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    El Partido Colorado necesita un Juan Bautista

    Sr. Director:

    En mi familia somos todos caciques, o eso dice mi madre. Cada cual cree saber cómo se enciende la hoguera y hacia dónde deben apuntar las flechas. Indios, ni uno. Todos queremos liderar la marcha, incluso cuando no hay camino. Nos prestamos para discusiones largas y apasionadas, muchas veces con posiciones tan antagónicas que la mera posibilidad de un acuerdo es una ilusión. Y, aun así —porque la vida siempre encuentra su equilibrio—, al final cedemos, porque después de todo sabemos que no hay familia que sobreviva con tantos jefes y ninguna tribu.

    Tal vez por eso, cuando pienso en la política, no puedo evitar ver esa misma historia repetirse. No hay lugar donde esto sea más evidente que en el Partido Colorado. Durante demasiado tiempo, nos hemos estado preguntando si el partido puede resurgir y nos resignamos a esperar un milagro político, una especie de golpe de fortuna que nos devuelva al protagonismo histórico. Pero, seamos francos, los milagros no existen. Ni un líder carismático, ni una revelación divina nos salvarán.

    Por supuesto, no hemos llegado aquí por accidente. Roma no cayó en un solo día y el Partido Colorado tampoco. Durante años, confundimos el liderazgo con protagonismo y protagonismo con endiosamiento, mientras las ambiciones personales eclipsan el proyecto colectivo. Nos plegamos a liderazgos tan omnipresentes que en sus sombras no pudo crecer ningún brote. Y, cuando dejaron sus tronos, apostamos a la idea del “salvador”. Ese líder que aparece como un cometa, lleno de brillo y promesas, pero que, cuando la presión se vuelve insoportable o los vientos cambian, desaparece tan rápido como llegó.

    Los colorados debemos entender de una vez por todas que no necesitamos un líder carismático que nos saque del atolladero con un discurso brillante o una campaña viral. No necesitamos un “salvador” de cartón que aparezca justo antes de las elecciones y desaparezca apenas su popularidad comienza a menguar. Necesitamos algo mucho más serio y, paradójicamente, menos glamoroso y más difícil de encontrar: un Juan Bautista.

    Permítame utilizar a esta figura de la tradición cristiana para clarificar mi punto; después de todo, pocas historias condensan con tanta potencia lo que significa preparar el camino, trabajar sin esperar gloria y allanar el terreno para que otros cosechen lo que uno siembra. Y eso es exactamente lo que le falta al Partido Colorado. Una figura que acepte que probablemente no verá los frutos de su trabajo y que su reconocimiento no llegará en forma de titulares ni de ovaciones. Alguien que entienda que un proyecto político no se construye en un ciclo electoral, sino en décadas de trabajo paciente. Un líder con la humildad de reconocer que su tarea no es ser el protagonista, sino preparar el terreno para que otros puedan hacerlo.

    El primer desafío de este Juan Bautista es la reestructuración. No es un secreto que el Partido Colorado se ha convertido en un partido de élites en el que los puestos de relevancia son ocupados por los mismos nombres de siempre. La renovación no puede ser una excusa para sumar a personas de manera simbólica, reestructurar significa abrir espacio para nuevas voces, nuevas ideas, nuevas formas de hacer política. Pero, sobre todo, significa aceptar que el poder, para ser efectivo, debe distribuirse.

    Pero reestructurar no es suficiente, el segundo desafío es reconectar. Este desafío es más profundo. Hablo de reencontrarnos con lo que alguna vez fuimos, con esas raíces que, aun desgastadas por el tiempo y los errores, todavía sostienen nuestra identidad. Es un trabajo artesanal, de paciencia infinita, que requiere volver a las bases, a la gente. Escuchar más y hablar menos. Entender que no se puede representar a un pueblo si no se conoce su pulso, si no se habitan sus angustias y sus esperanzas. Y no, esto no significa caer en populismos ni prometer soluciones mágicas. Significa, simplemente, recordar que el poder político no tiene sentido si no sirve a la gente.

    El tercer desafío —quizás el más ambicioso de todos— es revitalizar. Devolverle al partido un propósito claro, una visión que inspire y convoque, especialmente, a quienes nunca sintieron al Partido Colorado como propio. Revitalizar el partido implica asumir un compromiso genuino con la transformación del país, proponer reformas que incomoden si es necesario, pero que sean coherentes con nuestra vocación histórica de ser el motor del progreso de una República feliz y justiciera.

    Entonces, la pregunta no es si el Partido Colorado puede resurgir. La pregunta es si tenemos a alguien dispuesto a ser ese Juan Bautista. Alguien que, sabiendo que no será el protagonista de la próxima gran epopeya, decida, de todos modos, sembrar las semillas del cambio.

    Estamos a tiempo.

    Brahian Furtado