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La importancia del arbolado público en Montevideo a través de datos y acuarelas

El libro de Eloísa Figueredo, ilustrado por Javier Lage, es un detallado catálogo informativo de la heterogénea flora urbana de la capital

Redactora de Galería

No todo son plátanos en las calles. Montevideo cuenta con más de quinientas especies de árboles y arbustos, y solamente en sus veredas, sin contar las plazas, los principales parques y espacios verdes, hay cerca de trescientos mil ejemplares plantados.

Entre toda su flora urbana son mucho más comunes los fresnos — los primeros en adoptar ese amarillo otoñal tan característico en abril y mayo — y los paraísos — con sus característicos coquitos — que el infame árbol de la pelusa. Sin embargo todas estas especies, incluso el plátano, cumplen un rol fundamental en el desarrollo de la vida urbana más allá de su aporte al paisajismo; además de la producción de oxígeno, los árboles regulan la temperatura y absorben el exceso de dióxido de carbono de aire, siendo su presencia fundamental para el cuidado del medioambiente.

En los detalles de cada una de las especies profundiza la escritora uruguaya Eloísa Figueredo en Árboles de Montevideo, un paseo ilustrado a través de la flora urbana (Alter Ediciones), un libro basado en el último relevamiento del arbolado público realizado por la Intendencia de Montevideo en 2008 y actualizado en 2024.

“Nos resultan más agradables las calles con vegetación por su evidente conexión con la vida (...) que a veces no valoramos en su justa medida” , escribe la autora sobre este libro que contó con el apoyo del Ministerio de Educación y Cultura. Ordenadas por continente, presenta una selección de 50 especies con presencia en Montevideo. Además, aparecen más de 300 listadas alfabéticamente al final del libro junto a su nombre científico, y un glosario de términos botánicos.

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Árboles de Montevideo, un paseo ilustrado a través de la flora urbana, de Eloísa Figueredo y Javier Lage. Alter Ediciones, 152 páginas, 950 pesos.

Árboles de Montevideo, un paseo ilustrado a través de la flora urbana, de Eloísa Figueredo y Javier Lage. Alter Ediciones, 152 páginas, 950 pesos.

Trazos de acuarelas. A cada página de texto le sigue una ilustración en acuarela del dibujante y arquitecto Javier Lage. Lo primero a destacar del libro es que es, sencillamente, hermoso de ver. Tiene un diseño y un arte que invitan a hojearlo, y su trabajo resulta tan delicado como dedicado.

Lage se interesó en ilustrar este libro por dos grandes motivos. Por un lado, desde que era estudiante veía que a lo largo de toda la bibliografía sobre urbanismo que leía no se profundizaba en los árboles de la ciudad más allá de su carácter ambiental y la importancia de la sombra. Según él, hacía falta una visión más paisajística a la vez que notaba que su generación estaba dejando muy poco material escrito en comparación con sus formadores. Entonces cuando Figueredo le acercó esta idea de “ver al árbol desde el arte, la poesía y la literatura a la vez” , no lo dudó ni un segundo: iba a dibujar.

Además de ser arquitecto, Lage trabajó muchos años como dibujante del Jardín Botánico cuando todavía no existían procesos digitales y hoy es docente de su Escuela de Jardinería. Contó a Galería que la clave para que este tipo de dibujos sean lo más precisos posible está en tomar “muestras frescas”, es decir, tomar las piezas a ilustrar directo de la naturaleza, sin tomar fotografías ni mucho menos referencias de internet.

Pero no se trata solamente de ponerse a dibujar. Utilizar muestras frescas implica un largo proceso que comienza con la búsqueda del objeto a dibujar y no termina con las horas de dibujo y observación directa en el parque. Ilustrar cada especie le llevó por lo menos un año para poder tener en cuenta todos los procesos de cambio que atraviesa la hoja, el fruto y la propia planta. Cada árbol le tomó alrededor de 20 horas de trabajo, y por cada especie descrita hay una página ilustrada con todas sus partes por separado. La acuarela, explica Lage, es la técnica más apropiada para la ilustración botánica porque es veloz, el color se puede preparar y es más preciso, y la idea de transparencia y la presencia del agua marcan la diferencia.

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Eucaliptus.

Eucaliptus.

