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    Y tu mamá también

    El cine del canadiense Xavier Dolan

    En 2009 sorprendió a todos con una película rebelde, desesperada, furibunda: Yo maté a mi madre. A través de un torrente de imágenes, sonido y música con el acelerador a fondo, Xavier Dolan se metía con el vínculo entre padres e hijos, con el difícil camino hacia la independencia psicológica, con el papel de las madres, de su propia madre y con la homosexualidad, su propia homosexualidad. Y era, también, la primera colaboración de Dolan con las enormes actrices Anne Dorval y Sazanne Clément. Llovieron los premios en los festivales y elogios en todas partes. Y Dolan tenía... 20 años.

    Nacido en Québec en 1989, este director, actor, guionista, productor y responsable de otros rubros como el vestuario y la escenografía, se había propuesto realizar una película por año. Y no fallar. Esto es: la carrera de un genio. Puso tanto empeño en sus cuatro largometrajes siguientes, tanto desgaste físico y tanto de sí mismo, que el médico le recetó que parara o se iba a morir.

    Actualmente, Max emite Tom en el granero (sábado 8, 22 y 27 de agosto), un thriller impecable de 2013 que vuelve a traer las obsesiones de Dolan (la intensidad de las relaciones, la pérdida, las pulsiones a flor de piel, el engaño y la violencia) en una granja solitaria y con apenas tres personajes. Un muchacho (el propio Dolan) llega en auto a una granja en las afueras de Montreal. Parece no haber nadie. La puerta de la casa está abierta, recorre los establos, las inmediaciones y nadie, no hay absolutamente nadie. La secuencia dura un buen rato y está jugada con maestría cinematográfica. Poco a poco van apareciendo los personajes. Y también, poco a poco, se descubre la trama. El muchacho ha ido a dar el pésame a una madre por la muerte de su hijo, un día antes del funeral. Pero lo que no sabe la madre es que su hijo muerto y el muchacho que ahora tiene en su granja, eran novios. La figura de otro hijo de la mujer será clave en el desencadenamiento del drama y de las acciones. La película cosechó elogios en todas partes, y en Venecia se llevó el Premio de Fipresci. Una cosa a favor de los críticos de cine en los festivales: generalmente aciertan en las distinciones.

    Mommy es su última película (2014, se puede ver en Netflix). Otra vez estamos ante un adolescente violento y problemático (Antoine-Olivier Pilon), que sale de un correccional e intenta una “armónica” convivencia con su alocada madre alcohólica (Dorval), a la vez que traba una buena relación con una vecina tartamuda (Clément). Dolan vuelve a mostrar una energía increíble para destilar imágenes, que van desde la estridencia hasta el lirismo más intimista. Y claro, una innegable maestría para sacar lo mejor de los actores, su fuego más escondido. Resultado: Cannes le dio el Premio del Jurado, que compartió con Adiós al lenguaje, de Jean-Luc Godard. El pibe y el viejo en el escenario, el agua y el aceite. Cuando le preguntaron por Godard, dijo que lo respetaba pero que no le interesaba ese cine falto de emoción. Es una cuestión generacional: al canadiense le gustan Peter Jackson, Jane Campion o Wong Kar-Wai.

    Los amores imaginarios (2010) fue su segundo largometraje, una historia juvenil a propósito de un triángulo amoroso entre dos hombres y una mujer. Otra vez Dolan como actor, dirigiéndose a sí mismo. A la habitual intensidad de sus propuestas y una rica banda sonora, ahora se agregaba una buena dosis de humor.

    Pero su obra más ambiciosa, también la más larga (168 minutos) es Laurence Anyways (2012), en la que un profesor de literatura (Melvil Poupaud, de notable actuación), casado, confiesa a su esposa (Clément), ya avanzado el matrimonio, su deseo de ser mujer. En esta historia de transexualidad no interviene Dolan como intérprete, pero sí Nathalie Baye en el papel de la madre del profesor. Y es uno de los mejores de su carrera. Una vez más, punto para el niño terrible de Canadá a la hora de dirigir actores.

    Sofisticado y tan golpeador como poético, así es su cine. El tratamiento formal resulta desusado y al mismo tiempo muy claro, fresco y sincero. Las ciudades quedan atrás, como una escenografía lejana. En la línea frontal, los personajes y sus emociones, que son casi siempre intempestivas. Sus planteos son singulares, a veces sorprendentes. Es un cine de autor, absolutamente personal, que nada tiene que ver con los habituales dramas lavados y encorsetados que pululan en las salas comerciales. Dolan escribe sus guiones y dirige desde la más profunda individualidad, y no desde una media aritmética.

    Habla de muchas cosas y toca muchos resortes de los afectos, pero las mujeres predominan en el centro de la cuestión. Las mujeres como esposas, como novias, sobre todo como madres. El sesgo autobiográfico, la inspiración desde lo más profundo de las entrañas, es evidente. Dolan habla de la madre que ha perdido a un hijo, de la madre de un transexual, de la madre de un joven descarriado, sin solución, quizá sin posibilidad de redención. De todas las madres. Y de tu mamá también.