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    Sobre las ideas del Partido Nacional

    Sr. Director:

    El lector de Búsqueda señor Jonathan Franco se ha ocupado, en la última edición de este prestigioso semanario, del tema que da título a estas líneas. Lo hizo bajo el rótulo: “En el Partido Nacional no hay lugar para la izquierda.” Señaló, entre otros conceptos, que “tenemos la imperiosa necesidad de volver a ser el Partido de la Nación.” Como nacionalista de toda la vida, y más allá del respeto que naturalmente me merece su opinión, deseo expresar mis puntos de vista sobre el particular, que no coinciden con los que el señor Franco desarrolló en el cuerpo de su misiva.

    Sabemos que en el lenguaje corriente, y desde hace mucho tiempo, es de uso en materia política la dicotomía “derecha-izquierda”, que tiene la ventaja de ser muy breve y fácil de entender, pero que es completamente distorsiva de la realidad, cuya riqueza y variedad no es posible encasillar de una manera tan rústica y falaz. La utilidad de la contraposición mencionada es solamente instrumental, para fines explicativos y en rasgos muy gruesos: una simplificación para efectos prácticos, pero nada más.

    En nuestro país, las viejas organizaciones marxistas y similares, y más tarde el Frente Amplio que las incorporó a todas, se han valido de la bipartición mencionada para describir las corrientes de opinión existentes. Según su prédica, “la izquierda” representa la solidaridad, la justicia, la igualdad, el altruismo, el amor a los oprimidos y todas las virtudes semejantes, es decir: la izquierda es el bien. En tanto “la derecha” representa el “sálvese quien pueda”, la injusticia, la desigualdad, el egoísmo, la indiferencia ante el dolor ajeno, etc.; en otras palabras, la derecha es el mal. Me dirán que los términos podrían ser explicados de otra manera pero, en cualquier caso, las imágenes, que la repetición de una prédica constante y obstinada a lo largo de un siglo han fijado en la conciencia colectiva, son las que son, a la luz de la experiencia. Su eficacia ha quedado demostrada; a los hechos me remito.

    ¿Cómo salir de esta trampa? Demostrando la falsedad que encierra, algo que el Partido ha hecho en tiempos no lejanos, pero no con suficiente vigor en los años recientes. Explicando que la clasificación binaria es una mentira y que, en lo tocante al Partido Nacional, es mendaz de toda mendacidad. No hace falta enojarse: hay que mantener la serenidad, y tomarse el trabajo de señalar cuáles son las ideas del Partido, añadiendo que quienes las profesamos no nos dejamos encasillar del modo que se pretende. Para quienes formamos parte, en la condición de jóvenes militantes anónimos, de aquella gigantesca columna cívica que, a partir de 1969, encabezó Wilson Ferreira Aldunate, a quien se consagró como el gran conductor de los blancos, que lo fue hasta su muerte, nunca resultó tarea difícil. Wilson dijo, en 1985, reiterando su posición de siempre sobre las categorías “derecha e izquierda”: (….) “son categorías con las que no funciono, y además siempre me niego a entrar al campo del toro: no dejo que las categorías me las ponga el adversario.” Unas cuantas semanas después de esta precisión, volvió sobre el asunto: “Nosotros no nos definimos en función de los demás, nosotros no somos término medio de nada, nosotros no somos los moderados frente a los exaltados, no somos la izquierda o el centro frente a derechas o izquierdas, nosotros somos los blancos. No estamos en el medio, ni atrás ni delante de nadie. Que sean los otros quienes determinen cómo se definen en función de nuestra posición, que es la posición del Partido que la extrae de su historia y de su tradición, y con la historia y la tradición construye el más esplendoroso y esperanzador mensaje hacia el porvenir”.

    Claro que no solamente enseñó lo que los blancos no somos. Nos explicó y le explicó al país entero, con admirable claridad, cuáles son las ideas fundamentales del Partido. No voy a ingresar ahora en extensos desarrollos, aunque gustoso me ocuparía de esas ideas, que Wilson describía con tanta precisión y para lo cual acudía regularmente al ejemplo de nuestros grandes como Oribe, Leandro Gómez, Aparicio Saravia, Luis Alberto de Herrera y otras figuras de enorme valor que resultaría fatigoso enumerar.

    Creemos en nuestras tradiciones, en nuestra colectividad nacional como una realidad efectiva; porque pensamos que la familia es la base de la sociedad, que hay que respetar a los maestros y profesores, que hay que observar las reglas de urbanidad, que el policía es un respetable servidor público, que el delito debe ser prevenido para evitarlo y castigado cuando se produce, que es preciso celebrar dignamente los fastos patrios, que se debe honrar nuestro himno, nuestro escudo patrio y nuestro pabellón, que el individuo está dotado de derechos inalienables que nadie puede conculcar, que el Estado no puede hacerlo todo sino aquello que le corresponde, que la Nación es superior al Estado y la sociedad más amplia y diversa que él, que, sin perjuicio del derecho de cada uno, no hay que dejarse seducir forzosamente por corrientes o movimientos cualesquiera solo porque están de moda; que las celebraciones populares, como el carnaval, no pueden ser desnaturalizadas convirtiéndolas en instrumento de propaganda política partidaria; si por todo eso, existen quienes nos atribuyen ser “de derechas”, allá ellos.

    Estimamos que la justicia social es condición necesaria para que haya democracia de verdad; que la liberación de la necesidad constituye un requisito ineludible para el ejercicio auténtico de la libertad, puesto que no es realmente libre aquel que se halla bajo el yugo de la pobreza y la marginación social; que el habitante más humilde de nuestra tierra vale tanto como el más encumbrado, y por tanto debe recibir el mismo trato e incluso merece el favor de la sociedad por razones de justicia; que las autoridades policiales deben cumplir su deber con el rigor que sea necesario pero no más, que el Estado debe continuar cooperando como hasta hoy en la búsqueda de personas desaparecidas a causa de la persecución que, años atrás, se instaló en el país para su desgracia; que en las relaciones obrero-patronales debe imperar un razonable equilibrio puesto que ambas partes tienen derechos y obligaciones que deben ejercer y cumplir con rectitud y apego a la ley; que todos deben tener acceso a la salud, la educación, el trabajo, la vivienda digna, etc.; que es preciso llevar adelante políticas activas a fin de superar la situación de penuria en que viven los más vulnerables; si por todo eso alguien nos atribuye ser “de izquierdas”, desde ya sepa que a los blancos nos importa un bledo.

    Jamás hemos dejado de ser el partido de la Nación, pese a que al corresponsal de Búsqueda que dio motivo a estas líneas le parezca lo contrario. Y efectivamente —en esto coincidimos con él— somos con orgullo “defensores de las leyes”.

    Quiero volver a Wilson para cerrar estas líneas, con unas palabras suyas de esas que llegan al corazón, pronunciadas en 1987 en ocasión del aniversario del Partido: “No se trata de abstracciones o entelequias, o textos que los blancos hayan leído o escrito: es la historia viviendo y muriendo para transformarla, como dice Croce, en hazaña de la libertad. Por eso sentimos que ese pasado está hoy más vivo que nunca en el presente, nos explica, nos impulsa y nos enseña el porvenir.”

    Luis José Martínez