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    El Partido Colorado

    Sr. Director:

    En momentos en que el calendario político impone definiciones, resulta indispensable que el Partido Colorado asuma con claridad su papel histórico y su compromiso con el futuro. Las recientes declaraciones de algunas autoridades partidarias sobre la eventual proyección nacional de la Coalición Republicana (CR) reavivan una inquietud legítima: ¿podría realmente preservarse la identidad en un esquema que tienda a la fusión?

    Pero la cuestión no es solo si se puede preservar esa identidad. Más aún: el Partido Colorado tiene un rol que cumplir: un rol liberal, progresista y solidario, que forma el corazón mismo de la identidad batllista nacional. No es una marca más dentro del sistema de partidos, sino una tradición de pensamiento que le dio sentido a la república y contenido social a la libertad. Renunciar a eso sería un daño no solo partidario, sino cultural.

    Es necesario hacer una distinción clave: no se cuestiona aquí la posibilidad de alianzas tácticas departamentales ni la búsqueda de entendimientos vecinales que amplíen la base electoral. Lo que se rechaza es el avance hacia un modelo fusionista a nivel nacional, donde, bajo un solo lema y eventualmente un candidato único, se subordine lo que quede del Partido Colorado a una estructura de partido dominante, propia de un régimen antiliberal. Eso no amplía la libertad del elector: la reduce. Y puede incluso terminar expulsando a miles de votantes batllistas hacia sectores moderados del Frente Amplio, en busca de una voz socialdemócrata que reconozcan como propia.

    La CR puede ser una herramienta táctica válida en lo local. Pero cuando se proyecta al plano nacional sin debate profundo ni el aval de la Convención, deja de ser una alianza para convertirse en un proceso de absorción que vacía al partido de su relato propio, anestesia su crítica y desdibuja su sensibilidad batllista en una estrategia que prioriza el cálculo por sobre la convicción.

    No se puede confundir táctica con propósito, ni dejar que una ética de la responsabilidad —invocada como escudo de gobernabilidad— se convierta en pretexto para decisiones unilaterales que concentran el poder en figuras individuales. La ética de la convicción, por el contrario, es la que da sustancia moral a la acción política: parte de principios, no de conveniencias. Y esa es la que el Partido Colorado debe reivindicar si quiere recuperar su voz y su alma.

    Esta discusión no es teórica. Durante el reciente período de gobierno, la dilución de la originalidad batllista tuvo efectos concretos: se perdió energía para diferenciarse con claridad frente a actos censurables —algunos, incluso, contrarios al espíritu republicano—, y se renunció a impulsar con vigor una agenda transformadora en áreas clave como la educación pública, donde la tradición colorada había sido históricamente protagonista. Sin relato propio, no hubo impulso suficiente. Sin identidad visible, no hubo liderazgo social.

    En este sentido, no solo se trata de ganar elecciones, sino de recuperar el prestigio ético y el coraje republicano que encarnaron figuras como Enrique Tarigo: gladiador del No contra la dictadura, referente moral en la transición y autor —junto con otros demócratas— de la proclama del Obelisco “Por un Uruguay sin exclusiones”. El partido debe volver a contagiar ese espíritu, donde la legalidad no era una fórmula, sino una bandera. Donde la firmeza de ideas no excluía la apertura al diálogo, pero jamás subordinada a las circunstancias.

    La pérdida de tracción electoral del partido no se soluciona con mimetismos ni con tecnocracia sin alma. Las dos corrientes internas más visibles aportan insumos valiosos, aunque la ciudadanía pide mucho más que control de gestión u oposición: espera ideas con raíz ética, cultural y social.

    El batllismo sigue vivo, aunque a menudo parcialmente representado. No está atrapado en la nostalgia, sino que se expresa en cada ciudadano que valora la movilidad social, la educación pública, el Estado eficiente pero justo, y la libertad como motor del progreso. Esa sensibilidad existe, pero no termina de emerger una voz nítida que la defienda con claridad.

    La discusión sobre si la fusión garantiza más bancas es tan legítima como limitada. Porque lo que está en juego no es solo un resultado electoral, sino la existencia misma de un Partido Colorado que represente con dignidad sus principios. La identidad no puede subordinarse a la táctica. Y si la Coalición se convierte en un vehículo de disolución partidaria, el resultado no será una suma, sino una pérdida para la democracia.

    ¿Queremos acaso convertir al Uruguay en un país donde se empobrece el sistema de partidos y se desliza hacia una lógica binaria y confrontativa, como la que enerva a la Argentina?

    Invito, desde estas líneas, a dirigentes, militantes y votantes a no resignarse. A reflexionar, construir y defender entre todos un proyecto colorado que combine firmeza con empatía, ideas con sensibilidad, convicción con responsabilidad, pero sin sometimiento. A dar, en definitiva, una batalla que es política, pero también moral y ciudadana.

    Porque los partidos no mueren por los votos que pierden, sino por el sentido que abandonan.

    Daremos batalla.

    Eduardo Fazzio