, frente al resurgimiento de un sentir autoritario dentro de las Fuerzas Armadas que se venía manifestando en forma cada vez más abierta y audaz”.
Precisamente, la propia izquierda cayó en el desconcierto de los famosos comunicados 4 y 7 de las Fuerzas Armadas, en los cuales anunciaban planes políticos para el país que muchos dirigentes interpretaron como de línea “peruanista”, o sea militares golpistas de izquierda. Con esa percepción, el Partido Comunista y la central sindical CNT hicieron pública su simpatía.
Aguerre ya estaba detenido en ese momento. “El día 12 de febrero recibí la visita del abogado defensor, doctor (José) Korzeniak. ‘Compañero, el Ejército tomó nuestras banderas’, me dijo. Mi respuesta fue: ‘Sí, para prenderles fuego, doctor, ustedes son entendidos en leyes y política, pero de milicos no saben nada. De lo contrario no podrían tomar en serio esas promesas de cumplir con un programa con partes progresistas por parte de un grupo de militares donde son mayoría los fascistas o filo fascistas, con algún nazi entre ellos. Esto es un golpe de Estado. Primeramente eliminarán las organizaciones de izquierda, estudiantiles y obreras; los diarios de izquierda y luego los restantes y al final todo lo que no se declare a su favor incondicionalmente”.
Korzeniak reconoció ese diálogo en una exposición que realizó tras la restauración democrática en 1985, explica Aguerre en su libro.
Rumores de golpe.
Aguerre menciona varios casos de versiones de planes de golpes de Estado durante las tres décadas previas al que concretamente se produjo.
El primero que recuerda fue en 1945, aunque precisa que no había más que rumores sobre una institución de nombre “Claridad” con la cual estaban involucrados —según su relato— el general Juan Pedro Ribas y el entonces coronel Esteban Cristi.
Años después, tras las elecciones de 1958, “algunos jefes y oficiales subalternos y superiores simpatizantes del Partido Nacional, creyendo estar ante preparativos de un golpe de Estado presuntamente organizado por militares de filiación batllista, planificaron un esquema de contragolpe”.
De forma paralela, por entonces surgió otra versión según la cual dos generales del Ejército le plantearon al entonces presidente Luis Batlle que estaban en condiciones de “asegurar la no entrega del poder”, cosa que el jefe de Estado rechazó.
En ese momento, fueron los oficiales Eduardo Zubía y Esteban Cristi los que lideraron el plan de contragolpe y le ofrecieron a Aguerre y Montañez que los apoyaran, cosa que aceptaron. Finalmente, más allá de algunos cortocircuitos no hubo intento real de golpe.
Sin perjuicio de ello, la percepción de que crecía en las Fuerzas Armadas una corriente autoritaria, sumado a la convicción de que Estados Unidos pasó a dirigirlas por la vía de los hechos, llevó a Aguerre y a Montañez a crear en 1964 la “Corriente 1815”, integrada por oficiales constitucionalistas.
“A caballo de las diferencias entre Estados Unidos y la Unión Soviética, los yanquis iban ganando cada vez mayor influencia y control sobre los efectivos militares uruguayos, sobre su equipamiento e instrucción. Como consecuencia de todo esto, luego de un largo intercambio de ideas, decidimos comenzar una tarea de concientización de nuestros propios camaradas militares buscando una ‘renacionalización’ de las Fuerzas Armadas”, comenta Aguerre.
Según el militar, Estados Unidos utilizaba los viajes y becas como instrumento de captación de voluntades de varios oficiales: “Faltos de una formación política, estos militares fueron objeto de un lavado de cerebro y asimilaron la ‘cartilla de los yanquis’, que definía como comunista a toda persona que hablara de autodeterminación de los pueblos subdesarrollados”.
“Nos abocamos entonces a —cuenta— confeccionar un resumen de las características deseables que debían reunir los integrantes de la corriente de opinión en formación, donde se insistía en conceptos tales como nacionalismo latinoamericano, antiimperialismo, conducta irreprochable en todos los actos del servicio y fuera de él, manteniendo una línea que sirviera de ejemplo como demostración de la seriedad del movimiento”.
Más golpistas que legalistas.
La 1815 no fue una logia sino una corriente y nada tuvo que ver con ella el general Líber Seregni, aclara Aguerre, quien marca que desde su creación ese grupo era la contracara de los militares “golpistas”.
“Los gorilas, término que englobaba en Uruguay a blancos, colorados, derechistas en general y golpistas, hacían su trabajo intenso también en la captación de voluntades dentro y fuera de las Fuerzas Armadas en forma coordinada desde el año 1965, fecha de creación de los Tenientes de Artigas, bajo el liderazgo del general Mario Aguerrondo. Los trabajos de reclutamiento y de concientización que realizaban estos oficiales preocupaban a la 1815 y eran objeto de investigación con la finalidad de localizar sus lugares de reunión”, explica el autor del libro.
Mientras, según Aguerre, la realización de planes de golpe de Estado por parte de oficiales nacionalistas para evitar la entrega del poder por parte del gobierno blanco y su contracara antigolpista generaron nuevas fricciones entre políticos y militares en 1966. No obstante, alertados sobre los planes de contragolpe los promotores del golpe militar desistieron de su idea.
De cualquier modo, de los recuerdos de Aguerre surge que en 1967 la situación interna de los militares era complicada: “Se procedió a hacer un balance de la actitud esperada de los diferentes jefes de unidades de Montevideo ante un posible movimiento con la finalidad de desestabilizar el régimen institucional. La conclusión no fue muy alentadora, pues la lista de los que suponíamos legalistas era inferior por un puesto a la de aquellos que suponíamos golpistas”.
A su vez, el gobierno de Jorge Pacheco implicó una mayor presencia de militares “en las calles”, además de las “frecuentes visitas, diurnas y nocturnas, a los cuarteles”, que hacía el propio presidente; todo esto aumentaba, a juicio de Aguerre, la inestabilidad y la idea de un cercano golpe de Estado.
Todo ello se tradujo, a inicios de la década de 1970, en la preparación de un plan “antigolpe”.
“El general Seregni nos ordenó presentarnos al coronel José Ismael Castelao, que era el jefe del operativo, y así lo hicimos. Luego de una conversación ilustrativa de la situación y de las previsiones existentes, el coronel Castelao le asignó a Montañez la responsabilidad de la región del aeropuerto con la finalidad de dar seguridad al grupo de cazas, para lo cual contaría con gente armada del MLN. A mí me asignó la zona Centro-Cordón, en coordinación con Vivian Trías, encargado de aportar organizaciones estudiantiles e integrantes de partidos de izquierda. Al coronel José Ojeda le asignó la responsabilidad de la zona de La Teja, Belvedere y Cerro, para lo cual contaría con las Centurias del Partido Comunista”, detalla Aguerre.
Poco después, en 1972, Aguerre y Montañez fueron detenidos por las propias Fuerzas Armadas, y aunque tiempo después recuperaron la libertad, fue por un breve lapso. Pasaron toda la dictadura detenidos y fueron torturados, si bien una arritmia detectada por el médico salvó a Aguerre de los apremios más extremos, en particular de la picana.
“De por qué se abandonó el plan de enfrentar el golpe, solo me quedan interrogantes”, plantea el oficial.
Política
2013-01-10T00:00:00
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