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Francisca Valenzuela: “Uruguay tiene una institucionalidad fuerte en los temas de género”

ONU Mujeres presentó un estudio sobre la brecha de género en el sector energético, con la participación de una invitada del Ministerio de Energía de Chile

De los ingresos totales para todas las carreras de la Universidad de la República­ en 2023, las mujeres fueron mayoría: 63%. Sin embargo, la presencia femenina en carreras universitarias relacionadas a las ciencias duras, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas, las llamadas áreas STEM (sigla en inglés para science, technology, engineering and mathematics) desciende a 46%. Luego, a lo largo de la carrera, las mujeres enfrentan barreras vinculadas a las responsabilidades de cuidados. Según datos de la Encuesta de Factores Impulsores y Barreras STEM realizada por la Mesa Interinstitucional Mujeres en Ciencia, Innovación y Tecnología (Mimcit) para Uruguay­, el 41% de las investigadoras interrumpió sus estudios por tareas de cuidado de niños, niñas y personas dependientes en 2019, mientras que en el caso de los varones esta cifra fue de apenas 5%.

La brecha de género existente en las áreas STEM no se da solo a nivel universitario, sino que se replica en el mundo del trabajo. El sector energético representa una buena salida laboral para las personas formadas en áreas STEM, pero quienes acceden son, en su mayoría, hombres. “En el mundo, solo el 22% de la fuerza laboral en el sector energético está compuesta por mujeres, con una representación aún más baja en áreas técnicas y de liderazgo”, cita el estudio. Además, agrega que “algunas de las mujeres en sectores vinculados a áreas STEM ganan, en promedio, un 35% menos que sus pares varones”.

El género masculino es el que predomina en los roles técnicos e innovadores dentro del sector energético. Las mujeres son mayoría en áreas administrativas, aún cuando tienen un nivel educativo superior, con maestrías y especializaciones, más allá de su carrera de grado.

Las cifras de desigualdad responden a nueve barreras principales, según el estudio. La primera son los tiempos prolongados para culminar estudios debido a interrupciones en la trayectoria educativa. La segunda es una distribución desigual en las tareas domésticas y de cuidado, que dificultan el equilibrio entre trabajo y vida personal. En tercer lugar, las mujeres necesitan (más que los hombres) demostrar sus capacidades técnicas, de liderazgo, negociación y mediación. Cuarto: las dificultades para cumplir con los estándares académicos y laborales debido a interrupciones en las trayectorias. En quinto lugar, existe en el sector energético una segregación vertical, esto es una mayor presencia de varones en puestos de dirección. Sexto, también existe segregación a nivel horizontal: distribución desigual de mujeres y hombres en áreas de conocimiento. El séptimo obstáculo son las brechas salariales entre hombres y mujeres, sobre todo en el sector privado. El octavo es el famoso “techo de cristal”, que significa que las mujeres no tienen las mismas oportunidades de ascenso y dependen de la detección de talentos de sus superiores masculinos. Por último, el género femenino es el que sufre la discriminación y el acoso, más que nada en ambientes tradicionalmente masculinos, como plantas industriales.

La presentación oficial de este estudio se realizó el pasado miércoles 19 de marzo en el Palacio de la Luz, y contó con la participación de María Francisca Valenzuela, jefa de la Oficina de Género y Derechos Humanos del Ministerio de Energía de Chile, como invitada especial.

En su pasaje por Uruguay, Valenzuela conversó con Galería sobre su experiencia en la lucha contra la brecha de género en el sector de la energía de Chile. Analizó la situación global, la de su país y también la uruguaya, y destacó algunos desafíos y oportunidades.

¿De dónde surge su interés por embanderarse con la lucha por los derechos de las mujeres y la igualdad de género?

En la región y a escala global vivimos una reactivación del feminismo, que ahora se está yendo un poquito a la baja. Los movimientos conservadores y antiderechos crecieron, porque justo antes tuvimos una ola feminista en Chile, en Uruguay, Argentina, México. Yo me dedico a los temas de género desde mucho antes. Una cosa es cuando las mujeres nos conectamos con el activismo en el entendido de que tenemos que luchar por nuestros derechos. Pero también está la veta de las mujeres que nos dedicamos a nivel profesional, técnicamente, a ver cómo podemos reducir estas brechas y reforzar nuestros derechos. Todas las mujeres siempre vamos a poder tomar el camino de creer en el feminismo, de seguir una línea activista. Eso es algo que hice desde muy joven, pero en mi caso coincidió que yo me dedicaba desde las Ciencias Sociales.

Estudió Sociología, ¿la carrera incluía temas relacionados con el feminismo o lecturas de autoras feministas?

En la universidad se me despertó un interés muy profundo, muy activista, muy de reconocer que existían desigualdades. Uno en Ciencias Sociales accede más a ese tipo de conocimientos. Empecé a leer a feministas y cosas que, en general, la gente no lee tanto. Conecté y decidí avocar mi profesión a eso. Para mí, viene muy aparejado con mi decisión profesional, y creo que fue algo que se fue dando casi solo. Mi práctica profesional, que fue mi primera conexión con el mundo del trabajo, fue en Uruguay. Hice mi pasantía en el Centro de Estudios de Masculinidades y Género, donde está Darío Ibarra, un reconocido profesional en los temas de masculinidades. Las que trabajamos el feminismo a nivel técnico seguimos en esto toda la vida. Yo me voy a morir haciendo esto.

