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Es difícil dimensionar el legado de un papa a tan pocos días de su muerte. Pero, quizás, una ventaja de la inmediatez es que nos obliga a aferrarnos a algún criterio más o menos objetivo y tangible. Y, si tuviera que tomar uno, yo tomaría la elección de su nombre: Francisco. A mi juicio, en la elección de su nombre está su programa de gobierno, o, si se quiere, sus “promesas electorales” en términos más políticos. En este sentido, la figura de san Francisco de Asís encierra algunos rasgos centrales de la “promesa” que trajo el papa Francisco a la Iglesia. Entre los muchos rasgos de la figura del “poverello d’Assisi” que pudieran elegirse, seleccioné estos cuatro que entiendo estuvieron presentes en la impronta que Bergoglio quiso dar a la Iglesia al elegir su nombre papal.
Como buen jesuita, Francisco fue un hombre de sólida formación religiosa, con una visión política y estratégica de la Iglesia, que lo llevó a impulsar algunas reformas, generando fuertes tensiones internas, pero procurando no romper la unidad. No obstante, fueron muchos los “frentes” abiertos al diálogo y al debate, si bien en la mayor parte de ellos los avances fueron más simbólicos que reales. No cabe duda de que sus posiciones en muchos temas le valieron enfrentamientos y tensiones con sectores de la Iglesia resistentes a hacer cambios a las tradiciones y orientaciones pastorales más ortodoxas.
Una de las principales áreas en las que pudo mostrar signos visibles de reforma estuvo referida al rol de la mujer en la Iglesia, en donde abrió espacios para que muchas mujeres pudieran ocupar roles y cargos administrativos dentro de la curia romana. Más aún, en algún momento pareció considerar la posibilidad de que las mujeres pudieran celebrar casamientos y bautismos como los diáconos varones. No obstante, es claro que no hubo avances específicos en este último punto, y, menos aún, con respecto a la posibilidad de ordenar mujeres para el sacerdocio (como lo hace la religión anglicana).
En cuanto a la posibilidad de que los sacerdotes pudieran casarse, si bien el papa Francisco ha descrito el celibato como una “prescripción temporal” y no una regla inmutable, él no creía que eliminar su obligatoriedad fuese a aumentar las vocaciones sacerdotales y fue un firme defensor de su permanencia. Fueron conocidas las tensiones entre el Vaticano y la Iglesia católica alemana, la cual reiteradamente ha pedido una revisión del celibato y el otorgamiento de las dispensas para que los sacerdotes puedan casarse. Más allá de los diálogos e intercambios, durante el papado de Francisco no existieron cambios en las disposiciones y normas eclesiásticas respecto a este tema.
Con relación a la postura de la Iglesia hacia las personas divorciadas vueltas a casar, el papa Francisco expresó una postura de mayor apertura, aunque manteniendo la enseñanza tradicional de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio. En este sentido, la postura del papa se centró en la importancia de la misericordia y el acompañamiento pastoral ante situaciones complejas, abriendo la posibilidad de acceder a los sacramentos (incluyendo la eucaristía y la reconciliación) en ciertos casos, tras un discernimiento personal y pastoral.
En relación con las parejas homosexuales y la homosexualidad, Francisco adoptó una postura que, si bien mantuvo la doctrina tradicional de la Iglesia católica sobre el matrimonio como una unión entre un hombre y una mujer, también evidenció una mayor apertura y aceptación hacia las personas homosexuales y sus parejas. Pese a fuertes oposiciones internas, el papa autorizó a que los sacerdotes católicos pudiesen administrar bendiciones a las parejas del mismo sexo, siempre que no sean confundidas con una ceremonia de matrimonio.
Desde una perspectiva jurídica, Francisco defendió la legitimidad de las uniones civiles entre personas del mismo sexo, reconociendo su derecho a tener las mismas coberturas legales que las parejas heterosexuales. Asimismo, rechazó la criminalización de la homosexualidad, declarando que las leyes que penalizan la homosexualidad son un pecado y una injusticia.
