Así como ve a Uruguay con condiciones de saltar al desarrollo, también advierte que si no se dan los pasos necesarios también está latente el riesgo del retroceso. Entre las amenazas que ve en el horizonte, señala particularmente la presencia del narcotráfico, que suele servirse de la exclusión social.
El cambio climático es otro desafío en ciernes. Sobre ese punto llama a sacar conclusiones de la reciente crisis hídrica en la que Uruguay le vio “las orejas al lobo”. “Pensar que eso no va a pasar más es un poco ingenuo”, dice.
Lo que sigue es un resumen de la entrevista que Pablo Ruíz Hiebra mantuvo con Búsqueda.
—¿Cómo ve la situación de Uruguay en el contexto de los principales puntos de la agenda de Naciones Unidas?
—En un mundo convulso, Uruguay puede y debe ser un país desarrollado. Hoy no hay en América Latina ningún país que califique como tal y pensamos que Uruguay tiene todas las credenciales para hacerlo. Esto siempre y cuando haga algunas apuestas estratégicas de medio y largo plazo fuertes. La inercia y el piloto automático no son suficientes. Hemos convocado a todos los actores de la sociedad a unos diálogos que consideramos claves para ese salto al desarrollo. El primero de ellos tiene que ver con la pobreza y particularmente con la pobreza infantil. Un país con esta baja natalidad y que tiene la pobreza tan concentrada en la infancia si no invierte en ella va a seguir pagando el precio. Va a ser muy difícil dar ese salto al desarrollo porque esa gente no va a tener la capacidad y la educación para aportar a la economía, no va a tener el acompañamiento familiar necesario, y finalmente queda a merced de una dinámica muy compleja de economías ilegales y narcotráfico que encuentran el hábitat natural para su expansión en las zonas marginales. Entonces, si Uruguay invierte en infancia puede dar un salto muy grande con efectos positivos sobre la economía, el empleo y la seguridad. Al principio hay que hacer una inversión grande que nosotros estimamos en 0,6% del PIB para lograr las metas que hay en la Agenda 2030 de bajar la pobreza al 5%. La pobreza está estancada desde el 2014 en un núcleo duro de 10%. Eso no lo va a cambiar el empleo, hay que atacarlo con transferencias para brindar mejor educación, empleabilidad, asistencia, vivienda. Estas transferencias son el primer paso.
—¿Por transferencias se refiere a partidas económicas?
—Sí, presupuesto público, particularmente para familias con niños. Una inversión de 0,6% del PIB es algo asumible, no es descabellado.
—¿Lo ha conversado con autoridades de gobierno?
—Estamos compartiendo esto con todos los partidos políticos. Hasta ahora nos reunimos con Cabildo Abierto y el Partido Independiente. El próximo es el Partido Nacional. Luego iremos con el Frente Amplio y el Partido Colorado. Todos son socios nuestros en los Diálogos sobre el Futuro.
—¿Y qué respuesta ha tenido?
—Muy buen diálogo. Todo el mundo es consciente de que hay que hacer algo. La cuestión es de dónde sale la plata. Hemos encontrado muy buena acogida. Pasa que esta inversión, ya votada la Rendición de Cuentas, será difícil que tenga lugar en este período.
—La pobreza infantil, el ingreso del narcotráfico o la inseguridad parecen alejar a Uruguay de ese desarrollo. ¿Alcanza con reforzar las transferencias?
—No. Hay tres o cuatro temas que son estratégicos y requieren apuestas grandes. Ese de pobreza infantil debe acompañarse de propuestas de educación mejoradas. Un segundo tema fundamental es el de ciencia y tecnología. Si Uruguay no se sube en el primer vagón de ese tren, no va a estar en primera línea. Ahí hay que invertir más, y Uruguay no lo hace ni de forma pública ni privada. Un tercer elemento son todos los temas de sostenibilidad. La producción uruguaya, en empresas y exportadoras, tiene que estar mucho más alineada con ese fin, atendiendo variables sociales y ambientales. Este es un tema más de inversión privada que pública. Finalmente pensamos también que es importante el tema de género. Hay una oportunidad perdida por no tener suficiente participación de la mujer en la economía y en la política. La educación es un factor transversal a todos estos temas y también requiere más recursos. Si Uruguay hace apuestas audaces, va a ser un país desarrollado, no solamente desde una perspectiva de ingreso per cápita sino desde componentes económicos, ambientales y sociales. Si no hace estas apuestas, va a seguir teniendo estas brechas, que son el principal bloqueo. Sinceramente creo que hay pocos países en el mundo con el posicionamiento de Uruguay para dar ese salto. Por eso estamos invitando a todos los partidos políticos y los candidatos a pensar en esa lógica, que no es de un solo gobierno sino de varios y que exige una continuidad de políticas.