Curiosidades del arbolado público

La flor nacional del país es el ceibo rojo, que florece en primavera. Sin embargo, de nacional tiene más bien poco. El ceibo rojo es una especie muy característica de Paraguay, Argentina, Brasil y Uruguay, que además, por una cuestión más bien política, es compartida como flor nacional con la hermana rioplatense. Lo curioso es que Uruguay tiene su propia especie endémica de ceibo, que es de color blanco y se descubrió a orillas del Río Cebollatí, pero pocos conocen este dato. La presencia de ceibo blanco da lugar a otra gama de ceibos autóctona con flores rosadas, naranjas y hasta con pigmentaciones o manchas.

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La flor del ceibo, flor nacional del país.

La flor del ceibo, flor nacional del país.

Claro está que el uruguayo suele ignorar muchísimos detalles de su flora, sobre todo, de la urbana. Pero no siempre fue así. Durante el siglo XIX y principio del XX hubo un gran desarrollo verde en Montevideo con la creación de espacios como el Prado, Parque Rodó, Parque Batlle, la aparición de instituciones como el Jardín Botánico en 1902 y la mirada fuerte que se ponía sobre Europa, que se traducía en el interés de traer paisajistas como Eduard André o Carlos Thays.

Lo primero es conocer que no se puede plantar cualquier árbol en la ciudad. Tienen que ser especies que se adapten al medio, longevas, que lleven poco cuidado, resistentes a las plagas — ya que no pueden utilizarse productos fitosanitarios en los espacios públicos— y que toleren que se poden sus ramas y raíces en caso de interferir con servicios de iluminación, saneamiento o gas. Al gomero, que supo ser una famosa planta de interior, se lo plantaba en la vereda o patio cuando ya no cabía en la casa, sin medir que sus raíces invadían cañerías y cámaras. “Las plantas pagan los errores que cometemos las personas”, concluye Figueredo.

Si bien desde hace algunas décadas que en Montevideo se ensaya el cultivo de especies de flora nativa como parte del arbolado público, como el ibirapitá que con su flor colorea de amarillo intenso las veredas de Centenario, las especies autóctonas no son las más apropiadas para adaptarse a las veredas. El ombú, por ejemplo, utilizado en rotondas, muchas veces levanta las baldosas por el tamaño de sus raíces.

Por eso en la capital uruguaya hay árboles de todas partes del mundo. Las especies de América del Sur resultan las más conocidas, como el palo borracho, con su flor rosada que asoma a fines del verano y las características espinas de su tronco, o el timbó, mal llamado oreja de negro por su fruto oscuro de forma arriñonada, que se encuentra en parques y plazas porque su copa es algo baja para las veredas. También está el jacarandá, de climas subtropicales, que brinda un espectáculo azul violáceo en primavera por Lucas Obes y Buschental, o la anacahuita, de histórico uso medicinal, que crece rápido y da mucha sombra. La que se encuentra en la plaza interna de la Torre de los Profesionales tiene más de cien años y es uno de los árboles protegidos de la ciudad.

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Jacarandá.

Jacarandá.

También hay muchas líneas de palmeras, como la butiá o la pindó, para dibujar bulevares o bordear calles como la peatonal Sarandí o Viña del Mar en Carrasco, circunvalar áreas urbanas como rotondas, o formar ramblas como la que bordea el arroyo Miguelete. En el libro se menciona con preocupación que los conocidos palmares de Rocha, formados en su gran mayoría por esta especie butiá, están en peligro. Debido a las actividades del campo, las palmeras jóvenes no prosperan y las que hay ya superan los 300 años.

De la pulpa del fruto del butiá se preparan deliciosos dulces y licores. Y es que varios de los árboles presentes en la ciudad tiene frutos comestibles. Pero además de los nativos como el arazá o guayabo del país —todavía subestimados en la gastronomía local—, Uruguay posee un clima ideal para el crecimiento de una enorme cantidad de árboles y arbustos del mundo que también dan frutos comestibles. De América del Norte el país heredó, por ejemplo, arces, presentes en casi todos los barrios, cuya sabia es la materia prima del famoso sirope.

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Butiá.

Butiá.

Pero a pesar de que se adapta muy bien a las duras condiciones de la ciudad, sus ramas no resisten demasiado las sudestadas como sí lo hacen otros más fuertes como el plátano, que además vive hasta 300 años y tiene un tronco grueso y resistente, crece alto y su copa alcance un diámetro importante ideal para la sombra.

