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    Del expresidente Julio María Sanguinetti

    Sr. director:

    He demorado en comentarle su artículo “El país del empate” por las mil y una cosas que, de un lado u otro, me siguen llevando en un incesante vaivén. En todo caso, lo hago para agradecer lo que considero el elogio personal de considerarme un representante auténtico de la moderada mentalidad nacional, más propicia a los cambios graduales que a la épica revolucionaria.

    Montesquieu decía que la libertad no se encuentra más que en los gobiernos moderados porque así lo ha mostrado la historia.

    Esa moderación, imprescindible para preservar la libertad, incluye también el inconmensurable valor de lo que se evita, por eso es tan relevante como lo que se logra hacer, siempre insuficiente. Lejos de ser contradictorio con lo que se hace, puede ser su condición necesaria. Por ejemplo, cuando en 1985 iniciamos el gobierno de transición, como he contado más de una vez, mientras hablaba en el Parlamento me venía, cada tanto, un ramalazo angustiado que no eran los militares ni los tupamaros presos, sino una crisis bancaria que estaba ya gestada y a punto de estallar. La logramos evitar. De haber ocurrido, como bien supimos después cuando sufrimos una crisis bancaria, está claro que la transición no hubiera sido como fue. O probablemente se hubiera derrumbado, como lo esperaban agazapados los muchos enemigos de la salida democrática para medrar en una catástrofe. Como no ocurrió, solo la observa el ojo clínico.

    A partir de evitar aquella lejana crisis que no llegó a ser, el país pudo, con gradualidad, transformar su matriz productiva como no había sucedido en 100 años. Maggi decía que desde Hernandarias. Fue el Plan Forestal de 1985, que cambió el país al punto de que hoy los productos de la madera son la mayor oferta exportable del Uruguay. Son 2.500 millones de dólares de exportación, 30.000 puestos de trabajo y 1.100.000 hectáreas que —además— no han comprometido al resto. Tanto es así que, de 600 millones de litros de leche que se recibían en 1985 en las plantas, hoy llegamos a 2.000 millones, pese a enfrentar (y esto sí que es un freno) un sindicato de psicología suicida. O la exportación de carne, que también aumentó por una notable incorporación de tecnología en la agropecuaria. O el arroz, que pasó de 85.000 a 185.000 hectáreas, con la máxima productividad internacional, mediante el desarrollo de biotecnología nacional.

    Por su lado, las zonas francas abrieron, desde la ley de 1987, otro espacio fundamental en la base productiva del país, en el caso con predominancia en los servicios logísticos y una notable exportación de software, que representan el 27% de la exportación total. Es un mundo nuevo, con 67.000 empleos directos e indirectos de mayor nivel de ingresos que el promedio nacional. Hubo que superar fuertes resistencias de la industria, pero se logró convencer y avanzar.

    Estas fueron verdaderas revoluciones silenciosas. Como la derrota de la inflación, lograda sin los planes de shock que algunos economistas ansiosos proponían, convencidos de que la gradualidad quedaría a mitad de camino. En el gobierno de Lacalle Herrera, se logró bajar la inflación de un 90% a un 44%; nosotros entregamos el gobierno con un 4.2% y, desde entonces, no hubo más inflación de dos dígitos.

    La gradualidad requiere claridad de propósito y paciencia. Es un método clínico, sin los traumas quirúgicos solo empleables como último recurso. Ese es el reformismo, el reformismo batllista, que también fue paciencia: Batlle propuso la ley de ocho horas y no se votó; la reiteró Williman, y no se votó; intentó de nuevo Batlle en la segunda presidencia y tampoco pudo; recién Feliciano Viera tuvo ese honor. Lo que a la distancia se mira como la revolución de don Pepe fue también un trabajoso proceso reformista.

    Del mismo modo, luego de una larga campaña de divulgación, en 1995 reformamos la seguridad social, introduciendo, con las AFAP, el ahorro individual, que hoy acumula unos 25.000 millones de dólares de un millón de afiliados. Que, a su vez, financian el desarrollo.

    Como usted apreciará, el “estatista” Sanguinetti introdujo el ahorro privado y consagró y amplió la apertura de la enseñanza universitaria a las instituciones privadas… Esto fue de enorme valor por sí mismo, pero también porque le impuso a la Universidad de la República un desafío que le ha hecho mucho bien. También en la educación pública, la reforma que hicimos en nuestra segunda presidencia con el liderazgo de Rama y Williman introdujo cambios sustantivos, algunos desgraciadamente desconocidos por los gobiernos del Frente.

    Solo los titulares de lo que venimos reseñando nos hablan de un país distinto al de hace 40 años. En la mirada social, hoy funcionan 524 Centros CAIF iniciados en Salto en nuestra primera presidencia, y la mortalidad infantil, que en 1980 era de 37 por cada mil niños nacidos, en el 2000 había caído a 14, y hoy anda por los 7. Sin pensar que entonces no había teléfonos celulares cuando hoy son 6.500.000 y casi duplican a la población. Los automotores, que en Montevideo eran 149.000, hoy son 712.000. Nos torturan en el tránsito, pero algo dicen sobre las clases medias.

    Si el Uruguay de hoy es considerado la más sólida democracia latinoamericana y su PBI per cápita es el mayor de área es porque no hubo empate. Se ganó. Sin goleadas ni triunfalismos que, cuando asomaron, llevaron a retrocesos.

    El país no se detuvo, pese a gobiernos frentistas que desperdiciaron la “gran bonanza”.

    Hoy tenemos adelante los enormes desafíos de un cambio de civilización que va dejando demasiada gente por el camino. Es otro horizonte. Hay que marchar hacia él. Con algo más de prisa y nunca una pausa.

    Le agradezo la oportunidad y le saludo con la amistad de siempre, de colega a colega.

    Julio María Sanguinetti