—¿Cómo ve la gestión de este gobierno en el combate a la pobreza?
—Creo que hubo una recuperación económica después de la pandemia. En Uruguay ha habido un efecto rebote interesante. Ha habido una recuperación este año del salario real, que es importante también más allá del PIB. Pero como decía antes en materia de pobreza el país está estancado. Es un desafío. Si no se hace algo, hay un riesgo de que el país vaya peor también. La seguridad es importante y no hay que verla disociada del tema social. El Estado tiene que estar presente en el territorio, actuando para limitar la exclusión, porque si en algún momento deja de estar presente otra gente ocupa ese espacio. Como sucede en Uruguay, hay muchos países en los que el narcotráfico está presente y en barrios marginales el sueño de los niños es ser narcotraficantes. Es aterrador y hay que luchar contra eso. Es muy difícil, pero la mejor arma es la cohesión social y la inversión en esos niños y no estar aumentando el número de personas en prisión indefinidamente.
—Usted hablaba también de brechas de género. ¿Cómo incide eso en el salto al desarrollo?
—Para empezar, que trabajen menos mujeres significa menos contribución a la seguridad social, a la economía. Hoy hay mujeres que no van a trabajar, sobre todo en contextos pobres, porque tienen hijos pequeños y un hogar monoparental. Si no damos condiciones para que esas mujeres puedan trabajar, hay algo que estamos perdiendo. Después hay numerosos estudios que demuestran que la diversidad es positiva para la productividad; hay análisis sobre cómo la participación femenina pone más acento en temas ambientales. Y por supuesto sabemos que una mayor participación de mujeres en la política repercute en leyes con mayor sensibilidad de género.
—Esas brechas resultan llamativas en un país donde a nivel universitario egresan más mujeres que hombres.
—Exactamente. Es particularmente llamativo el caso de Uruguay: un país que es una democracia plena, que del puesto 11 en el que está en ese índice de democracia de The Economist ( Búsqueda Nº 2.241) baja al puesto 90 o 130 si uno ve la participación parlamentaria o gubernamental de las mujeres. Es una brecha muy grande. Hay una infrarrepresentación de las mujeres en política y eso traba otras cuestiones que tienen que ver con la igualdad de género. En la propia pobreza hay una gran cantidad de hogares monoparentales femeninos.
—Volviendo sobre la pobreza, la sugerencia de ustedes es fortalecer las transferencias económicas, que acá son objeto de controversia política, hay quien habla de “asistencialismo”. ¿Hay un prejuicio sobre ellas que hay que perder?
—Erradicar la pobreza infantil es la mejor inversión que Uruguay puede hacer como país. Si uno lo mira en el medio y largo plazo, las cuentas dan por todos lados. Al día de hoy la evidencia es muy robusta a favor de las transferencias: hay evidencias de que han contribuido al crecimiento económico, al acceso a la salud, a la participación escolar, han reducido los niveles de pobreza y exclusión… Y no hay evidencia constatada de que hayan evitado que la gente trabaje. ¿Dónde están esos papers con esa evidencia? Otro debate es si son mejores las transferencias condicionadas o la renta básica universal. Nosotros no decimos que las transferencias vayan a resolver la pobreza, son una condición necesaria pero no suficiente. Para resolver ese problema hay que acompañarlo de un trabajo muy fuerte en educación, empleo y vivienda. En algunas de esas cosas se podrá invertir ya, otras llevarán más tiempo. Las 200.000 personas que viven en malas condiciones habitacionales no las vas a resolver en dos años. En los últimos 20 años Uruguay ha dado pasos en la buena dirección, ha reducido la pobreza de manera espectacular. Ha llegado un punto en el que hay que dar un nuevo salto.
—¿Y qué percibe al respecto en este gobierno?
—Este gobierno ha aumentado las transferencias en el marco de la pandemia ( Búsqueda Nº 2.217). Entendemos que tiene que ser más audaz todavía. Hay una reflexión que tiene que permitirse Uruguay: si quiere estar en la primera división de los países del mundo, tendrá que hacer una inversión social más elevada.
—Usted dijo que durante la crisis hídrica se le vieron las orejas al lobo, ¿qué conclusiones le dejó ese episodio?
—No hay que olvidarse de lo que pasó en las crisis, aprender lo que se hizo bien y prepararse para la siguiente. Hay varios aprendizajes: cómo mejorar la capacidad del país en garantizar el derecho al agua, la contaminación por uso agrícola, si hay que pagar extra por usos que no son de consumo humano. Uno espera que los candidatos presidenciales tengan en cuenta esto, para que no nos tome “por sorpresa” otra vez.