Con relación a la pederastia y los abusos sexuales, es innegable que Francisco fue mucho más contundente y explícito que sus predecesores. Sus intervenciones al respecto se caracterizaron por una prédica de “tolerancia cero” y un impulso decidido a reformar los procedimientos canónicos y administrativos para garantizar mayor transparencia y rendición de cuentas. Se podrían reseñar varias acciones en este campo, como la elaboración de documentos pontificios (Motu proprio), la creación de una oficina especializada para la protección de niños, niñas y adolescentes, o la realización de una cumbre vaticana contra el abuso clerical. Entre estas múltiples acciones, destacaría el motu proprio “Mitis Iudex Dominus Iesus”, en el cual reforzó las sanciones canónicas contra sacerdotes pederastas y estableció mecanismos de expulsión para los condenados por abusos.
Pero, quizás, las mayores huellas del legado reformista de Francisco pueden verse reflejadas en el concepto de “sinodalidad”. Esta palabra (que proviene del griego synodia, que significa ‘caminar juntos’) refiere a una forma de vivir y de actuar en comunión, donde todos los miembros de la Iglesia, sean religiosos o seglares, comparten la misión y, por lo tanto, toman las decisiones en conjunto. En su visión, la sinodalidad incluía la escucha activa entre los integrantes de la Iglesia, espacios para el discernimiento comunitario y la puesta en marcha de procesos más participativos. Para darle impulso a esta visión, Francisco convocó a un “sínodo sobre sinodalidad” que tuvo lugar en octubre de 2023, que contó con la presencia de más de 400 participantes, incluyendo obispos, religiosos, laicos y expertos de todo el mundo, que funcionaron bajo la presencia y el liderazgo del papa Francisco.3
Podríamos seguir enumerando gestos y señales reformistas, orientados a promover “una Iglesia en salida”, por usar una expresión del propio Francisco para referirse a una Iglesia que no se encierra en sus propias estructuras ni en sus propias preocupaciones, sino que sale al encuentro de las periferias geográficas y existenciales. Pero intentando hacer un balance, podría decirse que sus intenciones reformistas fueron más allá de los resultados concretos alcanzados. Su agenda fue ambiciosa, si se lo compara con el peso y la fuerza de las estructuras que pretendió modificar. Por eso mismo, las resistencias y los descontentos dentro de la propia Iglesia también se hicieron sentir, y vinieron de diferentes tiendas.
Seguramente, para los sectores más progresistas, su agenda reformista dejó gusto a poco y no logró plasmarse en cambios sustantivos. Por su parte, los grupos más conservadores dentro de la Iglesia enfrentaron muchas de las posturas de Francisco con críticas explicitas y fuerte descontento. En la mirada de estos sectores, Francisco fue demasiado lejos en sus enfoques pastorales, erosionando la claridad de la doctrina tradicional y dejando demasiado espacio a la ambigüedad.
Pasando en limpio, creo que llegó hasta donde pudo o hasta donde quiso llegar, teniendo claro que su visión de Iglesia implicaba ese “caminar juntos”, salvando la unidad y evitando rupturas. Como dijo recientemente en una entrevista Javier Cercas,4 “si el Papa Francisco hubiese llegado a donde quería, sin duda alguna hubiera habido un cisma”. En este sentido, tuvo la capacidad de poner en marcha las reformas posibles, aquellas que el contexto y la conservación de la unidad le permitieron. La posibilidad de seguir avanzando, frenar o retroceder en estos procesos dependerá en buena medida del perfil de quien sea elegido para sucederlo.
Javier Pereira Bruno
Doctor en Sociología y director ejecutivo de Fundación América Solidaria
1. Es indudable la influencia que la teología del pueblo, desarrollada por Juan Carlos Scannone y Alberto Methol Ferré entre otros, tuvo en el pensamiento de Jorge Bergoglio.
2. Para más ilustración sobre este punto, sugiero ver la película Hermano sol, hermana luna, dirigida por Franco Zeffirelli en 1972.
3. Fue el primer sínodo en el que las mujeres tuvieron derecho a voto en la asamblea. Este cambio representó una revolución en la participación de las mujeres y laicos en los Sínodos de Obispos.
4. Javier Cercas es un escritor español, ateo y anticlerical, autor del libro El loco de Dios en el fin del mundo. El autor fue invitado por el Vaticano a acompañar al papa en su viaje a Mongolia y a escribir un libro sobre esta experiencia.