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Es un hecho verificable; se puede contrastar con la realidad. Haber hablado con otras personas del problema que estaba ocurriendo trajo la solución o el tratamiento para ese problema. Siempre hay alguien al que le pasó lo mismo, o conoce a alguien que se enfrentó a esa situación o sabe del tema por su trabajo o profesión. Las respuestas están ahí, hay que tener el valor de salir a buscarlas.
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Las mujeres en ese sentido corremos con ventaja. Al haber sido durante siglos “el sexo débil”, mostrar o hablar de nuestras debilidades no nos resulta tan difícil ni tan extraño. De hecho, nuestras conversaciones cuando nos reunimos giran en torno a los males que aquejan a nuestros hijos, parejas, padres, hermanos. Así también vamos en cierto modo tomándole el pulso a la sociedad; de conversar con nuestras amigas, hermanas, primas, tías, sabemos que los niños hoy tienen determinadas tendencias, que existe un nuevo medicamento para las cuestiones de salud de nuestros padres, que entre los adolescentes ahora es moda tal cosa, o que el sexo es bastante más complejo de lo que nos hicieron creer. Sí, sabemos de todo un poco y así vamos tejiendo los cuidados de todos los integrantes de la familia. Y sabemos porque hablamos, mucho, todo el tiempo, en el trabajo, en el club, en la puerta de la escuela, en la esquina.
Esta habilidad no les es dada de la misma manera a la amplia mayoría de los hombres. Ellos no hablan de sus cuestiones personales. La consecuencia de esto es que al no encontrar la solución, el problema se hace cada vez más grande. Y en el universo masculino pocos asuntos pueden tener la dimensión de los que revisten los relacionados con la sexualidad.
Los mandatos de la sociedad patriarcal les han endosado una obligación en la performance sexual que no admite fallas. Entre la mala comunicación que reina entre sus pares, las falacias con respecto al sexo circulan como la cerveza. La fantasía del hombre siempre encendido es una imposición arrastrada y enarbolada por sus propios congéneres, que probablemente hayan sufrido también de algún que otro desorden, solo que ese secreto se lo llevaron bien profundo a la tumba (si es que sus compañeras sexuales no lo habrían conversado ya con alguien).
Según estudios y especialistas, es muy común que los hombres tengan algún tipo de disfunción sexual. Sin embargo, esto no se sabe. Ellos no se lo dicen a nadie, y les cuesta mucho consultar al médico. Recién cuando lo hacen, se enteran de que es un problema bastante normal y que tiene solución. Es decir que ya solo con hablarlo están más cerca de resolverlo.
El Club de los Penes Tristes es el nombre que encontró el periodista y escritor colombiano Jorge Carballo para bautizar al grupo de hombres de distintos países que se reúnen virtualmente en un espacio liberador y terapéutico, en el que se permiten ser vulnerables.
En la nota que publicamos en este número sobre este tema, la periodista María Inés Fiordelmondo trae el testimonio que Carballo compartió primero en una newsletter, que fue lo que dio pie al club. Allí él cuenta: “Cada cierto tiempo vuelvo al mal sexo, sexo en el que mis inseguridades me impiden estar presente, en el que me preocupo más por demostrar que por sentir (...) con frecuencia evito intimar para no salir herido. A veces no tengo erecciones o eyaculo más rápido de lo que quiero. Hay traumas e ideas que afectan mi vida sexual desde que soy adolescente”.
Esto abrió las puertas para que una cantidad de hombres se pusieran en contacto con él y así surgió la idea del videochat para que pudieran hablar de sus insatisfacciones sexuales. En una posterior columna en BBC Mundo, el periodista asegura que la amistad íntima entre hombres es escasa, que les cuesta contarles a otros hombres lo que ocurre en el ámbito privado. Prefieren aparentar que todo está bien, “y no tener que cuestionar las ideas de lo masculino que sirven de columna” a su identidad.
El rendimiento sexual del hombre es una construcción adquirida desde la infancia no solo por los hombres, sino también por las mujeres. La única maquinaria capaz de demoler esa construcción social es la palabra. Necesitamos un nuevo relato sobre nosotros mismos.