—Algunas de las posibles soluciones, como otra planta potabilizadora o una nueva represa, se vienen hablando desde hace décadas. ¿Por qué cree que se dilatan tanto las medidas en Uruguay?
—En cualquier país, el desarrollo a largo plazo choca con los ciclos políticos. Las inversiones a largo plazo son demoradas. En la pobreza infantil, por caso, los niños no votan; los viejos, sí. Uruguay ha resuelto el tema de la pobreza en los adultos mayores, por eso hay 20 veces más pobreza en los niños que en los adultos mayores. Los temas que no tienen una repercusión en el ciclo electoral corren el riesgo de verse retrasados. Y el agua, como uno abre la canilla y sale, puede ser uno de ellos.
—¿Qué piensa de la madurez del sistema político uruguayo para abordar esos temas estratégicos? En el tema del agua, las soluciones de infraestructura enfrentan al gobierno y la oposición, unos dicen potabilizadora en Arazatí otros represa en Casupá.
—Eso se da en todas partes. Lo bueno de Uruguay es que, a pesar de eso, tiene una visión de largo plazo en las políticas públicas. Varias políticas del gobierno anterior han tenido continuidad en esta. Eso es positivo y no pasa en todos los países, pero hace falta más. Tendría que darse también en otros temas de Estado como la seguridad.
—¿Qué evaluación hace de las transformaciones que está haciendo el país en la educación y en el sistema de seguridad social? ¿Son suficientes? ¿Alcanzan?
—Es muy importante que haya estabilidad macroeconómica y esa estabilidad está. Sobre esa base, la reforma de la educación es un paso positivo pero va a requerir más recursos. Uruguay no invierte suficiente en educación. Y si quiere jugar en primera división va a tener que tener más horas de clase, más inversión en zonas pobres y en familiarizar al profesorado en nuevas formas de trabajar. Uruguay tiene que invertir seguramente mejor pero también más en educación. La ecuación de gastar lo mismo y esperar que las cosas vayan mejor es complicada. El ejemplo de la Universidad de la República está ahí. La Udelar tiene más alumnos y el mismo presupuesto, y así es difícil que la calidad mejore. Invertir en educación es una de las claves para el paso adelante. Sobre la seguridad social, algo muy importante para el futuro del país, porque cuadra las cuentas a mediano y largo plazo. El mensaje que manda a los mercados y al mundo internacional es que Uruguay tiene las cuentas ordenadas.
—El sistema político del país hoy está sacudido por el caso del senador Gustavo Penadés ( Búsqueda Nº 2.246). ¿Cree que casos de esa envergadura afectan la imagen institucional del país?
—Nosotros no hablamos de casos particulares. En un país como Uruguay, donde la Justicia es independiente, ella lo deberá valorar. No nos vamos a pronunciar. Yo creo que la reputación de Uruguay es muy buena a nivel de internacional, pero hay que cuidarla.
—Un año atrás impactó también el caso del custodio presidencial Alejandro Astesiano. Más allá de los casos particulares, en ambos asomaron situaciones de corrupción que afectaron por ejemplo a la Policía y a círculos del poder. Ante estos eventos, hay quienes concluyen que la corrupción se acerca a círculos en los que antes no lo hacía con frecuencia y otros que ven un funcionamiento ejemplar de la institucionalidad que permite que se investigue de forma independiente. ¿Cómo se ve desde la mirada internacional?
— Uruguay es un país con muy baja corrupción comparado con otros países de la región. Eso lo dicen los indicadores internacionales y también lo pensamos nosotros. Hay una ética de la legalidad que es importante. Hay situaciones complejas que el sistema tiene la capacidad de abordar: se gestionan dentro del sistema.
—Usted dice que el país está a punto de dar “el salto”. No es la primera vez que se dice algo así. Los uruguayos lo escuchamos reiteradas veces.
—En algún momento, a principios del siglo pasado, Uruguay era uno de los países más desarrollados del mundo, más que varios países europeos. Luego estuvo yendo y viniendo, por encima del promedio de la región pero sin dar el salto. Uruguay ha hecho cosas muy importantes en los últimos 20 años, como bajar la pobreza del 40% al 10%, mantener la estabilidad y la continuidad de las políticas públicas. Que un presidente se junte con expresidentes es muy alabado en esta región tan polarizada. No me cabe duda de que antes se haya dicho. Mi esperanza es que de acá a 10 años no haga falta que alguien más lo diga.
Información Nacional
2023-10-19T00:49:00
2023-10-19T00:49:00