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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáExisten heridas que no supuran y siguen doliendo y que, aunque no matan, impiden caminar con normalidad. La búsqueda de la verdad de los familiares de los desaparecidos es una de ellas. Nos recuerda que todavía hay algo que falta y que no termina de dejarnos ser un país en paz con su historia.
Durante mucho tiempo no se pudo hablar de esto como se merecía. No creo que sea sensato endilgar falta de voluntad ni aun de sensibilidad, no se puede olvidar que cada tiempo tiene sus propios límites y que no se puede juzgar el pasado con ojos del presente. Hay momentos en los que ciertas verdades no encuentran oídos preparados para escucharlas, algunas veces porque duelen, otras porque incomodan o, en ciertas ocasiones, porque no caben aún en la conversación nacional.
Hace pocos días, releyendo una entrevista del 11 de enero de 2001 con Jorge Batlle en el New York Times, me encontré con una frase en la que resume, con su habitual lucidez, esa tensión entre la voluntad y el contexto. Dijo: “(…) lo que sucede, en estas cosas, es que los tiempos históricos cambian. Hay cosas que a veces no se pueden hacer aunque se quieran hacer. Y hay cosas que se pueden hacer y surgen solas, y naturalmente más allá de la voluntad de los actores”.
Esa frase explica mejor que 100 tratados lo que ocurrió con la transición democrática. En aquellos años, el país entero se reencontró consigo mismo, se discutieron amnistías, se procuró un equilibrio —delicado, insuficiente, pero necesario— entre justicia y gobernabilidad para intentar cerrar —a costa de la verdad— un capítulo brutal de nuestra historia reciente. Juzgar aquellas decisiones desde la comodidad del tiempo transcurrido es tan fácil como injusto, sobre todo porque no debemos perder de vista que nadie sale indemne de una dictadura y nadie reconstruye una democracia sin ceder, sin tragarse algunas verdades por un tiempo.
Sin embargo, aquello que entonces podía explicarse hoy ya no puede hacerse; aquello que en su momento tuvo razón de ser hoy ya no la tiene; y ahí está el punto. Ya no hay amenazas sobre el sistema democrático, no hay tanques, listas negras ni Estado Mayor esperando un pretexto para retomar el poder. Hay, por el contrario, una deuda que —quizás— queda poco tiempo para saldarla, y eso debería desvelarnos.
Siempre me llamó la atención la visión obtusa de este tema, como si se trata de una discusión que admitiera trincheras, porque ya sabemos —y es bueno que lo tengamos siempre presente para no repetir errores— que la lucha por la revolución no era otra cosa que el deseo de instalar una “dictadura del proletariado” y que tampoco existen justificaciones para el golpe y todo lo que hicieron en esos 12 largos años, pero no confundamos los planos: hoy estamos hablando de otra cosa, mucho más sencilla y a la vez más profunda, hablamos de dignidad humana, del derecho a saber, de la necesidad básica de despedirse de un ser querido.
Decir que hay que “dar vuelta la página” sin haber leído el libro completo es, en el mejor de los casos, una manera cortés de ser insensible ante una injusticia y, en el peor, una canallada que pretende disfrazarse de madurez.
Pensemos por un momento, salgamos de la chacrita en la que estamos inmersos, ¿se le pide al pueblo judío que olvide Auschwitz o el holocausto de 6 millones de personas?, ¿se les pide a los armenios que entierren el recuerdo del genocidio a manos de los Jóvenes Turcos? Nadie se atrevería a hacerlo, nadie les sugeriría que para estar en paz tienen que dejar de preguntar o recordar a sus muertos, y ello simplemente es porque tenemos claro que sería una cosa insensata e insensible de hacer. ¿Por qué entonces pedirles a las familias de nuestros desaparecidos que olviden el nombre de su ser querido, que renuncien a buscarlo para encontrar la paz que se les negó? ¿Por qué seguir mirando hacia otro lado cuando la herida sigue abierta?
Por eso, insisto: ya es hora. Hora de dejar de mirar para otro lado. Hora de reconocer que en este punto no caben las mezquindades. Hora de hacer lo que hay que hacer, simplemente porque es lo correcto.
Brahian Furtado