Con poco más de 20 años, el estadounidense Brian Winter vino a estudiar a Buenos Aires y, como cualquier “porteño”, desde 1998, cada tanto tomaba el Buquebus para visitar Montevideo o Colonia. En 2002, trabajando para la agencia Reuters, volvió a cruzar, pero con la tarea de cubrir la crisis que vivía por entonces el país. Ya con cuarenta y pico estuvo en noviembre pasado entrevistando a políticos, analistas, consultores y empresarios para retratar lo que para él es el ejemplo de “camino posible”, no solo para la región, que combina respeto a las instituciones, la búsqueda de consensos y un esquema de protección social amplio sin renegar de la economía de mercado.
—Conozco Uruguay y pude hacer la comparación con el caso imperfecto de éxito que tenemos ahora. Es un país que parece haber recuperado su confianza y que tomó medidas concretas para tratar de evitar una crisis parecida en el futuro. Redujo la exposición que tuvo al sistema financiero argentino, tuvo buenas políticas sociales a lo largo de la década de los 2000 y supo aprovechar el boom de los commodities de esa época. ¡Claro, casi todos los países de América Latina, y especialmente los de América del Sur lo aprovecharon! Pero Uruguay pudo hacerlo de manera sostenible; esta es la gran diferencia con los otros.
También dije confianza: es curioso, cuando estuve en noviembre e hice esa misma pregunta —¿qué cambió? — muchos hablaron de la confianza de haberse recuperado de la crisis del 2002, obviamente siempre comparando con Argentina, que no tuvo el mismo camino. También mucha gente mencionó —y esto es muy uruguayo, y me encantó— el haber llegado a las semifinales del 2010 como una señal más de que el país todavía era de clase mundial y que los grandes logros de Uruguay no estaban solamente en el pasado. La confianza es fundamental, y es algo que la mayoría de los países, no solo en América Latina sino en el mundo, han perdido respecto a sus democracias y a sus economías.
—Antes que usted, el año pasado vino un periodista del New York Times y escribió un artículo en el que se refirió al país como una “anomalía” positiva en la región. También la Deutsche Welle elogió aspectos del país. ¿Uruguay está de moda, se transformó en un modelo o sobresale solo porque América Latina pasa por una fase de inestabilidad?
—Es una pregunta válida. Puedo decir, con todo respeto por el New York Times, que recibí muchos feedbacks desde la publicación del artículo. ¿Sabe lo que parece haberle agradado más a los uruguayos que cualquier otra cosa? Las partes negativas; creo que ustedes se están acostumbrando a los piropos. Lo que también me dijeron es que mostrar los desafíos daba más credibilidad y eso está en sintonía con el humor local, que a veces no se aprecia lo que está bien. Es lógico. Pero este es un momento en que hay que celebrar los casos de éxito, por más imperfectos que sean, porque todo Occidente tiene un desafío con sus democracias y Uruguay es uno de los mejores modelos que tenemos, ¡para el mundo, no solo para América Latina! Realmente creo eso, basado en los estudios y en mi propia experiencia y los diálogos que tuve ahí con varios líderes políticos. Lo económico también, y vuelvo a lo de la sustentabilidad: América Latina se ha caracterizado por los altibajos ligados a los precios de los commodities y son pocos los países que han tratado de crear modelos para evitar eso, que desestabiliza la inversión. Uruguay ilumina un poco el camino.
—Lo de los consensos y la estabilidad política parece ser un distintivo del país en este momento. Pero, en lo económico, ¿realmente hay un modelo diferente? Uruguay sigue siendo un país básicamente exportador de materias primas, como cuando usted vino por primera vez a comienzos de siglo.
—Un amigo uruguayo, alguien inteligente, me dijo durante mi visita: Uruguay se ha concentrado más en mejorar su democracia que en convertirse en un país desarrollado. Y es cierto, por el lado económico hay desafíos. Al mismo tiempo, comparado con el vecindario tiene el mejor ingreso per cápita y la tasa de pobreza más baja desde hace años.
Lo que se puede observar a veces es una falta de dinamismo en lo económico, pero esto también puede llamarse previsibilidad.
Hablé con empresarios y gente del sector privado que especialmente expresaba una gran frustración con que se hagan las cosas “a la uruguaya”, pero la otra cara de la moneda son los consensos y la estabilidad. Ojalá fuera posible avanzar un poco más rápido, pero sinceramente fue una de las dudas que me quedó: debería ser posible mejorar el modelo para ir un poco más rápido, pero se corre el riesgo de perder lo esencial, que ha permitido que sea lo que es.
—Países como Australia o Nueva Zelanda lograron consensos sobre reformas que transformaron sus economías. ¿A Uruguay no le falta audacia con las suyas?
—Está bien hacer esas comparaciones, y Australia y Nueva Zelanda son modelos razonables siendo también dependientes de los commodities y estando geográficamente lejos de los grandes epicentros económicos. Sería como el próximo paso, tal vez, para Uruguay. En el artículo menciono la idea de que se pueda convertir en una suerte de Singapur en Sudamérica, o sea, un relativo oasis de buena calidad de vida, fuerte marco jurídico, reglas claras para la inversión y otras cosas que le permitan ser un punto de entrada a la región.
Y es cierto que, si Uruguay no avanza y no hace algunos cambios, corre riesgos. Dos grandes desafíos son el demográfico y la educación. Es fácil imaginar que esta historia de éxito se pueda convertir en algo más complicado en 10 años si no se resuelven esos problemas; que haya sido un caso de éxito hasta ahora no quiere decir que sea siempre así.
—Escribió que Uruguay vive una “ola de delincuencia realmente aterradora, con una tasa de homicidios que casi duplica la de Argentina o Chile”. ¿Cómo lo vivió en su visita a Montevideo?