De Estados Unidos el país también adoptó la acacia blanca, que tiene el perfume de la primavera, el ciprés y la magnolia, con flores enormes de hasta 30 centímetros de diámetro. Hay varios ejemplares añosos de este árbol en parques y plazas, como la Zabala.

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Plátano.

Plátano.

Otro dato curioso es que el pino marítimo, presente no solo desde Malvín hasta Punta Gorda sino a lo largo de todos los demás balnearios, tan instalado en el paisaje, en realidad se introdujo del Mediterráneo para convertir tierras de escaso valor para la producción agropecuaria en lotes para posibles casas de veraneo. Funcionó a la perfección, y trajo protección contra el viento y la salinidad del mar.

De Asia provienen el ciruelo, el cedro, el ginko biloba, el paraíso y todas las especies de eucalipto.

Otra curiosidad es que todas estas especies dieron lugar a híbridos que hoy también le dan la identidad al paisaje capitalino, como el chitalpa en la calle Carlos Quijano. La invitación es a incorporar esta naturaleza a la rutina, porque está allí acompañando, todos los días.

Arbolado público y medioambiente: vecinos verdes que no dan abasto

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A pesar de la inabarcable red arbórea que embellece la capital uruguaya, que cumple una función ambiental importantísima como absorber CO2 y limpiar el aire de compuestos nitrogenados, varios sitios europeos y estadounidenses especialistas en tecnología medidora de la calidad del aire posicionan a Montevideo en la franja amarilla de niveles de contaminación y riesgos asociados a través de visualizadores en tiempo real.

El indicador de la contaminación urbana por excelencia es la concentración de PM 2,5 en el ambiente —material particulado respirable (menor a 2,5 milímetros de diámetro) como polvo, ceniza, hollín, metales, cemento y polen—, medida en microgramos por metro cúbico (µg/m³).

Frente a ellos las plantas también se ven en aprietos y reducen la productividad en su tarea ambiental.

Varias de estas plataformas utilizan una escala de colores que va del celeste (que significa que se cumplen con las directrices de la Organización Mundial de la Salud) a un borra de vino (más de diez veces superior). El color amarillo significa que en el aire están flotando entre 50 y 100 µg/m³ de PM 2,5, y Montevideo cayó en ese margen el día de la consulta de Galería. Según la OMS, que estipula un valor anual de concentración máxima recomendada de 5 µg/m³, esto ya requeriría del uso de tapabocas en la calle.

En 2023 la ciudad más contaminada del mundo era Begusarai, en India, con casi 120 µg/m³, mientras la más limpia según la calidad de su aire era Kuusamo, en Finlandia, con un 0,3 bien celeste. Más del 90% de la población del mundo vive en lugares donde la calidad del aire supera los límites de PM 2,5 establecidos, y contra eso, no hay trescientos mil ejemplares ni quinientas especies de árboles que valgan.

Nos resultan más agradables las calles con vegetación por su evidente conexión con la vida (...) que a veces no valoramos en su justa medida Nos resultan más agradables las calles con vegetación por su evidente conexión con la vida (...) que a veces no valoramos en su justa medida

Según fuentes de la Gerencia de Gestión Ambiental de la Intendencia de Montevideo, las recomendaciones de la OMS son pensadas “pura y exclusivamente para la salud” y no desde el funcionamiento urbano.

En el caso de la capital uruguaya, por ejemplo, los valores suelen dispararse en invierno debido a la quema de leña para calefacción, necesidad básica que no contempla la OMS.

Aseguran que lo que se propone es un ideal a alcanzar, mientras la normativa nacional sobre calidad de aire establece un objetivo intermedio que hasta el año pasado era de 35 µg/m³ y este año se actualizó a 25. Además, destacan que el hecho de que Montevideo alcance el amarillo responde a valores diarios puntuales y no a un promedio de 24 horas.

“Que tengas un día una concentración mayor a 25 tampoco es un peligro“, asegura Andrea De Nigris, directora de la Unidad de Calidad del Aire de la Intendencia, quién no está a fin de escalas “semáforo” que resultan tan imprecisas como alarmantes. El último informe anual de la calidad del aire de Montevideo está elaborado según su propio índice y midió una concentración media anual de 10 µg/m³.