En 2013 fundó el Observatorio Contra el Acoso de Chile (OCAC), ¿cuáles fueron los principales logros de esa iniciativa desde su surgimiento hasta ahora y qué desafíos tuvo que enfrentar en el camino?

Fue una época muy desafiante. Muy bonita también. Estábamos en un contexto social en el que los temas de violencia de género todavía no estaban reforzados como lo están hoy. No se hablaba de acoso en esa época como se habla hoy, por ejemplo. Hicimos una organización en la que éramos puras mujeres jóvenes, llegamos a ser como 60, e hicimos cosas muy importantes. Primero, visibilizar la violencia sexual contra las mujeres en espacios públicos. A partir de esa iniciativa, pasaron varias cosas. En Chile se hicieron las primeras campañas públicas para erradicar el acoso y la violencia sexual. Eso lo hicimos, por ejemplo, con el metro de Santiago; trabajamos de la mano con ONU Mujeres, que en su momento nos apoyó entregándonos financiamiento como sociedad civil.

La presencia de mujeres en algunos subsectores de la energía es muy bajita. Por ejemplo, ingenieras eléctricas no hay muchas. Otro desafío tiene que ver con cómo configuramos las industrias a partir de un sector masculinizado. El ministerio trabajaba de la mano con las empresas, y lo que hacemos con ellas es tratar de avanzar colectivamente. La presencia de mujeres en algunos subsectores de la energía es muy bajita. Por ejemplo, ingenieras eléctricas no hay muchas. Otro desafío tiene que ver con cómo configuramos las industrias a partir de un sector masculinizado. El ministerio trabajaba de la mano con las empresas, y lo que hacemos con ellas es tratar de avanzar colectivamente.

También logramos sacar una ley. Esto fue un proceso muy interesante, porque logramos una moción parlamentaria para ingresar un proyecto de ley que tipificaba este tipo de delitos de violencia en los espacios públicos, y se transformó en una legislación. En 2019 se promulgó la ley que tipifica y sanciona la violencia sexual en los espacios públicos en Chile, que fue uno de nuestros principales logros. Pero, más allá de la legislación, el principal logro es cultural. En el metro ahora hay más incentivos a reportar situaciones de acoso. Los medios a estos casos los hacen noticia, hay un rechazo social a las prácticas de acoso.

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Usted es la jefa de la Oficina de Género y Derechos Humanos del Ministerio de Energía de Chile. ¿Por qué le parece necesario que exista esa oficina en un Ministerio de Energía?

A muchas personas les cuesta verlo o entenderlo. Hay que entender varias cosas. Primero, que hay una veta de análisis de cómo se configura el sector energético, que es un sector productivo masculinizado. Parte de nuestro trabajo es generar mayor autonomía económica de las mujeres y poder apoyarlas a contribuir con el desarrollo del país, insertándolas en un sector que requiera de esos perfiles. El sector de energía necesita gente, entonces nosotros tenemos un componente de inclusión en cómo se genera este reclutamiento, en la formación en energía. También hay otro componente muy importante, que tiene que ver con cómo llega la energía a las personas y qué factores humanos tenemos que empezar a relevar y poner un poco más al centro. La ausencia de energía se vincula con derechos fundamentales. Por ejemplo, en un lugar que no tiene buen acceso a la energía hay riesgo de seguridad alimentaria, porque no hay refrigeración de alimentos. Los niños se pueden enfermar más porque no hay buen aislamiento térmico. Hay temáticas energéticas vinculadas a la salud, la crianza. Hay temas muy sensibles, como el de los pacientes electrodependientes. La pobreza energética tiene rostro de mujer. Las personas que tienen menores ingresos en América Latina y el Caribe son mujeres de hogares unipersonales que, en general, tienen hijos e hijas. Esos son los hogares más pobres. Hay muchos temas que creo que es muy interesante relevar desde una mirada humana de la energía, y eso no está en el discurso. A veces nos perdemos en la técnica, y parte del rol de nuestra oficina es ese: ver cómo garantizar derechos humanos.

¿Cuáles son las causas de la desigualdad de género en el sector de la energía en Chile y en el mundo?