—Lo palpé hablando con la gente, yo no lo sentí. Para alguien que vivió cinco años en Brasil, Uruguay no es Brasil. Al mismo tiempo, Uruguay está peor que San Pablo en la tasa de homicidios. Es también un desafío porque la reputación internacional del país está muy conectada a la seguridad en todo: jurídica, de la propiedad, personal. Entonces, si no se hace una buena gestión de esto, representa un riesgo para todo el modelo. Hablé con varias personas sobre esto y un comentario interesante es que Uruguay está en fase de shock y se está tratando el problema con seriedad, aunque requiere todo un conocimiento técnico y un aparato que el país nunca necesitó. Faltará otro proceso de aprendizaje que el país ya mostró en otros sectores.
—Dijo que Uruguay podría ser una suerte de Singapur. Ese país figuró en el segundo puesto en el último informe Doing Business publicado por el Banco Mundial en 2020, mientras que Uruguay fue 101 entre 190. Más allá de la confianza que ofrece, ¿es realmente amigable para los negocios?
—En el actual contexto regional Uruguay ofrece oportunidades interesantes. Prueba de eso es la llegada en los últimos años de empresas de tecnología; es justo decir que, en algún caso, se ha beneficiado más de los problemas de los vecinos que de sus propios logros.
Los costos son altos, las empresas que llegan siempre buscan tratamientos impositivos diferenciados y la parte regulatoria es lenta. Hay trabajo por hacer, si es el destino que los uruguayos realmente quieren. Conversando con la gente, me quedé con dudas. En el sector privado sí se escucha esa ansiedad y deseo de seguir avanzando y llegar tal vez a ser una Australia, Portugal o algo parecido. Pero no sé si a un país de 3,5 millones realmente le interesa tener un flujo de 300.000 o 500.000 residentes nuevos. ¿Eso trae un beneficio? Sí, probablemente, pero significaría un gran cambio en el estilo de vida, en el costo inmobiliario… no estuve lo suficiente para saber la respuesta a esta pregunta. Tampoco quiero dogmatizar las cosas y sé que mucha gente quisiera una vida mejor, pero avanzar implica cambios que yo no sé… me quedé con esa duda. ¡Por favor! no estoy tratando de ser paternalista.
—Eric Farnsworth, vicepresidente de la Americas Society and Council of the Americas, plantea algo parecido en su artículo para esta edición AQ cuando señala que la aspiración de Uruguay de entrar al Tratado Transpacífico tiene como positivo poner en debate hacia dónde se quiere ir como país.
—Esas negociaciones reflejan la ambición de no conformarse con la realidad del Mercosur y sudamericana y de buscar otra cosa. Por eso la pregunta que hago, que es realmente sincera, es si hay una parte de la sociedad que quiere conectarse al mundo y tener un ingreso per cápita no de US$ 17.000, sino de US$ 30.000. Está al alcance y el comercio sin lugar a duda es uno de los caminos, pero también implica sacrificios. Estamos solo en los primeros pasos de un largo camino para ver si es algo que la sociedad uruguaya realmente quiere.
—En ese aspecto, ¿cómo evalúa la estrategia del gobierno de enfrentarse al Mercosur y, al mismo tiempo, acercarse a China? ¿Cómo se puede tomar esto desde Estados Unidos?
—Después de 30 años de frustraciones Uruguay está buscando los caminos posibles para desconectarse del Mercosur, y uno es China. Al mismo tiempo, lo que he escuchado en conversaciones privadas es que el gobierno uruguayo también quisiera tener algo parecido con Estados Unidos. Pero hoy todos van a Washington y encuentran las puertas cerradas para nuevos acuerdos de comercio, porque por primera vez en la historia reciente ninguno de nuestros dos partidos cree esencialmente en el libre comercio. Es un grave error, no solo económico sino geopolítico y estratégico.
—¿Romper con el Mercosur podría ser una opción para Uruguay?
—Debe ser la última opción. Y escuché eso cuando hablé con políticos de todas las agrupaciones. Pero, sinceramente, no me quedó muy clara la estrategia —no me refiero a conversaciones con funcionarios del gobierno de Lacalle Pou—, que sería algo así como avanzar y ver qué pasa. Me pareció una estrategia única, que no tiene mucha relación con otras cosas que he visto en más de 20 años viendo economías del Cono Sur. Pero veremos; a veces las historias comienzan de esta manera.
—Su artículo propone extraer lecciones del relativo “éxito” uruguayo. Le invierto el enfoque: ¿Qué podría aprender Uruguay de otros países de la región?
—Es un momento muy difícil para hacerle esa pregunta a un estadounidense. Estamos viviendo acá un momento de humildad; en lo económico estamos mejorando, pero en lo político todavía estamos en una Unidad de Terapia Intensiva. Sin exagerar las cosas, tanto Estados Unidos como Brasil han mostrado una gran resistencia por parte de sus instituciones frente a los desafíos parecidos que han padecido en los últimos dos años y hay una posibilidad de que sea un momento difícil pero pasajero. Pero tengo dudas…. Me parece que tenemos que aprender de Uruguay. No puedo explicar la alegría que me dio investigar, escribir y publicar este artículo, porque vengo de años de frustración con mi país, con la región que sigo profesionalmente hablando de lo que hay que hacer y las soluciones posibles, pero siempre en lo teórico. Y Uruguay nos dio un ejemplo concreto, un camino posible para mostrar, con todas sus fragilidades y dificultades, que son reales y las menciono claramente en el artículo. Por eso hay que celebrarlo y esperar que otros países sigan ese camino.
- Recuadro de la entrevista
El “pequeño daño” en la imagen del país por el “caso Astesiano” y una “campaña normal” en 2024