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En setiembre de 2014, escribí que uno de los mayores logros del Frente Amplio fue —y sigue siendo— que José Mujica haya ocupado la Presidencia de la República. Hoy, con su partida, esa afirmación resuena más fuerte que nunca. Mujica no lideró desde el Olimpo, sino desde el llano, como uno más. Su estilo de vida austero y su cercanía con la gente lo convirtieron en un referente ético global.
Fue el primer presidente que logró interpelar profundamente a la sociedad uruguaya. Puso sobre la mesa nuestras contradicciones y nos invitó a reflexionar sobre ellas sin solemnidad, sin distancia. En una época plagada de hipocresía, egoísmo y falta de compasión, Mujica logró hacer una crítica constructiva desde el cargo de mayor responsabilidad política del país. Eso no solo fue admirable, fue inédito.
Hoy enfrentamos desafíos nuevos —y a la vez antiguos— que él ya vislumbraba: la inteligencia artificial y la automatización, que amenazan con profundizar la desigualdad; la pobreza persistente en un país tan rico como Uruguay; la concentración de riqueza y poder en polos cada vez más distantes del resto. Mujica lo dijo sin rodeos: “La civilización nos lleva a un rincón sin salida. ¿Para qué vivimos? ¿Para tener? ¿Para tener más? ¿Para tener más cosas? ¿O para ser más felices?” Esa pregunta sigue vigente. Y su vigencia es, también, una deuda.
Las críticas a Mujica suelen venir de quienes justifican su propia indiferencia señalando la supuesta hipocresía en los demás. Pero hoy ya no basta con hablar de derechas e izquierdas, ni de oligarquía y pueblo como categorías estancas. La verdadera disyuntiva parece estar entre quienes deshumanizan a los que menos tienen y quienes no. Que el ejemplo de Mujica sea eso: un ejemplo. Y que quienes tienen como primer instinto desacreditar ese reconocimiento se pregunten primero de qué lado de esa nueva disyuntiva están.
En otro momento de despedida —a su amigo el Ñato Huidobro—, Mujica dijo:
“Simplemente diré a nombre de los viejos compañeros, que pertenecemos a un tiempo que se va, que soñamos con un mundo en el que lo mío y lo tuyo no nos separara, y pusimos nuestra juventud, y seguramente nos equivocamos mucho… esperanzas que pagamos con desalientos y derrotas, siempre con una cuota de esperanza y humor para volvernos a levantar.”
Y agregó:
“Hemos estado prisioneros de cuanta cosa puede existir, menos del odio, porque aprendimos en base a soledad que la lucha de la liberación es por los oprimidos, pero también por los opresores.”
Hoy, esas palabras también son para vos, Pepe. Y como dijiste aquel día:
“Sé perfectamente que vas a vivir allí donde haya una causa de redimir, donde haya gente aplastada, olvidada, donde haya un sueño por el que vale la pena comprometer la vida para luchar.”
Porque ahora estamos un poco más solos, pero también un poco más obligados a estar a la altura.
Hasta siempre, compañero.
La primera versión de esta columna fue publicada en 2014 en el semanario Mate Amargo, medio histórico del Movimiento de Liberación Nacional. Esta es su continuación, escrita 11 años después, desde un país distinto, pero con las mismas preguntas urgentes.
Federico Imparatta
CI 4.135.701-8