A escala global, la energía es un sector altamente masculinizado. Eso se relaciona con los estereotipos de género desde edades tempranas, con la elección de carreras y el nivel técnico al que la mujer quiera llegar. Partimos de una formación hipermasculinizada, que se introduce en un sector que sigue la misma línea. Hay desafíos en distintos niveles. Uno es el ámbito de formación de capacidades y competencias en la línea de las llamadas carreras STEM. Allí la presencia de mujeres ha tendido a ser baja. Tuvo un incremento, no es que hayamos retrocedido, pero el incremento igual es lento. La presencia de mujeres en algunos subsectores de la energía es muy bajita. Por ejemplo, ingenieras eléctricas no hay muchas. Otro desafío tiene que ver con cómo configuramos las industrias a partir de un sector masculinizado. El ministerio trabajaba de la mano con las empresas, y lo que hacemos con ellas es tratar de avanzar colectivamente. Por eso hablamos mucho del esfuerzo público-privado para la igualdad de género en el sector. Eso quiere decir que las empresas tienen que tomar buenas políticas de género en distintas dimensiones: la inclusión, el reclutamiento libre de sesgo, la brecha salarial, la participación en niveles directivos. Hay que ver cómo abordar eso, porque una cosa es que empecemos a hablar de acceso y fomentemos que las mujeres entremos, pero otra es cuando el sector no está preparado para ello e ignora realidades de la vida de las mujeres. Si no se aborda eso, se termina generando una fuga de talentos. Si no se contempla que las mujeres tienen una sobrecarga de trabajo de cuidado no remunerado y se les exige trabajar como si eso no existiese, lo más probable es que ellas quieran abandonar el sector. O, por ejemplo, si se contratan más técnicas operarias en el terreno, pero no hay baño para mujeres, no hay uniformes de sus tallas, esa es otra manera de hacerles saber que ese no es su lugar. Hay muchas brechas en distintas dimensiones, pero yo pondría el foco en las capacidades.

Se ha visto mucha más participación de mujeres en las energías renovables, y eso es muy interesante, porque creo que está ligado con la historia de las mujeres, por ejemplo, en el activismo por el medio ambiente. El cuidado traspasa lo privado y las mujeres llevamos la noción de los cuidados al mundo, a cuidar el planeta, el medio ambiente, y a usar energías más limpias. Se ha visto mucha más participación de mujeres en las energías renovables, y eso es muy interesante, porque creo que está ligado con la historia de las mujeres, por ejemplo, en el activismo por el medio ambiente. El cuidado traspasa lo privado y las mujeres llevamos la noción de los cuidados al mundo, a cuidar el planeta, el medio ambiente, y a usar energías más limpias.

¿Cómo evalúa la brecha de género en el sector de energía en Uruguay?

Uruguay me ha sorprendido siempre para bien. Tiene una institucionalidad fuerte en los temas de género, que existe desde hace muchos años. Uruguay y Chile no son muy diferentes en el tipo de problemas que presentan, y estamos creando soluciones parecidas. Sé que tienen una Asociación Uruguaya de Mujeres en Energía (AUME), por ejemplo, y en Chile también hay una. Eso da indicios de un problema compartido: las mujeres necesitaban encontrarse en un sector en el que sentían que estaban demasiado subrepresentadas y que tenían que hacer un poquito más de esfuerzo conjunto. También sé que tienen presencia de organismos internacionales que analizan este tema, como ONU Mujeres. Es muy importante tener apoyo técnico. Noto una inquietud fuerte de las mismas mujeres, de las organizaciones, el apoyo de organismos internacionales que también están en diálogo con el Estado. Esa articulación virtuosa es la misma que tenemos en Chile. Imagino que hay interés de parte de la industria. En Chile tenemos una industria que está comprometida, a pesar de un contexto que empuja a retroceder. Ahí tenemos el desafío de cuidarnos de los intereses de gente que tiene otros valores.

¿Qué papel cree que jugarán las mujeres en el futuro del sector energético, especialmente en un contexto de transición hacia energías más limpias y sostenibles?

Un rol central. Se ha visto mucha más participación de mujeres en las energías renovables, y eso es muy interesante, porque creo que está ligado con la historia de las mujeres, por ejemplo, en el activismo por el medio ambiente. El cuidado traspasa lo privado y las mujeres llevamos la noción de los cuidados al mundo, a cuidar el planeta, el medio ambiente, y a usar energías más limpias. Es un poco extraño que lo diga de esa manera, porque en el fondo es como si estuviera reforzando un estereotipo de género, pero es algo que existe. Por eso las principales activistas por el medio ambiente son mujeres, porque cuidan el planeta, no solo sus casas y a sus hijos. Los roles que pueden cumplir las mujeres son muy importantes en la toma de decisiones. Hay que definir cuál es la mirada y hacia dónde queremos construir una energía que sea propositiva, sostenible, igualitaria, comprometida con los derechos humanos. Y cuando hay agendas de género fuertes y las mujeres ya están cercanas a los derechos humanos, ese tipo de contribución en un proceso de transición energética es fundamental. Pero también lo veo como una oportunidad, porque la transición viene con otras cosas: desarrollo de nuevos sectores, nuevos polos de desarrollo, industrias novedosas. Pensemos en el hidrógeno verde. En ese sector hay mayores oportunidades de inclusión de mujeres por el tipo de perfiles que se requieren. Si estamos viviendo una transición es porque queremos cambiar la forma en la que estamos trabajando con la energía. Y ahí la contribución de las mujeres puede generar procesos más representativos de la población, que pongan en el centro otro tipo de problemáticas. Para mí, solamente va a generar rédito, o sea mejoras en la productividad, en el tipo de soluciones.