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¿Tenemos una necesidad intelectual y emocional de conectar con las personas físicamente cuando nos comunicamos? Si prestamos atención, encontramos ciertos indicios de que la parte social de nuestro ser se está empezando a enfermar
Hace ya varios años que vivimos sumergidos en la tecnología. Gran parte de nuestro día sucede en el mundo virtual, de softwares, de ceros y unos. Primero fue Facebook (2004, en español desde 2008), luego Twitter (2006), más tarde Instagram (2011) y WhatsApp (que se popularizó masivamente en 2012). Antes, una persona interactuaba en el día con otras 10 o 15. Hoy, se pueden mantener conversaciones solo en WhatsApp con unas 30, e incluso más si consideramos a los grupos. A esto se le puede sumar el mail, los mensajes directos por Instagram y así las comunicaciones a distancia consumen la mayoría de nuestra rutina diaria; estamos todo el día recibiendo y contestando mensajes y mails. Nuestra presencia virtual está en todos lados y conversamos con decenas de personas sin verles la cara, y muchas sin conocerlas nunca. Tal vez salimos a la calle y nos cruzamos con ellas sin saber que son con quienes estuvimos chateando un par de horas antes.
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Y esto no queda acá. La acelerada evolución de la inteligencia artificial (IA) nos está dejando en las puertas de lo que fue ciencia ficción en 2013, con la película Her, en la que Joaquin Phoenix desarrolla una relación con la asistente virtual de su computadora. Hoy ya podemos interactuar oralmente con ChatGPT de la misma forma. De hecho, la voz con la que en su comienzo la empresa de IA había desarrollado la nueva versión del chat era precisamente la de Scarlett Johansson, la sensual Samantha de Her. Pero la actriz no autorizó su uso y debieron cambiarla.
Ahora, ¿en qué plano está quedando la interacción real? ¿Precisamos el contacto cara a cara? ¿Tenemos una necesidad intelectual y emocional de conectar con las personas físicamente cuando nos comunicamos? Probablemente no con todas, claro está, pero si prestamos atención, encontramos ciertos indicios de que la parte social de nuestro ser se está empezando a enfermar.
La pandemia nos hizo mucho daño y dejó sus secuelas. Una de las que más impactó en el relacionamiento humano y que ahora está viendo su caída son las aplicaciones de citas. En su momento parecieron desembarcar como las salvadoras de los vínculos románticos, y sí que lo fueron durante el extraño período en el que vivimos subyugados por el Covid, pero 10 años después están entrando en crisis. Las personas las están dejando de usar. Las acciones en bolsa de Bumble cayeron un 30% el mes pasado después de un informe negativo de ganancias y Match Group (propietario de Tinder, Match.com, OkCupid y otras) informó un descenso en su número total de usuarios durante los últimos dos años. Según un estudio del Centro de Investigaciones Pew, casi la mitad de los usuarios de citas en línea y más de la mitad de las mujeres que las usan dicen que sus experiencias han sido negativas.
Otras investigaciones indican que más del 90% de la generación Z (aquellos nacidos entre mediados de los 90 y la década de los 2000 que nunca vivieron sin internet, y desde edad temprana estuvieron expuestos a las redes sociales y los dispositivos móviles) se siente frustrada con estas aplicaciones.
Mientras que sucede esto en el mundo virtual, los supermercados de España (y por contagio también en otras partes del mundo) se llenan de jóvenes, y no tanto, entre las 19 y las 21, al ser promocionada como la hora del “ligue”. Hombres y mujeres solos se pasean por las góndolas con mensajes en sus carritos indicando que están en busca de una relación. Y la iniciativa se fue de las manos, al punto que uno de estos centros comerciales tuvo que llamar a la policía por el descontrol que se desató, demostrando la alta necesidad que la gente tiene de verse las caras, sonreírse, mirarse, jugar el juego de la seducción en el plano físico.
Sabemos que uno de los grandes problemas que enfrentamos hoy en la sociedad son las enfermedades de salud mental, acuciadas por la soledad, el aislamiento, la falta de contacto con el otro. Hay estudios que indican que en 2018 el 44% de hombres y el 74% de mujeres jóvenes no informaron actividad sexual (ya sea solos o con parejas). Y se ha hablado suficiente sobre el efecto del uso de las pantallas en el deseo sexual.
En la realidad que nos toca vivir, atravesada y gobernada por la tecnología, habrá que calibrar sus costos y beneficios, evaluar cuándo nos empieza a perjudicar y tomar medidas al respecto. La primera: darle tiempo y espacio al encuentro cara a cara con los demás, recurrir a la interacción humana directa, presencial, en vivo. Porque el alma necesita conectarse con la energía de otras almas para estar en equilibrio. De eso se trata.