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    ¿Y ahora qué?

    POR

    Sr. Director:

    Abundan las interpretaciones sobre los resultados electorales. Siempre ocurre. Es lógico y natural: al ser humano no le gusta vivir incertidumbres, siente que debe siempre poder explicar su vida.

    Pero esta vez no está fácil. Estas elecciones fueron algo raras.

    Anda por ahí una interpretación (desconfíen siempre de las explicaciones monocausales) que dice que la ciudadanía quiso enviarles un mensaje a los políticos: “Pónganse de acuerdo”.

    Suena bien y nadie discutiría que es un mensaje deseable. Pero no me cierra que sea realista.

    Los resultados fueron apretados, cierto. Y también lo es que por un lado se votó un presidente y por otro no le dieron la mayoría parlamentaria, pero de ahí no resulta obvio que se desprenda un mensaje como el propuesto.

    Es muy cuestionable que se pueda deducir, realísticamente, una suerte de media implícita de los cientos de miles de votos emitidos, fruto de una enorme gama de motivaciones (o ausencias de ellas).

    Colegir de una votación medio empatada que mi voto por la coalición y por Delgado fue emitido en el entendido de que empataría el voto de otro, por el FA y por Orsi, para así construir entre los dos un mensaje prodiálogo es presumir demasiado.

    Dicho lo cual, sí creo que se puede sacar alguna conclusión (entre otras) de las pasadas elecciones: el talante dominante puede sintetizarse en el nombre de un programa de radio, No toquen nada. Si queremos hablar de mensajes de la población, el de estas elecciones pasa por ahí: “Mejoren las cosas, pero sin menearlas demasiado”.

    Lo del cambio es un “must” en todo discurso electoral (y no solo de los candidatos), pero no siempre significa lo que dice. Con frecuencia, cuando yo hablo de cambiar, estoy pensando en ti: mi caso es diferente.

    En estas elecciones un candidato propuso cambiar dentro de la línea de lo que se venía haciendo y el otro se preocupó por tranquilizar a la gente de que sus propuestas serían “tranquilas”. Así, esta votó por algo del tipo “mejorá las cosas, pero sin pasarte”.

    Hasta ahí, todo muy claro.

    El asunto es para adelante: ¿la realidad bancará ese sueño? ¿Puede renovarse el Pacto de la Penillanura?

    Desde otro ángulo: ese talante, integrado ya a nuestra cultura, ¿es producto de los políticos o proviene de otras fuentes (o de ambos)?

    Volviendo al ejercicio de querer interpretar los resultados electorales, he escuchado dos posturas sobre esto: una que atribuye la derrota a la coalición/Delgado en haber descartado asumir una posición y una prédica más nítidamente liberal y otra que ve la campaña electoral y las elecciones como un ejercicio de lectura de la opinión pública por parte de los candidatos.

    Es una discusión difícil de zanjar, pero, independientemente de su relevancia, debe relegarse a la otra, a encarar el futuro, a preguntar si el Pacto de la Penillanura es —aparte de deseable culturalmente— realista y posible.

    The Economist (29/11) trae (rara cosa) un análisis de las elecciones que, luego de consideraciones conocidas (alguna compartibles), concluye de forma pesimista: el empate político llevará a Uruguay al estancamiento.

    Más concretamente, Javier de Haedo apunta, como explicación central de la derrota de la coalición/Delgado, al magro crecimiento económico. Y el propio Gabriel Oddone viene repitiendo (incluso en su libro “programático” del 3er piso de Colonia y Paraguay) que, sin crecimiento, el pacto no sobrevivirá. Lo cual nos lleva a retomar la visión macro de nuestra realidad política: la gente eligió continuidad, hasta ahí muy claro. Ahora, ¿eligió bien? ¿Eligió realísticamente o mirando un espejismo?

    Lean o escuchen las explicaciones del futuro ministro de Economía. Ahí van a encontrar la respuesta.

    Ignacio De Posadas