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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáFrente a la polémica abierta y valorando las exposiciones compartidas, pretendo complementarlas apuntando a un aspecto que creo esencial en la inserción del niño-adolescente a su medio sociocultural.
Cuando el adolescente entra en la interacción sociocultural, lo hace a partir de una estructura personal que ha desarrollado previamente, para cuya integración y sostenibilidad fueron claves los primeros años de vida. La personalidad es una unidad bio-psico-sociocultural, es un sistema que, como tal, se configura con la interconexión e interacción de todos estos factores. Y esa estructura se forma en la relación especular con el Otro (madre, padre, familia). El bebé solo puede ir construyendo su yo en la medida que haya un otro que, a modo de espejo, le permita esa individuación tanto física como psíquica, un otro que le ofrezca seguridad física y emocional como para que pueda operar ese desprendimiento y esa diferenciación. Todos los seres vivos están preparados naturalmente para generar en su cría ese proceso de autodeterminación, pero al ser humano la cultura le exige otra complejidad.
En ese proceso de estructuración personal, el niño, en la medida que los Otros (el núcleo familiar primero) lo estimulen, valoren y acompañen, va construyendo su estructura personal, que se verá apoyada en tres pilares:
La unidad: En tanto confluencia en uno de todos los aspectos que conforman la individualidad, su cuerpo, su experiencia.
La identidad: Íntimamente unida a la anterior, por la cual percibirá su forma de sentir, pensar y actuar como propias, centradas en un sí mismo que lo asume, administra y decide.
La estima de sí: El grado de valoración de sí mismo. El ser querido, escuchado y respetado permite la internalización y apropiación de los valores en una autoconciencia que le sostiene frente a las inseguridades que la sociedad y la cultura le generarán.
Dificultades en la conformación de estos logros básicos lo vemos en ejemplos como la percepción escindida psiquis-cuerpo cuando se percibe al cuerpo como una pertenencia (“mi cuerpo me pertenece y con él hago lo que quiero” o el ejemplo tan claro de la resistencia histórica en el campo de la medicina para aceptar la enfermedad como una expresión de la persona en tanto unidad y no solo como la disfunción de un órgano). También en cuanto a la identidad y la autoestima, cuando observamos en las conductas la dificultad y/o incapacidad de empatía, así como de intolerancia a la frustración.
Agravado por la liquidez sociocultural a la que se ve sometido el adolescente en el mundo actual, si no ha llegado así preparado a la adolescencia, seguirá buscando asegurarse entre sus pares, buscando en lo social esos Otros referentes, pero ya no va a encontrar la disposición amorosa del hogar, sino la lucha competitiva y desestabilizante con otros que también buscan lo mismo, donde juega más la desvalorización del semejante para reafirmar imaginariamente al sí mismo, donde se prestigia el éxito, donde domina el aparecer, donde se es en la medida en que se le reconozca por el solo hecho de ser visto, donde se busca dolorosamente ese lugar a cualquier costo.
En el caso planteado por la serie, vemos que ni el adolescente ni la familia pudieron asumir ese vértigo social. Y ese final, en el que se los muestra sumidos en la incertidumbre, el desconcierto y la culpa, abre las puertas a una profunda revisión de nuestro ser en el mundo actual.
Creo que esa revisión debe comenzar, de acuerdo a lo dicho, por una toma de conciencia de la dimensión del problema y luego por el apoyo a las familias, hoy más que nunca sometidas a exigencias extremas (económicas, sociales, culturales). Apoyo desde lo institucional, desde los centros de salud, educativos, etc.
Quizá sea el momento de repensar por qué seguimos cuidando al niño en su desarrollo físico al que los sistemas de salud se dedican con profesionalismo y no se considera igual cuidado en cuanto a su desarrollo emocional, lo que apuntaría, justamente, a esa integridad que necesita la persona para su adaptación al mundo.
A aquellos padres que, por su juventud están involucrados en ese vértigo social y a aquellos que no lo estén tanto, como los que vemos en la serie, les urge, por igual, la toma de conciencia del valor primordial del compromiso con esa necesidad estructural del niño y adolescente y, en función de ello, propiciar la cercanía, el acompañamiento, la presencia motivada (no por deber, sino por querer). Aunque el tiempo de compartir sea escaso, volverlo cualitativamente valioso a través del juego, de la escucha atenta y el diálogo, de la coherencia de los mensajes con la acción, de la retroalimentación donde la puesta de límites no sea prohibición, sino fortalecimiento para la capacidad de frustración y empatía. Solo así preparado podrá sostenerse frente a los avatares a los que hoy le exige la inserción social. Y nunca derivar ese rol a las redes sociales, fomentando el aislamiento y la búsqueda de respuestas en canales que, por atrapantes, lo pueden confundir, inmovilizar, someter y, aún peor, destruir.
Reyna Navarrete