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Fue pianista, organista, compositora, intérprete de varios instrumentos, arregladora y directora de orquesta. Pero sobre todo Renée Pietrafesa Bonnet fue una gran divulgadora que alcanzó un alto perfil mediático, y una docente reconocida por su capacidad de motivar a niños y jóvenes a expresarse a través de la música. El viernes 4, a los 83 años, murió una pionera de la música uruguaya y la comunidad artística la despidió con multitud de dedicatorias que revelaron que fue una mujer muy querida. Quienes tuvimos la dicha de conocerla pudimos descubrir una persona entrañable, muy generosa y de una calidez inmediata.
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Con su pelo enrulado como imagen icónica, con su habitual desparpajo, su irreverencia y su permanente espíritu lúdico, derribó durante toda su vida todo atisbo de solemnidad y acartonamiento, defectos que suelen acompañar a muchas de las grandes figuras del mundo de la música orquestal, sinfónica e incluso de cámara. Fue una artista impredecible y polifacética, tan capaz de tocar un piano en forma poco ortodoxa, percutiendo sobre las cuerdas para obtener sonidos inesperados, como de subirse al podio para conducir a 60 músicos de la Ossodre o la Filarmónica.
Nació en Montevideo el 17 de diciembre de 1938 y comenzó a formarse con su madre, la docente Renée Bonnet. Algunos de sus maestros fueron Ariel Turriziani (órgano) y Héctor Tosar (composición). En los años 70 viajó a París, becada por el gobierno francés, donde estudió dirección de orquesta con Jacques Mercier y música electroacústica con Pierre Schaeffer. Desde entonces mantuvo un vínculo muy estrecho con la tierra de Debussy, donde estuvo durante largas estadías y fue distinguida en 1984 con la Orden de las Artes y las Letras. Hizo talleres de iniciación, dirigió grupos como la Orquesta de los Becados Extranjeros y produjo intervenciones en el Museo de Arte Moderno de París.
En Uruguay, además de ser una integrante histórica del Núcleo Música Nueva, dedicado a la vanguardia, fundó grupos que se instalaron en la cultura musical: la Coral de la Alianza Francesa de Montevideo, el Grupo Barroco de Montevideo y la Orquesta de Cámara Ars Musicae, que con múltiples formaciones se ha mantenido en actividad y se aproxima a cumplir 50 años de vida. De hecho, tocó el sábado 5 en su sepelio, en el Cementerio Británico
La finca que perteneció a su familia, donde vivió toda su vida, una gran casona ubicada en la avenida Suárez, en el Prado, fue un verdadero conservatorio, la Escuela de Música de la Quinta del Arte. Por allí pasaron cientos de niños y jóvenes. Algunos de los talentos que la tuvieron como docente, como Estela Magnone y Cristina García Banegas, se transformaron en figuras del medio local. Pietrafesa transformó el sótano de la casa en una sala de conciertos que también supo ser estudio de televisión: allí se producía y se rodaba el programa de divulgación Taller de música, que emitió Canal 5 durante más de 15 años. En la televisión pública también participó del programa Apertura, conducido por María Eloísa Galarregui.
Su actividad académica se extendió a la Escuela Universitaria de Música, donde como docente de Música de Cámara y de Pedagogía Musical transmitió su gran capacidad de motivación a los músicos y docentes de música. Como intérprete se movió entre el barroco, el romanticismo y la música contemporánea, y además del piano, se adentró también en el órgano y el clave.
Según consigna el Diccionario de la Cultura Uruguaya, de Miguel Ángel Campodónico, entre las decenas de grabaciones que registró como pianista, organista y clavecinista, con obras de Mozart, Schubert y Brahms, entre otros, así como de su autoría, publicó varios discos a cuatro manos con el pianista Luis Batlle Ibáñez, con quien se presentó en París y Roma, en 1999. Sus partituras y grabaciones, especialmente las enmarcadas en vertientes contemporáneas, recorrieron el mundo y fueron interpretadas en varios países de Europa y Latinoamérica.
Pietrafesa incursionó con asiduidad en la música para teatro, un ámbito donde el sonido instrumental, abstracto y experimental tiene un amplio campo fértil, pues su función es ilustrar la puesta en escena, como un insumo a la par de la luz, la escenografía y el vestuario. Allí su trabajo fue reconocido con el premio Florencio en 1984 (por Electra) y 2001 (El hermano olvidado), según detalla Campodónico (hay que recordar que lamentablemente, entre otras carencias, los Premios Florencio no disponen de un registro histórico de acceso público). En ese año se destacó como la compositora uruguaya que más obras musicalizó.
Más allá de haber sido declarada Ciudadana Ilustre de Montevideo en 2016, y de los saludos institucionales en su memoria, como el que publicó el Sodre (“vanguardista, talentosa y con un gran compromiso social”), el reconocimiento más elocuente y prueba contundente de su legado se apreció en las redes sociales, donde la agrietada intensidad que se respira en este febrero crispado como nunca, cedió por un rato el lugar al recuerdo emocionado de esta abanderada de la genialidad.