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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáAllá por el año 1957, estando yo en sexto de escuela, nos llevó la maestra a conocer un diario por dentro para que viéramos cómo funcionaba ese universo, esa maravilla llamada prensa. Nos recibió en El País un mozo de unos veintipocos años, flaco, de lentes. “El Sr. César di Candia los va a guiar por las instalaciones del diario”, nos dijeron en la recepción. Ver funcionar una rotativa de cerca me resultó un fenómeno tan fantástico como inolvidable, así como ver a los linotipistas tomando leche todo el tiempo, para contrarrestar los terribles efectos del plomo que usaban para hacer los tipos antes de la impresión.
Con gran amabilidad Di Candia nos guio y nos ilustró en todo el recorrido.
Veinte años más tarde, estando yo trabajando en una inmobiliaria, se me presentó Di Candia con su esposa (ya no era tan flaco) para dejar su casa para la venta; ahí le hice saber de mi admiración por sus notas, sus artículos, sus reportajes (algunos magistrales) y sobre todo el humor que infundía semanalmente —firmando DIC o CID— en la memorable revista Lunes (el inefable Don Benedicto, Viñetas Montevideanas, etc.), así como sus notas en el semanario Marcha. En aquella oportunidad me regaló un ejemplar autografiado y dedicado de El mundo es Juancho y ajeno. También nos unió Zelmar y la lista 99, más algún que otro evento. Luego con el tiempo leí todo lo que pude de Di Candia y aún me falta mucho por leer, ojalá pueda hacerlo antes de emprender el mismo viaje que él ha emprendido, así podré comentárselo.
¡Que en paz descanses, troesma!
¡Y gracias por tu talento!
Gonzalo Rodríguez-Villamil