N° 2048 - 28 de Noviembre al 04 de Diciembre de 2019
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáHay tangos que tienen un significado y también una historia que los convierte, más allá de los gustos, en excepcionales.
Domingo Federico, músico, director de orquesta y compositor, y Homero Expósito, poeta inclasificable, fueron amigos y dejaron para la posteridad varias obras: Al compás del corazón, Tristezas de la calle Corrientes, Yuyo verde y A bailar, entre otras.
—Cierto día —contó Federico— se me ocurrió una melodía con un motivo inicial de medidas atípicas, como cortado. Lo llamé a Homero, que escribía sus letras sobre la música mientras le iba prestando atención. A los pocos compases cantó la palabra “percal” y se puso a garabatear en un cuaderno. Me dijo que quería hacer “una Milonguita moderna”, aludiendo al tango de la década de 1920 de Linning y Delfino, para crear “un símbolo de la identidad de la cultura popular rioplatense”.
Así, en breve tiempo, corriendo inicios de 1943, nació Percal.
El percal, palabra que proviene del francés percale, fue una tela barata, de algodón, con que las chicas pobres pretendían emular el lujo inalcanzable de un vestido de noche de mujeres de la alta sociedad. No era la primera vez que se incluía en la letra de un tango, además de Milonguita —recuerdo Carnaval, de 1927—: ¡Qué progresos has hecho, pebeta! / Te cambiaste por seda el percal… / Disfrazada de rica estás papa, / lo mejor que yo vi en Carnaval…, pero sí la primera vez que adquiría ese sentido simbólico que anhelaba el poeta:
—Percal… / ¿Te acuerdas del percal? / Tenías quince abriles, / anhelos de sufrir y amar, / de ir al centro, triunfar / y olvidar el percal… / Percal… / Camino del percal, / te fuiste de tu casa… / tal vez nos enteramos mal. / Solo sé que al final / te olvidaste el percal…
Percal fue estrenado por la orquesta de Miguel Caló con la voz de Alberto Podestá en el cabaré Singapur de la calle Montevideo, en Buenos Aires, a mediados de 1943. Pero poco después cayó sobre este tango el peso de la censura de la dictadura militar. Y surgió entonces una anécdota impagable. Los autores no entendían el porqué y se presentaron al director de Radiocomunicaciones:
—Es que no tiene una métrica poética —les dijo el funcionario—: primero una palabra, debajo tres… eso no es literario.
—Señor —respondió Homero—, yo escribo sobre la melodía. ¿Cuántas palabras quiere que ponga sobre dos notas?
—Pero además —insistió el hombre— está el sentido de la obra. ¿Qué es eso de “tu casa ya no está” o eso otro de “tenías quince abriles”?
Expósito se irguió, pidió permiso para usar la máquina de escribir y puso: “Vestida de percal / eres bonita igual. / Llevabas dulce y rosa / tu percal de mariposa”. Y se lo mostró al director:
—¡Ah, esto tiene sentido! —respondió entusiasmado.
El poeta le arrancó el papel, lo arrugó y tiró a la papelera. Tomó del brazo a Federico y al irse, furioso, dijo: —¡Eso es una porquería! Siga con lo suyo, nomás…
Como se sabe, la tristemente famosa censura sobre los tangos terminó en 1949, tras una reunión entre varios dirigentes de Sadaic y el presidente Perón. Al volverse a difundir en radios y espectáculos diversos, Percal alcanzó un éxito explosivo y ha tenido, hasta hoy, como un ejemplo poco frecuente de permanencia, múltiples versiones. Destacan, además de la inicial de Caló, las de Aníbal Troilo con Fiorentino, el propio Domingo Federico con Armando Moreno y varias versiones instrumentales de una gran calidad: por ejemplo, las de Astor Piazzolla, Osvaldo Piro y el Sexteto Mayor. Como solistas, lo han grabado Hugo del Carril, Alberto Podestá, Roberto Goyeneche, Enrique Dumas y hasta el baladista Antonio Prieto. Los memoriosos recuerdan, además, dos raras grabaciones de Caló: una acompañando al chileno Lucho Gatica y otra con Raúl del Mar y glosas de Héctor Gagliardi.
Para cerrar este recuerdo es imposible omitir otra anécdota.
Cuando Troilo, con Fiorentino, tocó Percal en su debut en el Tibidabo, en 1943, poco antes de la censura, entre tantos amigos del ambiente estaban Discépolo y Tania. Expósito estimaba al autor de Uno pero no lo conocía. Cuando, a su pedido, Julio Jorge Nelson los presentó, se saludaron efusivamente aunque, enseguida, Discépolo dejó volar su ironía con un dejo admirativo:
—Encantado de conocerlo, Homero… Pero hay algo que jamás voy a perdonarle. ¡Cómo va a poner eso de “tal vez nos enteramos mal…”! ¡Eso debí escribirlo yo, es una cosa de las mías! ¡Es como si Percal fuera mío…!